24 de abril de 2009
Teología a partir del Año Cristiano
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La manera como la Iglesia observó el tiempo en los primeros siglos fue examinada en detalle porque, como tantas veces ocurre en el culto cristiano, si entendemos bien las experiencias de los primeros cuatros siglos de la Iglesia, habremos captado el centro del asunto. También valdrá la pena reflexionar un poco sobre lo que ello significa.
El calendario de la Iglesia se centraba en aquello que Dios hiciera y continúa haciendo por intermedio del Espíritu Santo. Un elemento central del año cristiano es que todo ya está hecho a favor nuestro. Todo lo que necesitamos hacer es aceptar lo que Dios hizo. Entonces realmente estaremos libres para actuar. El año litúrgico de la Iglesia subraya la futilidad de nuestros esfuerzos y exalta las victorias de Dios a favor nuestro. En suma, el año eclesiástico es un recuerdo constante de las dádivas que no podemos crear, sino apenas aceptar. Pius Parsch lo llamaba “el año de la gracia de la Iglesia”. A lo largo de todo el año los diversos períodos y días nos recuerdan que la salvación es una dádiva que nos es ofrecida en diferentes aspectos.
(...) En términos más breves, el año cristiano de la Iglesia opera de modo de manifestar a Jesucristo hasta que él vuelva, por medio del testimoniando del Espíritu Santo en la Iglesia. Así, el año litúrgico es tanto proclamación como acción de gracias. De manera similar a como una oración judía o cristiana recita aquello por lo cual damos gracias, de la misma forma, el año cristiano proclama y da gracias a Dios por sus acciones maravillosas. Los cristianos y los judíos exaltan a Dios no en términos abstractos, sino recitando sus obras maravillosas. Se trata de un proceso de pensar y agradecer por lo cual glorificamos a Dios por la rememoración de lo que Él hizo. El año litúrgico refleja la propia naturaleza de la oración cristiana y nuestra relación con Dios. Buena parte de su fuerza viene de la reiteración, lo que también se aplica a la oración diaria. Año tras año, semana tras semana, hora tras hora, los actos de Dios son recordados y nuestra comprensión de los mismos se profundiza. Estos ciclos nos resguardan de una espiritualidad superficial, basada en nosotros mismos, apuntando, al revés, a las propias obras de Dios.
La observancia del tiempo, naturalmente, también puede volverse un trámite idólatra como puede suceder con cualquier otra cosa que es buena. El tiempo litúrgico puede ser usado para adornar nuestros cultos y para darles una apariencia de estar a la moda. La observancia del año eclesiástico por razones erradas es peor que inútil, toda vez que podemos terminar haciendo culto a nuestro trámite, en vez de al propio Dios. Pero cuando efectivamente usamos las estructuras del tiempo litúrgico para aproximarnos más a Dios, ellas pueden servir muy bien a tal objetivo al llevarnos al encuentro con la plenitud del Evangelio.
¿Cómo es que el tiempo litúrgico nos acerca más a Dios? El año cristiano es una forma mediante la cual revivimos por nosotros mismos todo aquello que importa de la historia de la salvación. Al recordar los hechos salvíficos del pasados, ellos se tornan vivos en su poder actual de salvar. Nuestros actos hacer memoria nos traen de vuelta los eventos originales con todo su significado. Y así continuamos “proclamando la muerte de nuestros Señor Jesucristo hasta que él venga” (1° Cor 11:26). Los diversos actos de ensayo de la historia de la salvación renuevan para nosotros los beneficios de aquello que Dios hizo en nuestro favor en esos eventos. El nacimiento de Cristo, su bautismo, muerte y resurrección y demás hechos nos son dados todos nuevamente para nuestra propia apropiación por medio del hacer memoria comunitaria de esos eventos, de modo de hacerlos de nuevo presentes. Esos eventos dejan de ser datos inconexos del pasado, para ser parte de nuestra historia personal al revivir la historia de la salvación ensayada en nuestro culto. De esta forma Cristo muere en nuestra conciencia cada Viernes Santo. En cada Pascua y en cada Día del Señor somos testigos de la Resurrección.
El año cristiano pasa a ser un medio vital y vigorizante a través del cual Dios se nos es dado. Es un dar que jamás se agota. Cada ocasión, el año, la semana, y el día nos animan a un encuentro más a fondo con Dios. Percibimos un aspecto del bautismo de Cristo en este año, otro en el próximo año, mas nunca llegamos al fondo. De esta forma, el año litúrgico es un medio constante de la gracia por la cual recibimos las dádivas que Dios nos da.
El año cristiano trata de lo que Dios hizo por nosotros, no de nuestros propios esfuerzos. Toda la estructura llama la atención hacia la obra de Dios, no la nuestra. Y la obra de Dios se hace conocida de diversas maneras por medio de los eventos y necesidades cambiantes de cada tiempo y lugar en el cual los cristianos hacen culto. (...)
Tomado de
James Withe, Introducción al Culto Cristiano. Editora Sinodal, Sao Leopoldo 1997, pgs. 53-54
Palabras relacionadas
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