24 de abril de 2009
Liderazgo, participación y comunión
Autor/es: Julio César López
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CLAI - Seminario de Animadores litúrgicos 1999
Comenzamos la reunión recitando de memoria el salmo N°1. Pocos lo lograron.
La decisión de poner este salmo como Salmo N°1 es toda una enseñanza.
Antes de los grandes salmos ceremoniales, o de los que usamos para pedir auxilio y justicia; antes de las alabanzas y las gratitudes, y antes de las lágrimas y los cantos de esperanza, se nos ofrece este primer salmo, que habla del estilo de vida de los que siguen al Señor. Es como si los hermanos que diseñaron este particular cancionero nos dijeran:
Lo importante no es que salga bien el culto, lo importante es que salga bien la
vida de la gente.
Deduzco que estos antiguos liturgos, los que pusieron este salmo en primer lugar, nos envían así un mensaje: El culto no alcanza, no es suficiente. La belleza e inteligencia de las liturgias, y las emociones que provocan no llegan en sí mismas a cubrir las expectativas de los congregados, ni de Dios, a cuyo nombre se anotan pérdidas y ganancias.
Nos recordamos estas cosas en tiempos en que las iglesias de mayor crecimiento, las pentecostales o pentecostalizadas, que congregan multitudes, basan sus cultos en programas de gran espectacularidad. En general con muy buena música a altísimo volumen, y bajo un estilo de dirección que presiona a buscar un permanente clímax, (sea por júbilo, sea por contrición), logran que los participantes queden muy expuestos, tanto frente a sus necesidades y fantasías, como frente a sus dolores y vergüenzas. Esta sensibilización hace también posible que los mensajes sean mucho más directos en los temas a tratar, de carácter más incisivo, y con una gran carga para lograr que la audiencia tome decisiones.
Habiendo sido yo criado dentro del pentecostalismo, y sin tener la necesidad de arrancar de mi vida trigo y cizaña juntamente en un rapto de pureza fundamentalista, reinvindico la mística pentecostal. Veo que hay mucho de la mística carismática que es legítima compañera de una profundización espiritual, tanto individual como comunitaria, y que libre de exageraciones y abusos, lleva a la transformación y a la madurez.
Aunque actualmente muchos identifiquen lo carismático con una forma de liturgia musical, sin duda es mucho más que eso. Sus componentes teológicos y sociales no se pueden ignorar sin hacer una caricatura injusta de un movimiento que, popular como ningún otro, provoca en el mediano y largo plazo, a la búsqueda de raíces bíblicas e históricas que iluminen y apuntalen la experiencia espiritual presente.
LIDERAZGO, PARTICIPACION Y COMUNIÓN
Como rasgo dominante se ve en las estructuras de tipo pentecostal- o en las que van en camino de serlo- una fuerte tendencia a la concentración de autoridad.
Este es a mi juicio el partido más difícil que le resta jugar a quienes abrazan lo carismático no sólo como movimiento espiritual, sino como estructura.
Quienes permanecen en las grandes estructuras de gobierno denominacionales, o se cobijan sinceramente bajo su techo, tienen la posibilidad de huir de la tentación de convertirse en tiranos. Quienes no ven en esta concentración de poder una tentación, sino una revelación del Espíritu, se instalan en las iglesias como " gobiernos duros, inapelables, que resultan ser sentimentales en el culto pero ferozmente pragmáticos en el gerenciamiento. A medida que avanzó el movimiento carismático, algunos entendieron que el único modo de vivir en el
poder del Espíritu es mantener todo el poder en manos de un sólo hombre. La agilidad que otorga este modo de gobierno para la toma de decisiones, pareció el más conveniente para estar al día con la urgencia que requiere cada nueva revelación. Se fortalecen reclamando más y más autoridad y tolerando cada vez menos las preguntas, las observaciones el dIscenso y la lentitud en las decisiones." (1)
En el orden litúrgico, el estilo de liderazgo se trasluce en el enorme caudal de órdenes que emanan desde quienes dirigen. En el afán de que el culto salga bien, muchas veces se atropella a los participantes. En general no se ofrecen alternativas: o se dispone uno a aceptar y disfrutar en tiempo y forma de todas las indicaciones que se hacen, o inevitablemente se verá castigado. Frases, versículos bíblicos y oraciones de tipo descalificatorio caerán sobre los que no entran en el culto tal cual se presenta.
Si algo es cierto en cuanto a los aportes que el movimiento carismático hace a la vida litúrgica, es la expectativa de participación de los concurrentes. En general, quienes concurren a los cultos, lo hacen para participar, es decir, no se conforman con ser espectadores. Harán su aporte, se integrarán, disfrutarán y padecerán con la congregación lo que vaya a ocurrir, y luego comentarán con otros lo que les pareció que fue de bendición o lo que les preocupó, incluso cómo afecta lo dicho y lo vivido situación muy personales. Son a mi juicio estos
comentarios los que hacen notar que lo que sucede es propio. El culto no es del pastor o de quienes lo hayan dirigido, el culto es de todos y se comenta apasionadamente. Para esto se desarrolla todo un lenguaje descriptivo que el nuevo congregado aprenderá muy pronto.
Frente a la pregunta ¿Cómo puede ser que movimientos tan pobres sostengan programas tan caros (radio, TV, alquileres costosos)? Respondemos que un viejo dicho recuerda que "la iglesia subsiste gracias a las promesas de los ricos y las ofrendas de los pobres". También aquí debemos hablar de participación.
El movimiento pentecostal se ha caracterizado por la procedencia de sus fieles.
En todas las naciones nació entre gente pobre, y el evangelio sirvió como promotor social. Han progresado a pesar de no tener generalmente un sentido orgánico desde lo social. pero sí un desarrollo del sentido de lo solidario.
Tiene que ver con la capacidad de dar con alegría a una causa que merece generosidad y esfuerzo. Esta participación económica y del voluntariado se hace más difícil entre la clase media que es más organizada y planificadora.
Pero si el movimiento pentecostal que nació a principios de siglo tuvo estas características, la segunda ola, la llamada carismática que surgirá hacia fines de los ¨60 dentro de casi todas las denominaciones, incluida la iglesia de Roma, se desarrolló mayormente entre la clase media. Aún así, el sentido de pertenencia de los participantes, los nuevos énfasis teológico/ prácticos respecto al señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la vida, y el gran
empuje evangelizador que el movimiento trajo consigo, redunda también en una participación económica muy importante de los fieles en todo el proyecto de la iglesia. La puesta en vigencia del sistema de diezmos que las iglesias tradicionales habían abandonado trajo orden a los ingresos, que no siempre se ve recompensado por parte de los líderes al rendir cuentas de los egresos.
Lo dicho hasta ahora podría quedar sin sentido a menos que se declare que la apertura a la acción del Espíritu Santo es lo que da origen a estos movimientos.
La comunión espiritual que genera entre sus participantes es algo que las iglesias más tradicionales han perdido. Al decir comunión espiritual, me refiero a una especial libertad para tratar cualquier asunto de la vida desde la óptica de lo espiritual, con sus consecuencias y sus derivaciones. Invitar a la oración es un gesto común entre los pentecostales y carismáticos, y sobre cualquier cosa de la vida se puede pedir a otro que lo acompañe a uno en oración. Eso evidencia un sentido de comunión en el espíritu que hace que se vea al hermano como un
ministro de la iglesia que me puede socorrer con su oración. Aquí ya no estamos hablando de liturgias o cultos marcados por la espectacularidad, nos referimos a la vida, y a la variedad de participación que ofrece fuera del culto.
Julio César López
Pastor, Iglesia Presbiteriana San Andrés
Temperley, Argentina
Nota:
(1) Revista de la Iglesia Presbiteriana San Andrés. Nov-Dic 1998
Exilio de los Evangélicos por Julio C. López
Palabras relacionadas
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