EL DÍDIMO
Bienaventurados los que no vieron…
Mete, mete tu dedo
hurga en mi mano y en mi costado,
no te importe si sufro:
soy el Siervo Sufriente.
¿Me ves? ¿Me oyes? ¿Hueles mi vaho
de lienzos y sepulcro, mi aroma
de cuerpo en mirra y áloes?
Acércate, Tomás, ¿Te espantas?
Nada temas: todavía no es el juicio.
Creo en tu incredulidad.
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