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24 de abril de 2009

El predicador del evangelio, el diccionario y yo

Autor/es: Jorge Silv

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Camino por Lavalle, cansado, vengo de una mala noche en la Estación Retiro. Hace frío y de a ratos llovizna. No está para andar en la calle así que, me meto en un templo evangélico que hay en la peatonal, donde antes había un cine.
El lugar es cálido, acogedor me apoltrono en una butaca de la última fila, estiro las piernas y me dispongo a hacer una siestita.
Desde un púlpito ubicado en el escenario, un predicador en tono aportuguesado intima a sus fieles a arrepentirse de sus pecados , con una arenga de frases hechas, reiterativas. Todo resulta muy histriónico, por momentos se exalta, camina hacia un lado y otro agitando los brazos. Parece un perturbado mental y contagia esa perturbación al auditorio. Muchos se ponen de pie, hacen ademanes y se posesionan de una especie de misticismo sufriente, desgarrado, catártico.
Yo, que por un lado soy escéptico e impermeable a todo eso, y por el otro me siento muy cómodo, cierro los ojos y me entrego en los brazos de Morfeo.
Pero no duró mucho mi sueño, el culto llegó a su fin y había que retirarse. Me desperté con las últimas palabras que dijo el orador, mejor dicho que gritó: “Aleluya, somos salvos, el Señor nos ha redimido”.
Salgo a la calle, malhumorado por la interrupción de mi siesta. El día sigue fulero. ¿Y ahora que hago, dónde me meto? En un Mac Donalds, imposible a esta hora está lleno de gente. Deambulo, al fin opto por ir a la biblioteca.
Entro, me registro, pido un diccionario y me instalo en la sala de lectura. El diccionario es el libro más recomendable para dormir en una biblioteca especialmente el de la Real Academia (Vigésima Edición), es un tomo voluminoso contiene 2.135 páginas, más un apéndice de gramática castellana.
Se ubica el libro cerrado al borde de la mesa, frente a dónde estamos sentados, se cruzan los brazos encima, logrando de ese modo la altura ideal para apoyar la cabeza y dormir placidamente.
Pues bien, preparé todo, me acomodé, pero no podía conciliar el sueño. La última frase del predicador me daba vueltas en la cabeza.
“Somos salvos, el Señor nos ha redimido”. ¿Salvos de qué? Me pregunto. Del peligro, del sufrimiento, de la muerte? De la muerte, no, nadie te salva de la muerte, cuando te llega la hora , chau, fuiste.
...“El Señor nos ha redimido”.
Si analizamos gramáticamente esta oración, veremos que consta de un sujeto: El Señor, y un predicado, nos ha redimido éste último denota la acción del sujeto mediante el verbo redimir.
Vamos ahora al significado del verbo, y ahora recurro al diccionario sobre el cual estoy apoyado.
REDIMIR: “Liberar de la esclavitud a una persona, mediante el pago de un precio”.
Mirá vos.
Y aquí encuentro respuesta al primer interrogante. Me salvé de la esclavitud, aunque no en forma gratuita, sinó mediante un costo oneroso, que saldó el Señor.
Sigo con el diccionario.
REDIMIDO: Sinónimos: rescatado, salvado.
Antónimo: IRREDENTO.
Bueno ese término me resulta terrible, pero concluyo definitivamente me comprende. Yo soy un tipo irredento.
En estas lubricaciones estoy, cuando alguien se me arrima y me dice en voz baja:
_ Mirá que ya son las cuatro, es hora de irnos pa` la Tacita. Era Julián, un viejo compañero del infortunio.
_ Sí, tenés razón vamos, andá saliendo que yo ya voy. Devuelvo el diccionario y salgo a la vereda, apurando el paso para acompañar a mi compañero que va adelante.
_ Sabés una cosa Julián, vos también sos un irredento.
_ ¿Qué??!




NOTA: El autor participa regularmente del programa “La Tacita”, que atiende a deambulantes, de la Primera Iglesia Evangélica Metodista” de Avda. Corrientes 718 –Bs.As.
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diccionario, señor, es, ha, salvos

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