Autor/es: Daylíns Rufín
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Creo en el Dios,
que me sostiene
cuando trabajo sin alimentarme.
Que me pone la mano en el hombro
como si me pidiera que descanse.
Que me ofrece el transporte
cuando el cielo comienza a nublarse,
y un hilillo de brisa cuando el pellejo arde.
Creo en el Dios,
que a ratos
nos manda un jefe casi, casi amable,
el que afloja la mano de los ricos
en fechas celebrables
para algo más de pan, algo de vino.
Creo en el Dios,
que comulga en los espinos,
en el desierto,
en todo sitio inhóspito
donde alguien puso a uno de nosotros inevitablemente.
En el Dios
que de pronto
llora a mares
con las manos extendidas
como una madre,
sobre mi pueblo rojo y negro
como lloró por su mejor amigo,
por la muerte,
por Él.
Creo en el Dios,
que no afloja,
no descansa,
que siempre va conmigo
-aunque peleemos-
de lucha en lucha, de verdad en batalla,
que desde el café al sueño me acompaña.