―¡Mamá! ¡Arreglar! ―dijo Mateo mientras me alcanzaba uno de sus autitos y un pedacito minúsculo de plástico amarillo.
Después de darle un par de vueltas al cochecito y al diminuto accesorio, logré darme cuenta de que se trataba del volante que se había desprendido del Jeep. Lo coloqué en su lugar y se lo devolví a Mateo diciendo:
―Tomá ―le dije―Ya está. Era