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15 de abril de 2010

Tiempo de Pascua: llevando la luz

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Llevando la luz del Resucitado (Amós López Rubio)                                                             Meditación en Juan 20, 19-23

 

La iglesia cristiana está inmersa en la alegría y la esperanza del tiempo pascual, tiempo de resurrección, inaugurado por la fiesta de la Resurrección de Cristo el pasado domingo 4 de abril y que se extiende durante cincuenta días hasta la Fiesta de Pentecostés, día en que recordamos la llegada del Espíritu Santo a la vida de la iglesia para capacitar a la iglesia en el ejercicio de su misión en el mundo.

El pasaje de Juan 20, 19-23 nos habla de la experiencia de la resurrección de Jesús, y también, por qué no, de la resurrección de la iglesia, y de la resurrección que cada uno y cada una podemos sentir en determinados momentos de nuestra vida. Y ese es el mayor regalo que podemos encontrar en la resurrección de Jesús: un mensaje de vida y esperanza para nuestra propia situación humana.

El texto relata, de acuerdo con la manera en que este evangelista reconstruye los hechos, lo que vendría siendo la segunda aparición del Jesús resucitado a sus seguidores. Según Juan, María Magdalena es la primera persona a quien Jesús se aparece después de resucitado, fue ella la primera testigo de la resurrección y quien comunicó por vez primera la buena noticia al resto de la comunidad cristiana. En esta segunda ocasión, los discípulos y discípulas de Jesús están reunidos secretamente.

La tristeza, la desesperanza y la frustración por la muerte de Jesús eran los sentimientos que dominaban aquella noche de domingo. También tenían miedo. Tenían miedo a las autoridades judías, tenían miedo de correr la misma suerte de su Maestro y terminar en una cruz, acusados de ser seguidores de un profeta que sembró amor y esperanza, pero que a la vez se ganó muchos enemigos entre aquellos que veían amenazada su autoridad religiosa o su poder político. Ellos temían también que los acusaran de haberse robado el cuerpo de Jesús. Las autoridades judías inventaron este argumento para desmentir el anuncio de la resurrección de Jesús.

Pero para sorpresa de todos, Jesús aparece, se coloca en medio de ellos y les da su paz. Recordamos aquí aquellas palabras que Jesús dijera a sus discípulos un tiempo atrás: “Donde dos o tres de ustedes se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en medio”. Ahora el Cristo Resucitado está en medio de su comunidad y les da su paz. Ese ha sido el mensaje de la iglesia a través de los tiempos: Jesús está en medio nuestro, Jesús sigue viviendo en nuestra vida, él es el árbol y nosotros somos las ramas, él es el fuego nuevo en medio de la oscuridad y nosotros las llamas que propagan ese fuego hacia todos los rincones necesitados de luz; él prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, sosteniéndonos y fortaleciéndonos con su paz. Sin esa paz, nada podríamos hacer. Porque la paz de Cristo nos hace personas libres, nos hace una comunidad con un propósito y una misión.

La paz que Jesús nos da es más un desafío que una sensación de tranquilidad y conformidad. Jesús nos da la paz como un regalo a cuidar, como una perla preciosa que hay que defender, como una buena noticia que hay que compartir. Vivimos en una sociedad y en un mundo necesitados de paz. Jesús nos llama a ser pacificadores. El mensaje de la resurrección es un mensaje de paz. Como iglesia de Cristo somos llamados y llamadas a ser comunidades de resurrección y paz, y el Señor que vive en medio nuestro nos da las fuerzas necesarias para serlo.

Jesús también mostró a la comunidad reunida aquella noche de domingo, las marcas del martirio y el sufrimiento en sus manos y en su costado. Podríamos pensar que Jesús hizo esto para demostrar que verdaderamente era Jesús, el que había sido crucificado. El mismo Juan nos cuenta en su evangelio el episodio de Tomás, un discípulo que se negaba a creer en la resurrección de Jesús hasta que no lo viera con sus propios ojos. Sin embargo, creo que este gesto de Jesús quiere decirnos algo más que está relacionado con los que veníamos diciendo antes. El Señor está en medio nuestro, nos da su paz, y acto seguido nos muestra las señales de su martirio. Es una señal de lo que sucederá con la iglesia de ahora en adelante, con esa iglesia que anuncia a un Cristo vivo cuando muchos lo dan por muerto, o lo prefieren muerto; con esa iglesia que transmite un mensaje de paz que entra en contradicción con fuerzas y poderes en el mundo que no quieren la paz, que no quieren la libertad, que no quieren la justicia.

Somos llamados y llamadas a ser comunidades de resurrección, de paz y de testimonio. Y este testimonio puede, en muchas ocasiones, traernos sufrimiento, incomprensión, rechazo, violencia, conflictos. Si algo les ha sobrado a los cristianos y las cristianas que han sido consecuentes con su fe en Jesús, son los enemigos. Jesús muestra a sus seguidores las marcas del dolor, las huellas del precio que tuvo que pagar por ser consecuente y fiel al anuncio del reino de Dios y su justicia. Les estaba diciendo: ustedes también tendrán que pagar un precio si deciden ser fieles a este evangelio. En los días pasados en que celebramos la Semana Santa, hacíamos memoria de hermanos y hermanas que, en diferentes momentos y lugares, ofrecieron su vida en fidelidad al mensaje liberador de Jesús: Monseñor Romero, Martín Luther King, Frank País, Dietrich Bonhoefer, son solo algunos nombres que iluminan el testimonio cristiano en la historia. Quizás nuestro testimonio hoy no requiera de grandes sacrificios, pero lo que no puede faltarle a la iglesia de Jesús es la determinación de luchar por la vida, por la justicia, por la paz, por la liberación humana en todas sus dimensiones.

Jesús dijo nuevamente a sus discípulos y discípulas: “¡Paz a ustedes! Como el Padre me envío, así yo los envío a ustedes. Y sopló sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. Después de colocarse en medio de ellos, después de darles su paz, después de mostrar las heridas en sus manos y en su costado, Jesús, ungiendo con su Espíritu a su iglesia, los envía a ser instrumentos de perdón y reconciliación en el mundo. Somos llamados y llamadas a ser comunidades de resurrección, de paz, de testimonio y de reconciliación. Todo esto es parte de una buena y única noticia: la vida ha triunfado sobre la muerte, y en el poder de la vida podremos seguir enfrentando la muerte.

Proclamar y vivir la resurrección es una manera de construir la paz, es un testimonio eficaz y profundo del amor de Dios, es una manera de reconstruir vidas maltrechas, es un modo de tender puentes donde el perdón y la reconciliación sean una realidad. ¿De cuántas maneras podemos resucitar? ¿De cuántas maneras podemos ser comunidades de resurrección y vida? Cada vez que nuestras oscuridades se iluminan, cada vez que somos instrumentos de paz, cada vez que damos un testimonio consecuente con nuestra fe, cada vez que promovemos el perdón y la reconciliación, somos señales de la resurrección, alimentamos la vida y la esperanza. Jesús se hace presente en medio nuestro y su salvación volverá a manifestarse.

Como bien nos dice Jesús, cada pecado que no perdonemos, quedará sin ser perdonado; cada servicio que nos neguemos a dar, será una obra de amor que quedará inconclusa. Cada vez que seamos insensibles al dolor y la necesidad de nuestros semejantes, el amor de Dios dejará de manifestarse. Cada vez que decidamos no amar, vencerá la muerte, la resurrección no será buena noticia. Un compositor cristiano cubano lo expresa así en uno de sus himnos: “Todo el amor que manché con mi egoísmo; todo lo que pude ser y que no he sido, lo que pude salvar y se ha perdido; la sonrisa que negué al que sufría, la mano que no tendí al que llamaba; las frases de amor que no dijo mi lengua, los besos que yo dejé que se murieran”. De estas y otras maneras, nosotros y nosotras podemos dejar de ser señales de la resurrección.

Mis hermanos y hermanas, Dios permita que este no sea nuestro caso. Jesús está en medio nuestro, nos da su paz, nos desafía a dar testimonio de su resurrección, y nos envía a nuestras familias, a nuestros barrios, a nuestras escuelas y centros de trabajo, para ser luz, para que la luz del Cristo Resucitado se refleje a través de nuestras acciones, pensamientos y sentimientos. Que así sea.

 

 

 

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