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San Mateo V, 10
“Bienaventurados los que padecen
persecución por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.”
Que lo alumbre la luz de la mañana y la noche,
la que sale del cardo, la que nace de la piedra,
la que vive en los ojos sin tiempo de las cosas.
Conjuro aquí a la luz,
conjuro al tiempo, al miedo y a la muerte,
al desvelado sueño, a la vigilia ácida,
a la hierba que ha de verlo pasar en su carrera,
su vuelo germinado de soles presentidos,
al pájaro de amor que ha de medir su cielo y su
victoria.
Conjuro a quien lo amó:
a que a través del aire y de las cosas
en sílabas de amor
le siga con su amor y con su canto.
Conjuro a la noche y a los amantes
en su abrazo de vuelos y raíces,
conjuro a los alegres y a los tristes
a alumbrarlo también desde su gozo o miedo.
A todo aquel que llora y ha llorado,
al que sabe la muerte y no la teme,
al que sabe la muerte y sí la teme,
al que toca la vida en el agua redonda de su vientre
al que vive en amor y en amor muere
conjuro aquí para alumbrar el rumbo.
Su paso hace la luz sobre la noche
y en el paso del tiempo su tiempo deja huella.
En lo oscuro se pierde, y se lo oye.
El es el callado. El de la sangre nueva.
Uno de ellos. El hombre. El perseguido.
Jorge Arbeleche
Envió Laura D'Angiola