Autor/es: Cristina Dinoto
Visto: 1926 veces
NO SE VE LO MISMO YENDO QUE VOLVIENDO
(te lo cuenta el hijo de la parábola de Lucas 15:11-31)
El camino de ida se hizo fácil, Padre. Tenía en mis manos lo que parecía la felicidad. En el camino de ida no pensé en Ti, solo en qué iba a gastar lo que creía era “mi plata”. Pero… no se ve lo mismo yendo que volviendo.
Cuando malgasté todo el dinero que me había dado mi Padre, quedé parado en el medio del camino, y se me hizo noche oscura en el alma. Tenía hambre, no tenía ni una mísera moneda, no podía ver más allá, pensaba y pensaba cada palabra para decirle, preparando el alegato para ser perdonado.
Y fue entonces cuando decidí volver sobre mis pasos, volver a la casa, el lugar donde había sido feliz, entre mi gente, la que me conocía y sabía con sólo una mirada lo que me pasaba. Volver a los brazos de mi Padre, sí, ese Padre que en cuanto me divisó salió al camino a buscarme con los brazos abiertos para que yo no tuviera ninguna duda que me estaba esperando, que quería que vuelva, y cuando me envolvió en sus brazos y me besó supe dentro mío lo que significa ser perdonado.
Para ser perdonados siempre siempre hay que dar un paso, salir de ese “lugar” donde estamos y no estamos bien; donde algo nos molesta, como piedra en el zapato. Para sentir el perdón necesitamos la declaración del arrepentimiento, aunque no nos salga bien, aunque se nos confundan las palabras, el Padre siempre entenderá. Y así podremos cubrirnos con su abrazo, así volvemos a sentirnos “dentro de la casa”.
- ¿ Así volvemos al Padre? ¿Reconociendo que somos únicos responsables de lo que hicimos mal?
- ¿Volvemos a pedir perdón, sin agregar ninguna excusa? ¿Le decimos al Padre “Ten misericordia de mí”?
La falta de perdón es como un veneno que tomamos a diario a gotas y que finalmente nos termina envenenando.
El perdón es una decisión de amor. Así lo fue con el Padre y el hijo que vuelve.
Pastora Cristina Dinoto
(Mendoza, Argentina)