24 de abril de 2009
Entonces Dios me dijo: Solo buenos amigos
Autor/es: Richard Adams
Visto: 2230 veces
Una señora de mediana edad, con un pañuelo en la cabeza y anteojos, casi me pega en la liquidación del shopping. Me arrinconó
detrás de la estantería de los zapatos.
"Lo que a usted le hace falta es que le bajen los humos", me dijo. "Por hablar así de Dios: sentado en una nube como un viejito
ridículo, y arrastrándose por un agujero del cielorraso. ¡Eso no se hace!"
Tengo que admitir que me quedé un poquito preocupado. Un poco más tarde, en casa, mientras esperaba que vinieran con una camioneta a llevarse los escombros, me puse a pensar en lo que me había dicho la señora.
En eso vino Dios y golpeó la puerta.
"Pasá", dije. "No hace falta que golpees".
"Me gusta ser cortés", dijo.
"Justamente de eso te quería hablar", le dije.
"¿De qué?"
"Santificado sea tu nombre".
"Me parece haber oído eso antes en algún lado", dijo Dios. "¿Qué significa?"
"No me preguntes a mí", dije. "Vos sos Dios. Vos sabés".
"Así dicen", contestó. "Pero ustedes lo dicen
muchas veces más que yo. Explicámelo. Lo saben hacer tan bien."
"Adulándome no vas a llegar a ningún lado", le dije. Pero le conté el problema. "Si sigo hablando de vos en la forma que lo hago",
dije, "la gente va a pensar que te estoy rebajando".
"¿Vendiéndome barato, como una especie de pichincha? No podrías", dijo, "soy demasiado grande".
"No sos vos el que me preocupa", dije. "Es lo que la gente piensa".
"¿De mí o de vos?"
"De vos, por supuesto."
"¿Estás seguro?"
Después de un momento le dije: "no". No lo estaba.
Dios se sentó con un gesto serio en la cara y me miró desde el otro lado de la mesa vacía.
"A vos te parece que la gente va a pensar que vos me estás ofendiendo", dijo. Era una acusación dolorosa pero verdadera.
"¿Te ofendo?", dije. Realmente quería saber.
"¿Te parece que estaría aquí si me ofendieras?"
Con Dios ahí sentado no era tan fácil repetir la respuesta acostumbrada, pero por fin le dije: "Sí".
A lo mejor fue mi imaginación la que me hizo ver el parpadeo de sorpresa que cruzó su cara cuando lo dije. No podría estar
seguro.
"Vos sos mi amigo", dije.
"Entonces has contestado tu propia pregunta, ¿no?"
"¿De veras?"
"¿Por qué hablás de mí como hablarías de
cualquier otra persona?", preguntó Dios.
"Eso es fácil", dije yo. "Quiero bajarte a la
tierra, hacerte más accesible".
"¿Cómo a un amigo?"
"Sí", dije, "como a un amigo".
"¿Por la misma razón", dijo, "que mucha gente
mira al hombre Jesús y siente que se puede acercar a mí por medio de él?"
"Se podría decir algo así, supongo".
"He dicho algo así", dijo.
"Pero no quisiera ser grosero con un amigo, con alguien realmente cercano."
"Si son tan cercanos, no podrías", dijo.
"¿Cómo es eso?"
"Bueno, pensalo", dijo. "A un amigo se le pueden decir cosas que uno ni soñaría decirle a nadie más, ¿no es cierto?"
"Mmm... No sé..."
"Claro que se puede", continuó. "Con los amigos se puede ser franco, hasta grosero, porque se sabe que no se van a ofender".
"Puede ser que tengas razón", dije, "pero la
gente levanta barreras, ¿no?"
"¿Y vos, no?", preguntó.
"No sé", dije. "¿Yo también?"
"Cuando llamás a la gente Dr.., Sr., cuando usás los apellidos en vez de los nombres. ¿Qué te parece?"
Creo que yo entendía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Pero como las costumbres no se pierden fácilmente, le dije
"Sí, Señor".
Ya se había ido, como si yo lo hubiera espantado.
Título original: "So God said to me" (Capítulo 3, "Just Good Friends")
© Richard Adams Guiones para Anglia Television, Gran Bretaña, 1978, autorizados
exclusivamente para la Red de Liturgia y Educación Cristiana CLAI-CELADEC por el autor, mayo 2002.
Traducción y adaptación: Pablo Sosa
Palabras relacionadas
dije, dijo, dios, gente, ser