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22 de mayo de 2009

La altura del misterio

Autor/es: Fabian Paré

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 La altura del misterio

«…quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén,
hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.» Lucas 24, 44-53

La tarea que se lleva adelante -o hacia atrás o hacia el costado-, está muchas veces condicionada por la fluctuación de intereses o voluntades de los que ocupan espacios de poder. La Iglesia es una institución humana, y por lo tanto incapaz de conocer los misterios de Dios. Mientras el misterio de Dios siga siendo misterio, hay una fuerza que moviliza los acontecimientos, en los que podemos estar involucrados/as. Pero cuando ese misterio pierde su condición de tal, la fuerza que moviliza los acontecimientos deja de estar. Podríamos decirlo de esta manera: si el misterio resguarda siempre algo que no se termina de comprender, el grupo humano es conducido por el ‘Espíritu’, mas si el misterio es completamente comprendido por el grupo humano, ya no hay ‘Espíritu’. Aquellos/as que osen conocer completamente los misterios de Dios, pierden su condición humana, y en t&e acute;rminos religiosos asumen un protagonismo demoníaco, aspiran ser como dioses, conocedores del bien y del mal, y se desenvuelven en la vida publicando respuestas sin necesitar de las preguntas. Los espacios de poder humano son especialmente peligrosos, porque convergen allí presiones muy fuertes, que motivan la decisión sobre cuestiones que afectan a muchos/as, decisiones que se definen desde la certeza de conocer lo bueno-malo.

Un pueblo generalmente está a merced de la comprensión de lo bueno y malo que tenga el que ocupa un lugar de poder, por ejemplo los gobernantes. Cuando deciden, lo hacen convencidos de que están haciendo lo correcto, y ese no es el punto preocupante; pero sí lo es el que osen conocer todos los misterios, que crean tener la respuesta a todo sin preguntar, y que pierdan su condición humana. Los misterios son imprescindibles para seguir conociéndonos, con ellos tenemos la oportunidad de descubrir siempre algo nuevo en los que nos rodean, dado que eso me permite descubrirme a mí cada vez un poco más (es un signo de estar vivos). En el plano social, si un gobierno no necesita conocer nada más de su pueblo, ha estereotipado y etiquetado las relaciones con él, y esto es lo preocupante. Cuando el gobierno sabe lo que el pueblo necesita sin preguntárselo, sin encontrarse con &eacut e;l, sin dialogar, pierde su condición humana, y se vuelve demoníaco, o dicho en otras palabras asume una ‘locura’ que gran parte del pueblo no puede entender. La ‘locura’ de creer conocer el bien y el mal, sin preguntar ni dialogar.

Cristo conoce este estado o sistema de presiones, que obligan a tomar decisiones desde la comprensión de lo bueno o malo. Por eso la tarea, a la que enviará a su discipulado realizar, necesita liberarse de ese sistema de presiones, y principalmente de las certezas de lo que es bueno y lo que es malo. ¿Cómo hacerlo? Pues, es necesario comprender las escrituras (Lc 24,45), es decir, re-enfocar la ley y los profetas, no ya como respuestas estereotipadas, sino como motivación al encuentro y diálogo con los otros/as. El cumplimiento de la ley y los profetas es Cristo, y Cristo está ‘entre’ nosotros; el misterio de Dios se revela ‘entre’, en la medida que cultivemos el encuentro y el diálogo, ese Cristo, ese Espíritu, nos involucrará y orientará en la tarea. Permanecer en Jerusalén (Lc 24,49), indica permanecer sin dispersarse, la tarea no se puede realizar en forma aislada, desde aquí crecerá la característica cristiana de unidad.

El gobierno no puede jactarse de autosuficiencia, y de poseer la certeza de no estar equivocado en nada, sería una ‘locura’. ¿Cuándo vimos por última vez a un gobernante caminar y charlar con su pueblo con el sincero interés de mejorar su calidad de vida? Seguramente no hay tiempo, son demasiados los ‘compromisos’; pero sin ese diálogo, sin esas preguntas y respuestas que se dan en la experiencia y realidad cotidiana, sin ese encuentro, ¿desde qué lugar o comprensión de lo bueno o malo se decide lo que se decide?

El poder que viene de lo alto, no es el poder económico, no es el poder de un presidente o gobernante cualquiera, no tiene que ver con el aval político y financiero para hacer algo, no tiene que ver con el poder que especula con el hambre del pueblo, no tiene que ver con el poder que olvida a su pueblo por ‘compromisos’ (personales!?) asumidos con otros que tienen poder económico; no, el poder que viene de lo alto es un poder que nos lleva al encuentro, al diálogo, a la sencillez y humildad, a disfrutar del misterio que nos da fuerza en la unidad.

Fabián Paré.
 

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