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11 de abril de 2010

Testimonio de una liturgia inesperada

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Testimonio de una liturgia inesperada

                                                                               

Chile, terremoto 2010.

 

Jamás imaginé la posibilidad de pensar una liturgia para agradecer y despedir la casa que me cobijó junto a mi familia durante 37 años.

 

El terremoto del 27 de febrero pasado agrietó esa estructura  que siempre consideré indestructible. Cómo no pensar en ella como fortaleza si había sido construida por nosotros. Pero en verdad su estructura era una excusa para tener un lugar donde vivir, pues lo que allí había era mucho más que pilares y muros. Era hogar, familia, hijos que nacieron y crecieron alegres por sus distintos espacios, vivencias y relaciones llenas de un profundo sentido de lo humano. Recuerdos infinitos, penas y alegrías, duelos y resurrecciones cotidianas impregnados en cada rincón. Todo parecía increíble. No podía ser que la estábamos desnudando y preparando para su sepultura.

 

 

En medio de tanto dolor, limpié un espacio y en medio de la sala principal coloqué un cubrecama artesanal. Allí cada miembro de la familia colocó objetos que le fueran muy significativos. Ese día preparamos la última comida en esta casa, la pusimos en este improvisado altar junto a un vino que compartiríamos y una botella de champaña que prometimos abrir en la inauguración de nuestra nueva casa.

 

En medio del círculo la voz de uno de mis hijos llenó el espacio:

 

El Señor es mi Pastor…

 Aunque ande en valle de sombra y de muerte…

 

Su voz se quebró.

Dimos espacio al dolor, aceptamos nuestro duelo y lloramos largo rato.

 

Cada uno y cada una hizo de este momento un espacio de habla, había tanto que decir, de los árboles del patio,  cómo se renovó el cerezo en que mi hijo cogía las flores que me regaló en su infancia,  el durazno que envejeció  y uno nuevo que porfiadamente brotó y hoy tiene sus primeros frutos. La escalera de noble madera que nunca crujió y que por sus peldaños hijos e hijas, primos y primas, amigas y amigos de ellos se deslizaron llenos de emoción en un colchón  proveniente de la cama más cercana.   

 

En este proceso de des-apego nunca tuvo tanto sentido para mí la espiritualidad de Jesús: 

 

Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros…

Observar los lirios del campo…

 

La confianza en la gracia, el amor y cuidado del Buen Pastor nos permitió agradecer la vida nuestra y orar por la sanidad de los que viven el duelo por la pérdida –no sólo de sus casas- sino también de seres queridos. Nos sentimos afortunados de estar juntos.

 

Tomados de la mano y con palabras entrecortadas agradecimos este espacio brindado para vivir por tanto tiempo, oscilando entre la pena y la  gratitud compartimos el vino como símbolo de la energía que traspasa el dolor y fortalece para un nuevo amanecer.  

 

Luego oramos haciendo nuestra la antigua oración irlandesa:

 

Que la tierra se vaya haciendo camino ante nuestros pasos

Que el viento sople siempre a nuestras espaldas

Que el sol brille cálido sobre nuestros rostros

Que la lluvia siga cayendo suavemente sobre nuestros campos

Y en tanto, vamos caminando

Dios nos guarde en la palma de su mano.

 

 

María Palma Manríquez

Laica Pentecostal.

Los Ángeles, Chile.

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