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12 de junio de 2018

Meditación a propósito del Día de los Padres

Autor/es: Amós López Rubio

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(Amós López Rubio)
 
Textos bíblicos: Mt 1, 18-25; Mc 5, 22-24 y 35-42; Lc 11, 11-13; 15, 11-32.
 
Me gustaría traer a la memoria algunas historias que aparecen en el Nuevo Testamento, historias donde los padres tienen un papel importante y cuyas actitudes nos dejan un mensaje. Creo que son historias que pueden seguir inspirándonos hoy en la reflexión acerca de la paternidad, de las relaciones familiares y sus desafíos en nuestra sociedad.
 
Les invito a leer el evangelio de Marcos, capítulo 5, versos 22-24 y 35-42.
 
Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que, al verle, cayó a sus pies, y le suplicaba con insistencia: “Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva”. Jesús fue con él, le seguía un gran gentío que le oprimía … Mientras estaba hablando, llegaron unos de la casa del jefe de la sinagoga diciendo: “Tu hija ha muerto, ¿para qué molestar al Maestro?”. Jesús, que oyó el comentario, dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta con que tengas fe”. Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a la casa del jefe de la sinagoga y observaron el alboroto, unos que lloraban y otros que daban fuertes gritos. Jesús entró y les dijo: “¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no ha muerto, está dormida”. Los presentes se burlaban de él. Pero él, después de echar fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entró donde estaba la niña. Tomó entonces la mano de la niña y le dijo: “Talita kum”, que quiere decir, “Muchacha, a ti te digo, levántate”. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor, él, por su parte, les insistió mucho en que nadie lo supiera. Después les dijo que dieran de comer a la niña.
Jairo era principal en la sinagoga, entre los ancianos tenía la responsabilidad del orden del culto de los sábados. Pertenecía a una clase que generalmente rechazaba el ministerio de Jesús, pero la grave enfermedad de su hija le impulsó a buscar ayuda. Por amor a su hija, Jairo tiene que traspasar los límites, pasar por encima de sus prejuicios y exponerse incluso a ser señalado por sus colegas en la sinagoga. Sabemos que Jairo no fue el único líder judío que se acercó a Jesús. Nicodemo, jerarca de los judíos, miembro del Sanedrín y maestro de Israel, vino a Jesús de noche para esclarecer dudas respecto a Jesús y a las cosas que este hacía. El evangelio de Juan afirma que para la sepultura de Jesús, Nicodemo realizó una importante donación de 30 kg de mirra y áloes. José de Arimatea, quien dio sepultura a Jesús junto con Nicodemo, era un hombre rico y probablemente miembro del Sanedrín. Fue un discípulo secreto de Jesús.
Quisiera destacar algunas de las acciones de Jairo, las cuales nos permiten comprender mejor su actitud y su disposición a salvar la vida de su hija a cualquier costo. Jairo busca a Jesús y le suplica que salve a su hija, y lo hace de manera pública, a la vista de una multitud donde muchos lo conocen como uno de los jefes de la sinagoga. Pero hay más, Jairo no solamente encuentra a Jesús en medio del pueblo sino que se arrodilla a los pies de Jesús y le suplica. Este es el gesto propio de quien reconoce en Jesús no solamente a un maestro, a alguien con autoridad sino también a una persona enviada por Dios o alguien en quien Dios se manifiesta de una manera extraordinaria. En la Biblia, inclinarse de rodillas es el gesto que indica el reconocimiento humilde de que se está en la presencia de Dios, el reconocimiento de la soberanía de Dios y de la disposición a servirle y obedecerle. Finalmente, Jairo rompe una última barrera, invita a Jesús a su casa, le permite el acceso a la intimidad de la familia y confía en su palabra, palabra que trae paz y esperanza a una familia desesperada.
Queridos padres, posiblemente ya hemos tenido la experiencia de Jairo y seguramente la tendremos en varios momentos de nuestra vida. No escatimamos ningún esfuerzo, ningún sacrifico, ningún privilegio cuando se trata de la vida de nuestros hijos y nuestras hijas. Ellos son una bendición de Dios, una responsabilidad ante la vida, la sociedad y la historia, una oportunidad para crecer y ser mejores personas, para comprender mejor a nuestros padres, para sentir más profundamente el hecho de que Dios es nuestro Padre, un padre que nos cuida, nos educa, nos alimenta, nos escucha, nos comprende y que siempre está dispuesto a vencer cualquier obstáculo con tal de que nosotros nos levantemos de nuestras caídas, nos paremos sobre nuestros propios pies y podamos andar.
Jesús nos cuenta en el evangelio otra historia bien conocida. Un padre tenía dos hijos, y un día, el menor de ellos, le pide la parte de la herencia que le correspondía. Decide salir al mundo y probar suerte, demostrarse a sí mismo que podía hacer su propio camino, pero aquella aventura no tuvo el final que él esperaba. Malgastó su herencia, fue irresponsable y para subsistir tuvo que buscar trabajo, y como no se había preparado adecuadamente para ese momento, el trabajo que pudo encontrar no le hacía feliz, no era un trabajo que le dignificaba como persona. Entonces, para evitar destruirse a sí mismo, tomó la decisión de volver a casa y pedir a su padre que le diera trabajo como uno más de sus empleados.
Sabemos el resto de la historia. El padre siempre estuvo esperando el regreso de su hijo y cuando lo vio venir de lejos corrió a su encuentro, lo abrazó, le devolvió el valor y la dignidad que había perdido. Organizó una gran fiesta, compartió su alegría con todos y dio gracias porque su hijo perdido había sido recuperado, recuperado para sí mismo, para la familia, para la sociedad, para Dios. Sabemos también que el hermano mayor sintió celos, no comprendía el amor de su padre y no podía comprender cuán necesario era que su hermano fuese salvado.
Queridos padres, para cuidar, educar, sostener, orientar a nuestros hijos necesitamos ejercitar la paciencia. Si bien nuestros hijos pueden movilizar nuestros mejores sentimientos y nuestras mejores acciones, también pueden sacar fuera lo peor de nosotros. El deseo de disciplinar, corregir, orientar y proteger a nuestros hijos del peligro puede llevarnos a manifestaciones de ira, violencia y maltrato. ¿Cómo hacer valer nuestra autoridad sin maltrato? ¿cómo exigir obediencia sin violentar la integridad de nuestros hijos? ¿cómo iniciar un proceso de sanidad, de diálogo y reconciliación sin abrir nuevas heridas?
En estos momentos donde aflora lo peor de nosotros es bueno recordar la palabra del evangelio donde Jesús nos dice que aun siendo malos podemos dar buenas cosas a nuestros hijos, y cito a Lucas en su capítulo 11: “¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”. El tema de fondo en el cual se inserta esta frase de Jesús es la oración. Jesús está enseñando a sus discípulos acerca del valor de la oración y de la necesidad de insistir por medio de la oración para obtener aquello que necesitamos.
Los padres que estamos aquí seguramente podemos contar muchas experiencias acerca de la fuerza que tiene la insistencia de nuestros hijos cuando quieren algo. A veces, les damos lo que quieren para “salir de ellos”, como decimos en buen cubano o como lo cuenta el propio Jesús en este pasaje de Lucas cuando pone como ejemplo aquella historia del hombre que en la medianoche toca en la puerta de la casa de su amigo para pedirle unos panes. Pero tengamos cuidado de no dar a nuestros hijos serpientes y alacranes cuando nos piden pescado y huevos.
Como dice uno de los textos del poeta cubano Nicolás Guillén, hay que cerrar la muralla al alacrán y al diente de la serpiente, al veneno y al puñal, y abrir la muralla al corazón del amigo, a la paloma y el laurel, al ruiseñor en la flor. Y si tomamos en serio la comparación que hace Jesús en relación a lo que los hijos piden a sus padres y lo que los cristianos y las cristianas pedimos a Dios, se trata, en el caso de Dios, de ofrecer el Espíritu Santo a su iglesia. En nuestro caso, queridos padres, se trata entonces de ofrecer siempre a nuestros hijos toda la fuerza, todo el consuelo, todo el consejo y todo el amor que pueda ayudarles a ser hombres y mujeres de bien.   
Volvemos a la parábola del padre amoroso. La historia de Jesús no está basada en hechos reales pero apunta hacia aquella paternidad que deseamos, hacia aquella paternidad que nos gustaría practicar y vivir. Una paternidad donde cultivemos el respeto, la paciencia, la comprensión, donde sepamos acompañar a nuestros hijos en las diferentes etapas de sus vidas, donde sepamos animarlos a trazar su propio proyecto de vida y estar siempre con los brazos abiertos cuando las cosas no salgan bien; donde podamos también servir como mediadores en los conflictos entre nuestros hijos; donde podamos celebrar con nuestros hijos e hijas esos momentos de salvación, de recuperación, de reencuentro, de confesión y perdón mutuos.           
Por último, quisiera recordar a José, el padre de Jesús. José tuvo que enfrentar situaciones inusuales y comprometedoras que ponían contra la pared al hombre más valiente y enamorado. Su prometida, María, estaba esperando un hijo antes de que ellos tuviesen relaciones sexuales. José quiso abandonar a María pero Dios le reveló en sueños que aquel hijo era especial ya que era una manifestación de la obra del Espíritu Santo y del plan redentor de Dios para los seres humanos. Y yo me pregunto: ¿cuál de nuestros hijos y de nuestras hijas no han sido y son para nosotros justamente eso, una manifestación de la obra del Espíritu Santo y del plan redentor de Dios para la humanidad?
El resto de la historia lo conocemos. José confió en la palabra de Dios y permaneció junto a María por amor a ella y por amor al niño que nacería. Sabemos que Jesús aprendió de José el oficio de carpintero, pero, ¿cuántas otras cosas aprendió de él? Los evangelios no nos cuentan nada sobre esto pero sí nos hablan de Jesús, de sus convicciones, de los valores que defendía, de su temor a Dios y su solidaridad con los más necesitados, de su palabra valiente ante las injusticias, de su respeto por la ley y las tradiciones de su pueblo, de su vida entregada a la oración y la comunión con el Padre.
María no fue la única responsable de la educación de Jesús. José enseñó a su hijo a construir y reparar mesas, sillas, embarcaciones; quizás también le enseñó a construir y a reparar vidas humanas; seguramente le habló a Jesús de los diferentes tipos de madera y para qué sirve cada una, quizás también le habló de los diversos materiales de los cuales estamos hechos nosotros, los seres humanos. No sabemos hasta dónde, pero algo o mucho de José quedó inculcado en el carácter, la sabiduría, la compasión y la vocación de Jesús.
Recuerdo en este momento al pastor Federico Pagura, Obispo Emérito de la Iglesia Metodista en Argentina, incansable luchador por los derechos humanos, profeta de nuestro tiempo y líder del movimiento ecuménico en América Latina y el mundo. Varios de sus poemas han sido musicalizados, uno de ellos lo cantamos a ritmo de tango, “Tenemos esperanza”, uno de los grandes himnos latinoamericanos y de la iglesia universal. Federico Pagura es sin duda uno de nuestros padres en la fe y en la esperanza, su vida será siempre una inspiración para la iglesia latinoamericana, para la causa ecuménica y las luchas por la completa liberación humana. Recordando a Pagura, la Comunidad Anabautista Menonita de Buenos Aires ha escrito estas palabras: “Gracias, hermano, tu testimonio deja enormes huellas en todos aquellos que luchamos por Otro Mundo Posible”.
Queridos padres, nuestros hijos y nuestras hijas son parte importante de nuestro fruto y nuestra huella en la vida y en la historia. Ellos pueden heredar nuestro oficio, nuestras habilidades, el color de nuestros ojos, pero lo más importante es que hereden nuestro amor y nuestra responsabilidad por la vida, un camino que sepan transitar junto con otros y sirviendo a otros, una vocación por la verdad, la humildad y el temor de Dios.
De Jairo aprendemos a vencer los obstáculos y los prejuicios, del padre amoroso de la parábola aprendemos el valor de la paciencia, la comprensión y la reconciliación; de José, la responsabilidad que implica tener la arcilla de la vida en nuestras manos. Que Dios nos ayude a vivir esa paternidad que viene de él, el Padre amoroso y compasivo que siempre acude a salvarnos, a recibirnos y a enseñarnos el camino, ese que es angosto y difícil pero que conduce a la vida.
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