Autor/es: Nestor Borri
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I
Nada en la predicación del hombre cuyo nacimiento se celebra a final de diciembre hace mención de su nacimiento o de su infancia. El nada dijo al respecto.
Los relatos son fragmentarios y escasos, y los exégetas indican que los que conocemos - las narraciones hechas en los libros llamados "de Mateo"; y "de Lucas"- provienen muy probablemente del contacto directo de quienes compilaron esos libros con las mujeres que conocían al hombre desde
pequeño, y algunos señalan incluso a su propia madre como potencial informante.
Por lo demás, mucho de lo que en nuestra imaginación o, mejor, nuestro
imaginario, tenemos asociado al hecho denominado Navidad, proviene de otros
mundos culturales, de viejas tradiciones - viejas de todas las épocas. La más antigua, claramente dominante de la simbología y determinante para la fijación de la fecha, es la que en el hemisferio norte reconocía estos días - el solsticio de invierno- como aquellos de las noches mas largas del
año. A fines de diciembre, las largas y oscuras noches, cada año, llegan al
cenit de su negrura y extensión. Pero indefectiblemente, al llegar allí,
empiezan a acortarse. Y el sol, en fin, renace.
Los antiguos tenían una intuición profunda al respecto: por un lado, había que festejar y celebrar tal cosa. Y esto, a despecho del hecho de que, más allá de que se lo celebrara o no, sucedería de todas maneras. A los antiguos o bien no les constaba - la regularidad de las leyes naturales es, bien
entendida, un invento reciente, más cercano a los tiempos del aire acondicionado que a los del descubrimiento de la agricultura- o,
hipótesis más rica en todo sentido, se sentían de alguna manera responsables,
co-responsables, de que el ciclo del cielo y de los frutos se renovara. Con la misma misteriosa y bella intuición, hombres y mujeres en otras culturas, adornaban los árboles durmientes del invierno, con colores y fuegos, para que recordaran que, llegado el final de los fríos, debían prepararse
otra vez para un tiempo pincelado de otras temperaturas y coloridos. Esta idea de
coparticipación, festiva y responsable a la vez- seguramente marcada también por el miedo - la seguimos ejerciendo de manera velada pero persistente, quemando fuegos y adornando árboles, puntuando el tiempo con gestos no menos absurdos que hondos.
Pero, volviendo al ítem anterior, el de los relatos de las mujeres a las comunidades que habían visto los hechos prodigiosos, la revolución y la muerte de ese hombre, vale la pena quizás señalar algunas cosas.
Antes que nada, recordar que quizás, "vinieron unas mujeres" o "unas mujeres dijeron que" es muy probablemente el punto central, el desencadenante y el
corazón de la historia - en el sentido de hecho histórico y de relato- que ordena y
estructura una parte central de nuestra idea contemporánea de lo sagrado, aquí en occidente al menos. Mujeres que habiendo estado al pie del patíbulo, días después reconocen una presencia que les hace saber que una tumba está vacía. A partir de ese reconocimiento, turbador y apaciguante, oscuro y luminoso , desafiante en su ambigüedad radical y por lo tanto llamador a
decisiones, debió haber surgido la inquietud y la necesidad de preguntarse algunas cosas, a formular algunas hipótesis y narraciones que dieran sentido a un acontecimiento tan difícil de encajar en lo ordinario.
Esas narraciones - canónicas y apócrifas, históricas, poéticas, racionales, emotivas y simbólicas- del nacimiento de quien fuera conocido como Jesús de Nazareth, indican, creo, y mas allá de sus múltiples formas, más allá y más acá incluso de sus cooptaciones por el discurso del shopping
mercantil y religioso, una sola cosa: la certeza radical (por, lo tanto, certeza
sin garantías) de que esa secuencia vivida en su momento como una manifestación
intensa de lo sagrado - como experiencia de liberación, fascinante y tremenda- tuvo que nacer, tuvo que empezar, fue frágil, esperó, vivió oculta.
Desconocida: del absconditus, el dios dscondido, hablaban los profetas.
Creció, debió esperar, se gestó en relaciones marcadas por el ambiguo tiempo
del vivir. Dudó. Se abrió al abismo sin orillas del lenguaje y al placer y
la belleza de un cuerpo que crece, a la contingencia de los días y a las elecciones y distinciones que todos los días guardan. Al dolor y la inseguridad. Fue, aquella, historia de alguien. Expuesta, también, a la muerte. Desde el primer momento. No por nada
empieza uno de los relatos "en tiempos de Herodes...". En tiempos de ése que,
sabiendo que algo nacía - y que él sabía que nacía en el seno de su propio pueblo - mandó a matar a todo recién nacido. Porque eso que nacía, o aquello que en ese nacimiento se gestaba, ponía en cuestión su impunidad y su
opulencia. Su poder vicario y despótico. Y mandó a matar toda cosa que pareciera estar naciendo. Herodes, apóstol del miedo. Arquetipo de la cobardía del represor. Lástima que se lo recuerde hoy como un día para bromas "inocentes".
En fin, los viejos relatos reconstruyen lo que siendo obvio hacía falta reafirmar: "aquello" había sido niño.
II
Comentando "Memorias de Adriano", una mujer tan inmensa en su palabra como pequeña en su contextura, Marguerite Yourcenar, señalaba que había encontrado en una carta de Flaubert una frase que marcó toda su
empresa literaria: "Cuando los dioses ya no existían, y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre."
Podemos decir, y es un pequeño e interesante matiz: un tiempo en que el hombre estuvo solo. Me atrevo a agregar que se refiere,
cronológicamente, a lo que podríamos llamar el adviento histórico.
Históricamente, fue también el tiempo en que los oráculos habían callado. El último mensaje del Oráculo de Delfos, a Justino: "el agua del lenguaje se ha
secado". Ese silencio que hizo que en esa época Plutarco escribiera su libro: "De los oráculos que han callado y por qué."
Noche oscura, también, de la palabra. Tiempo de sequía y sed de sentido. Una canción desesperada dice en estos días en nuestras radios: "qué se puede hacer en esta tierra incendiada sino cantar, qué se puede hacer con palabras deshabitadas sino cantar, canto: tan débil soy que mi voz es mi mano
alzada y fuerte" (Y adviento es también el tiempo de la voz que clama canta en el
desierto). El pozo del lenguaje se ha secado. ¿Qué hacer? Adviento histórico, sí, pero también, todos los advientos que, al fin y al cabo, son una vivencia humana, subjetiva e histórica, personal y social.
Adviento, tiempo del deseo y la sed de justicia. Tiempo de reconocer la secretura de la vida y de cuidar la fragilidad de sus señales. La noche más oscura: cronología de la oscuridad, pero también el kairós que tiene el silencio que sólo la gravidez puede tener, y esjaton, tiempo de inminencias
y presagios. Calma antes de la tormenta.
III
Una mujer dijo, hace un tiempo en un encuentro en el que participé, una frase que se me grabó: "Que aprendamos a cuidar los espacios de nacimiento".
Era una oración. Lo escuché , sin embargo, como un pedido, una indicación.
Tiendo a pensar que quizás fuera una orden.
Otra mujer, hace unos días: "ser humano, o sea: permanecer en estado de escucha, y construyendo asombro". Pensando esto creo que me simpatiza mas esa otra sentencia del hombre cuyo nacimiento se celebra en estos
días, afirmación tan vapuleada por los dueños de verdades muertas y controladores
de almas y deseos.
Esa advertencia que, "en tiempos de Herodes", como dice el libro, la misma
fuerza de lo sagrado decidió asumir: "les aseguro que si no se hacen como niños..."