Autor/es: Juan Carlos Berchansky
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Este profesor de historia encuentra dificultades para hablar
de cualquier tema sin remontarse hasta el australopithecus y
el hombre de Neardenthal.
Pero por esta vez no será necesario ir tan atrás, apenas
unos 1250 años antes de Cristo, justo cuando Dios, el Padre,
busca rescatar a la humanidad a través del pueblo de Israel
y le entrega a Moisés las Tablas de la Ley.
Como es sabido, las Tablas no son un mapa para el caminar
del pueblo. Apenas una brújula que señala el derrotero de la
vida.
Y no es para competir con los otros dioses del momento que
encabeza el Decálogo con "No tengas otros dioses aparte de
mí" (Ex. 20: 3).
Porque esas leyes que apuntan a la plenitud humana ya están
escritas en hombres y mujeres desde la creación, piedra viva
ahora objetivada en piedra. Y tener otros dioses significa
olvidar la brújula, dejar el camino, en términos bíblicos,
pecar.
Como algunos han dicho, nuestro siglo no es ateo, apenas
idólatra, adora otros dioses.
Y a partir de la década del 80 es el dios mercado,
fundamento del evangelio neoliberal.
Es un dios moderno, de la era de Internet, de los satélites
y de la biotecnología, pero a la vez requiere de sacrificios
humanos, como un redivivo Molok.
Llevado al terreno educativo, conforme las recomendaciones
de los organismos internacionales de crédito, como el Banco
Mundial y el BID, da lugar a un diálogo como el de nuestra
parábola.
Los especialistas no se interesan por el valor del Sermón de
la Montaña para la vida de hombres y mujeres. Ellos se
preocupan por asuntos "prácticos": le va a servir al poder
para mejorar sus números, será fácilmente evaluable, cumple
con los preceptos pedagógicos en boga.
Los alumnos, entre tanto, entran en el juego práctico, y
esto para qué me sirve, me van a evaluar por eso, voy a
ganar algunos créditos.
Y en medio de esta discusión, unos y otros se olvidan del
Sermón de la Montaña, el Decálogo actualizado, la brújula
que se había perdido y es hallada.
Me hizo reír la ironía del cierre de la parábola. Pero esa
risa tenía la paz de saber que, en verdad, Jesús no había
pedido la jubilación anticipada. Porque él sigue actuando a
favor de la vida, como el único Dios verdadero.