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24 de abril de 2009

Víctimas y Dios de paz

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Es verdad que todavía hoy hay muchos que se esfuerzan en querer ver a Dios como el Señor de los Ejércitos, al frente del pueblo de Israel dándole grandes victorias. Y lo más grave es que líderes políticos de alta relevancia y poder en la humanidad, quieren seguir teniendo el apoyo de este Dios para sus gestas bélicas. Pero el Dios de la Biblia no está ni puede estar con las guerras, no puede estar con las violencias, ni con la pena de muerte ni con el exterminio. Las guerras del Antiguo Testamento, sus exterminios, sus condenas de muerte y otras atrocidades, no pertenecen al núcleo central de la fe. Son las simples problemáticas de un pueblo que, al igual que los pueblos de su alrededor, eran guerreros, practicaban la pena de muerte y la violencia. Son condicionamientos históricos inevitables en el pueblo de Israel, al igual que en todos los pueblos coetáneos del Israel del Antiguo Testamento.
Sería impensable que Israel hubiera sido un pueblo sin guerras, sin pena de muerte, sin exterminios y sin violencia. Habría sido algo en contra de la propia historia, anormal y fuera de todo contexto. ¿Pero significa esto que Dios pueda bendecir las guerras o que hoy haya líderes políticos que se apoyan en una creencia en un Dios que se pone al lado de los vencedores o de los vencidos? En ninguna manera.

Jesús, ya en otro contexto más cercano a nosotros, no abroga la Ley, pero sí la cumple matizándola enormemente y con unas connotaciones de paz innegables: “Oísteis que fue dicho a los antiguos ojo por ojo y diente por diente, pero yo os digo...”, y rechaza todo tipo de violencia. Hay, así, muchos protestantes, creo que la mayoría, que estarían de acuerdo en que matar en nombre de Dios, orar para que los soldados de los ejércitos sean eficaces y cumplan su tarea con la máxima dureza, pedir la bendición de Dios sobre soldados armados hasta los dientes, con poderosos carros de combate y con bombas, es una blasfemia, un insulto a Dios, un dar la espalda a su Hijo Jesús y una irracionalidad.

Dios no puede estar con los vencedores que caminan sobre la sangre de las víctimas, muchas de ellas totalmente inocentes, como en el caso de los niños, las mujeres y los ancianos, no involucrados en estas lides. Tampoco Dios va a estar con el ejército vencido. Dios no se involucra ni va a estar con los vencedores ni con los vencidos, ni va a bendecir a ningún bando. Dios va a estar siempre al lado de las víctimas, crucificado con ellos, ofreciendo el Paraíso, el de verdad y rogando la mano tendida de los cristianos en la ayuda solidaria a estas víctimas. Dios sí se une y quiere bendecir a los hambrientos, a los mutilados, a los huérfanos, a los injustamente hechos prisioneros, a los gravemente heridos y a los que están agonizando. Se identifica con ellos y todavía sigue gimiendo sus palabras de aprobación a aquellos que tienden su mano de ayuda a las víctimas: “Por mí lo hicisteis”. A la vez que, quizás, esté maldiciendo a los que siguen invocándole pensando en otras posibles guerras o exterminios. El Dios-Amor que se hace presente en nuestra historia a través de Jesucristo, no puede ser el Dios de la guerra. Blasfeman, pues, quienes así se comportan y se convierten en instrumentos para generar sufrimiento y desolación.

Que los condicionamientos históricos del Antiguo Testamento no se conviertan en una herramienta en manos de los inconscientes que no deben ser llamados cristianos, sean metodistas, católicos o carismáticos. El cristianismo es incompatible con la violencia y, la propia historia, nos demuestra que ni la violación de los derechos humanos, ni el terrorismo, ni el holocausto que hoy se está cometiendo contra los hambrientos del mundo, no se pueden solucionar con las metralletas ni con las bombas... El hombre tiene otro tipo de arma más importante: el uso de su inteligencia y de su sensibilidad para hacer frente a las situaciones creadas por el maligno. Para el uso de este arma sí que podemos pedir la bendición de Dios, del Dios de la Biblia. Sí que podemos implorar su ayuda. Sí que podemos pedirle que se ponga de nuestro lado. Se necesita un perfeccionamiento del marco de los ordenamientos jurídicos internacionales, quizás una Constitución Universal que garantice los derechos jurídicos, económicos, sociales y políticos de toda la humanidad.

Una mayor solidaridad y fraternidad universal, un mayor compartir solidario y que cese el despojo de los pueblos pobres, que se respeten las características culturales de todos los pueblos de la tierra, que se haga que la ONU u otra Organización internacional tenga una autoridad real y que sea totalmente eficaz, que el desarme sea universal y no exigencia sólo para algunos, que haya justicia social y cesen los desequilibrios económicos, que cesen todas las ideas racistas y que nos demos cuenta que todos los hombres somos iguales, criaturas del mismo Dios y que dependemos los unos de los otros. Así, que cese la blasfemia de los religiosos que bendicen la guerra o que la hacen en nombre de un Dios que es paz. La paz sí que está en el centro del núcleo de nuestra fe. Las guerras y las violencias en la Biblia, en el Antiguo Testamento, son condicionamientos históricos en una periferia lejana al núcleo central de la creencia cristiana... Lo otro es blasfemar, seguir crucificando a Jesús que siempre va a estar del lado de las víctimas.


Juan Simarro Fernández, licenciado en Filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana de Madrid

© J. Simarro, I+CP, 2003, Madrid, España (www.ICP-e.org)

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