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24 de abril de 2009

Dios no turba jamás la alegría de sus hijos

Autor/es: Salvador Casadeval

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El hombre que cree, que tiene fe, podrá estar ocupándose de muchas cosas, pero nunca debe preocuparse. Ocuparse si, preocuparse no.
El santo no es el que hace todo perfecto, sino el que siempre se rinde momento a momento a la voluntad de Dios.

La desgracia no está en sufrir, en tener necesidades y dificultades la desgracia consiste en hacer el mal.

Dios no turba jamás la alegría de sus hijos, si no es para prepararles otra mayor, otra más autentica, otra mayor alegría que la que ya tienes en tu vida.
El auténtico crecimiento del hombre cristiano se da preferentemente en los momentos de dolor, en el dolor asumido se entiende.
El rebelarse contra el dolor amarga la vida.
El dolor asumido hace bien.

El hombre que cree, que tiene fe, podrá estar en un gran dolor, pero nunca dejará que la tristeza sea la imagen de su vida.
Podrá llorar, pero en el fondo sabe que después del Viernes Santo siempre viene la Pascua.

La vida más que de problemas, está hecha de circunstancias concretas, tratemos de poner siempre interiormente a Dios y su amor en primer lugar y todo lo demás encontrará su lugar y su momento.
Los humanos no lo hacemos así.
No nos atrevemos a poner a Dios y su amor en primer lugar.
Hay que atreverse. ¡Atrévete! Y verás como todo encuentra su lugar y su momento.

Los cristianos sabemos muy bien que vamos hacía otra tierra y hacía otra vida, pero que no es exacto llamar a esa vida del otro lado, la verdadera vida. Las dos son verdaderas. La de aquí y la de allá. Y si es allí adonde vamos, es aquí donde está nuestra tarea, donde están plantadas nuestras raíces.

Traicionar esta tierra mientras esperamos el cielo, sería la más bella y estúpida manera de quedarnos sin ese cielo y sin esta tierra. Jesús ya nos dijo: Nadie puede ir al Padre si primero no ha servido al hombre.

El Señor amó a los humildes, a los niños, a los enfermos. Cada uno de nosotros, es niño, es ignorante, es enfermo según los momentos de la vida. Vidas normales, vidas de casa y de trabajo, vidas que pasan desconocidas para muchos pero no desconocidas por Dios.

La vida ya no está destinada a ser una carga para muchos y una fiesta para unos cuantos, sino un compromiso para todos, y cada uno deberá de rendir cuentas de ello.

Aprendamos a amar la vida de todos los días. Aprendamos a amar aquello que nos toca vivir.
El que ama la vida, pronto le es fácil amar a Dios y amándolo nos encontraremos con Él.

Los bellos colores de la vida el hombre solo los verá si antes tiene bella el alma. La belleza del alma, solamente lo lograremos viviendo en Dios.
La vida es respirar Dios, pues sin eso nuestra vida no tendría ningún sentido ni valor.

Dios es viejo como lo que no nació nunca y joven como lo que no morirá jamás. Si creemos en Él, y vivimos en Él, asi también seremos nosotros.
Nunca seremos viejos y siempre seremos jóvenes.

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