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24 de abril de 2009

Miércoles de Cenizas y el inicio de la Cuaresma

Autor/es: Autoría desconocid

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Miércoles de Cenizas y el inicio de la Cuaresma.


En la tradición bíblica la ceniza simboliza la humillación ante Dios y el arrepentimiento. Aquel hombre llamado Job, después de haber experimentado la presencia y la grandeza de Dios en medio de su sufrimiento y su aflicción, pudo expresar estas palabras:

“Hasta ahora, solo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y la ceniza”.

El profeta Daniel ayunaba y se vestía con ropas ásperas, y sentándose sobre la ceniza, expresaba su dolor y su preocupación por el futuro de su pueblo que sufría la experiencia del destierro. Sus oraciones y súplicas concluyen de esta manera:

“¡Señor, Señor! ¡Escúchanos, perdónanos! ¡Atiéndenos, Señor, y ven a ayudarnos! ¡Por ti mismo, Dios mío, y por tu ciudad y tu pueblo, que invocan tu nombre, no tardes!”

Durante su ministerio, Jesús reprende a aquellos pueblos que cerraron su corazón al anuncio del reino de Dios. Les decía:

“¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Batsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre ustedes, ya hace tiempo que se habrían vuelto hacia Dios, cubiertos de ropas ásperas y ceniza.”

Es decir, echarse sobre las cenizas y mortificar el cuerpo con ropas ásperas, eran las señales del arrepentimiento y el reconocimiento de los pecados, así como de la soberanía de Dios en la vida personal y colectiva.

En la tradición cristiana, las cenizas comienzan a entrar en la llamada liturgia de la penitencia, que ya los cristianos observaban desde los primeros años de vida de la iglesia. Hacia finales del siglo IV de nuestra era, la cuaresma era entendida de dos maneras: el tiempo de la penitencia y el tiempo de preparación para el bautismo. Estas dos experiencias culminaban en las celebraciones de Semana Santa: los penitentes celebraban el rito de reconciliación y perdón el Jueves Santo. Los candidatos al bautismo se sumergían en las aguas del nuevo nacimiento en la madrugada del domingo de Resurrección.

La imposición de las cenizas en el inicio de la liturgia de la penitencia, quería recordar a los creyentes su condición humilde y el carácter transitorio de la vida humana en comparación con la eternidad de Dios. Cuando el orgullo, la prepotencia y el egoísmo nos dominan, debemos recordar nuestra mortalidad, que fuimos creados del polvo de la tierra y que al polvo volveremos. Dios es nuestro creador y a él debemos nuestra vida, y de acuerdo a su voluntad debemos vivir.

El arrepentimiento sobre las cenizas nos conduce al tiempo aceptable de la gracia y el perdón, a mirar nuestras miserias interiores para renovar nuestra manera de pensar y de actuar. Sólo en el conocimiento verdadero de nosotros mismos podemos ver cuál debe ser nuestra penitencia. Necesitamos la conversión de cada día, la renovación en la verdad, la libertad y la justicia, fortalecer el compromiso con el prójimo, cambiar lo que debe ser cambiado y poder darnos cuenta, dejando de lado lo superficial, de cuáles son las cosas más importantes.

En el tiempo de la Cuaresma, tiempo de penitencia, la comunidad cristiana está llamada a intensificar la oración y la confesión sincera de nuestros pecados, a volvernos a Dios y a su reino de amor, paz y justicia. Es un tiempo en el cual también nos exigimos más a nosotros mismos, debemos ser más vigilantes de nuestros actos, palabras y pensamientos. En un tiempo para vivir a profundidad la solidaridad, el desapego de las riquezas y el amor fraterno, y así unirnos a Cristo en el camino de las tentaciones, los sacrificios, la pasión y la muerte, para finalmente resucitar con él.


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