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24 de abril de 2009

Recuento de Jesús y aquella mujer que lo ungió

Autor/es: Daisy Rojas Gómez

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Lucas 7: 36-50

Mujer, has entrado en casa del fariseo sin pedir su permiso, has caído ante mí y he sentido el tibio contacto de tus labios en
mis pies. Me acaricias delante de todos, sin miedo, a pesar de que te observan, te critican, te juzgan.

Cuánta incertidumbre hay en sus miradas ante mi postura de aprobación, ante mi sonrisa que devuelve tu caricia. Cuánta superioridad en su expresión, en su dedo acusador que te
señala.
Cuánta soledad en tu mirada cuánto te han dañado que vienes a mi tan triste

No puedo rechazarte, no quiero. Estaría privándome de un bello acto de amor, de una singular manera de hacer tu entrega, de experimentar esta sensación especial. ¿Acaso tu gesto cargado de atrevimiento despierta en mi la alegría de saberme amado? Un amor que reta a los que sólo pregonan un afecto que se queda estático en las palabras,
porque la acción muere ante la fuerza de los prejuicios, ante las dudas, la desconfianza.

Cuánta locura encierran tus lágrimas que corren por mis tobillos, humilde ante mí y desafiante ante los que cuestionan las
costumbres, la ética, la moral, tu condición de mujer que ha pecado. Secas la humedad de tus lágrimas con el suave contacto de tus cabellos, escena irrepetible por lo tierna, exclusiva, sensual.

No llores más. Para mi no eres "la pecadora", tus pecados ya fueron perdonados.

¿Cómo pueden juzgarte los que nada han hecho en nombre del amor?

¿Cómo detener tu generosa acción de derramar tu valioso perfume, si al fin y al cabo es tu decisión?

Acabas de ungirme, privilegio otorgado por el derecho de haber sido la que más me amó. Ellos ni un beso en la mejilla me han dado, tú no te cansas de besar mis pies.

Seca tus lágrimas, basta de llorar, no importa que ellos no entiendan el misterio de esta escena, nuestro diálogo de amor sin palabras .
No importa que ellos cuestionen mi integridad de hombre o de profeta y apunten una nueva causa contra mi: "andar con pecadoras". No importa. Correré el riesgo porque yo también te amo. ¡Vete en paz!

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