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La familia es una trinidad de carne y hueso en esta tierra. Es el nosotros de la
intimidad y el afecto. Es la mesa de todos los días, el pan, el niño, la visita, el abuelo y los silencios. Es aprender a decir "papá" y vislumbrar a Dios presente. Es decir una y otra vez "mamá" y recibir
de regalos mil sonrisas. Es aprender a caminar, a leer el mundo, a respetar al hombre.
Una familia es seguir caminando como joven o como adulto, hasta encontrar con sorpresa al Cristo amigo y liberador, al Padre eterno y
bueno y al Santo Espíritu del consuelo.
Una familia es crecimiento cotidiano, adolescencia, discusión, caricia, conflicto, permiso, castigo y reconciliación.
Es pedir perdón muchas veces.
Y volver al amor muchas veces.
Y caer muchas veces.
Y necesitarse unos a otros muchas veces.
Una familia es un sello de fuego grabado en lo más hermoso del alma.
Es el amor que se aprecia y se valora sólo cuando se pierde o se permanece en la distancia.
Una familia es una "marca registrada" en las costumbres, en el vocabulario, en los ojos y en la personalidad.
Es gozarse, contemplarse y alegrarse mutuamente.
Una familia es matrimonio, nacimiento y enfermedad, colegio, amor y trabajo; es juguete, casa y paseo.
Una familia es el apellido de Dios que se continúa por los siglos.
Una familia es desvelarse, vigilar, tener temores, sentir orgullo,
morir y resucitar en cien mil oportunidades.
Una familia es el secreto que se comparte, el pecado que se perdona, la confidencia primera, la cálida acogida, el problema cotidiano y el gusto de vernos aquí todos los días.
La familia es la historia que hacemos juntos, siempre juntos hasta que uno de nosotros parta hacia la meta definitiva de la Casa Paterna.
Una familia es una trinidad numerosa de carne y hueso, de sangre y voluntad, de gozo y esperanza en esta tierra.
Tomado del Periódico La Voz del Pueblo
