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30 de marzo de 2010

Jesús es colocado en la tumba

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Jesús es colocado en la tumba.

                                                              Juan 19.38-42

Meditación del Rev. Francisco Rodés, de Matanzas, Cuba.

 

Los deberes desagradables que nos impone la vida, que no quisiéramos enfrentar.  Para los judíos un cadáver era no sólo algo impresionante, sino que contraía la contaminación ritual.  Se queda impura la persona, no puede ofrecer sacrificios en el templo, ni tocar a nadie, hasta que haya cumplido los ritos de la purificación.

 

En el caso que nos narra el evangelio, es el cuerpo de un ejecutado en el patíbulo, un condenado por las autoridades judías y romanas, añadía un elemento más de contrariedad.   Había sido torturado con espinas, látigos y clavos en las manos y pies.   ? Dónde estaban sus seguidores, sus amigos que habían comido con él la noche anterior, que le habían jurado fidelidad hasta la muerte?  Ninguno aparecía, solo Marcos menciona que estaban cerca las mujeres, observando dónde lo ponían.

Aunque en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, tu vara y tu cayado me infundirán aliento, dijo el Salmista.  Era la hora de la puesta del sol, las tinieblas se apoderaban del día.  La hora triste de la victoria del mal, del final de un sueño que como un viento primaveral había vivificado la Galilea y Judea.

Los discípulos no aparecían, destruidos y desmoralizados, se escondían presos del temor y la tristeza.

 

Quien cumplirá la amarga tarea de dar sepultura a aquel cuerpo glorioso?

Lo impredecible ocurre, el discípulo secreto.  José de Arimatea, aquel que no había tenido el valor de unirse a la compañía de los discípulos.   Seguramente objeto de recriminaciones, este indeciso, este vacilante, ni quiere jugársela, no quiere ir contra la corriente.  Pero cada persona tiene su día para crecer, para sacar lo que lleva dentro, para responder a la conciencia del deber, de obedecer a Dios antes que a los hombres.

Y, dice otro evangelio que tuvo la osadía de entrar en la presencia de Pilato, para pedir el cuerpo de Jesús.  Hay que darse cuenta que fue un gesto que requería mucho coraje, mucho valor.  El discípulo secreto, el que Dios tiene para el momento preciso, para ser la mano piadosa que cumpla el deber requerido estaba allí.  Como hoy también hay discípulos secretos, que han guardado la Palabra en sus conciencias y corazones y que en su momento saldrán de la sombra a cumplir con el deber que otros rehúsen.

También está otro, llamado Nicodemo, un principal entre los judíos, al que recordamos entrevistando a Jesús en la oscuridad de la noche, también inseguro y temeroso de verse afectado.  Sale también de su anonimato, y está en el lugar donde se necesita.  Para trasladar un cuerpo muerto hace falta la fuerza de dos hombres.  Pero no vino de improviso, trajo lo necesario, mirra y áloe aromático, para que la obra fúnebre fuese cumplida a cabalidad. 

Bendito sea Dios que se sirve de esos hombres y mujeres, que cumplen el deber, tal vez sorprendiendo, que nunca han hecho alardes de fe, pero que cumplen con el deber.

Allí cumplieron cabalmente con el deber, quedó el cuerpo en el sepulcro. A la espera del amanecer de Dios, que cual semilla de vida está en la tierra para fructificar. 

No tenemos que preguntarnos el por que, ni dejarnos intrigar por el cuando y el cómo. Hay que estar en el lugar donde Dios nos necesita.  No importa que estemos solos, es el lugar donde somos instrumentos de Dios.  No importa la tarea ingrata o triste, hay que cumplirla, Dios sabrá el por qué.  Amén.

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