24 de abril de 2009
Fieles en el día-a-día
Autor/es: Pedro de Casaldáliga
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El Espíritu de Dios, sobre todo desde que Dios se ha hecho Tiempo e Historia en Jesús de Nazaret, quiere que vivamos su Hoy en nuestro hoy humano. La espiritualidad cristiana, inmanentemente escatológica,
y muy particularmente la espiritualidad de la liberación, quiere ir anticipando, en la praxis de la esperanza, aquella «plena
simultaneidad de vida» que será nuestra eternidad en Dios (1).
Por la fe sabemos «que toda la ruta es puerto, / y el tiempo es eternidad».
La Biblia y la Liturgia nos convidan constantemente a vivir nuevos, a hacer lo nuevo, en esa renovación denodada y diaria que es la conversión: «si oís hoy la voz de Dios, no endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94). O se es santo hoy, mañana y pasado
mañana o no se es santo nunca.
El Evangelio nos invita a vivir con coherencia personal hasta en los detalles menores: «porque has sido fiel en lo pequeño yo te voy a poner al frente de grandes responsabilidades» (Mt 25, 23). Nos invita
también a vivir preocupados por ser verdaderos ante Dios, no por buscar la gloria ni por aparentar ante los hombres (Mt 6, 1-8).
«El que cumpla estos preceptos mínimos y los enseñe así a los hombres será el más grande en el Reino» (Mt 5, 19). Ha mirado «la
pequeñez de su esclava» (Lc 1, 48). «No pasará ni una tilde de la ley» (Mt 5,
18). Hay que atender a las grandes Causas, pero sin descuidar lo pequeño (Mt 23, 23).
El Concilio Vaticano II, en el capítulo quinto de la «Lumen Gentium», dedicado al universal llamado a la santidad, presenta un tipo de santificación muy apegado a la concreta vida diaria. Al pasar revista
a la santidad debida a cada estado de vida (41), para todos ellos insiste en la necesidad de llegar a la santidad no tanto a través de gestos extraordinarios y esporádicamente heroicos, sino, sobre
todo, por el ejercicio diario de las obligaciones de cada uno, «en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida».
Nuestra misma temporalidad nos reclama ese realismo cotidiano en la realización de nuestras aspiraciones y responsabilidades. El
sentido y el destino de nuestras vidas nos los jugamos diariamente: «yo soy el día de hoy»(2).
Jesús, a quien queremos seguir, «todo lo hizo bien» (Mc 7, 37). Los evangelistas han recogido en múltiples consejos y parábolas el supremo valor de la pequeñez y de la cotidianeidad. El evangelio nos invita a vivir con coherencia personal hasta los más mínimos detalles: «porque has sido fiel en lo pequeño te voy a poner al frente de grandes responsabilidades» (Mt 25, 23). «El que cumpla estos preceptos mínimos y enseñe así a cumplirlos, será el mayor en el Reino» (Mt 5, 19). «No pasará ni una tilde de la ley sin que se cumpla» (Mt 5, 18). En lo ordinario no se puede ser ordinario y
hasta en lo ordinario se debe ser revolucionario (3). Y Pablo da como
programa a los cristianos de todos los tiempos la santificación de todo lo que se vaya haciendo en la complejidad y en la simplicidad de la vida: «ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra
cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Cor 10, 31). Nuestro propio cuerpo, nuestra vida entera y diaria ha de ser nuestro culto agradable a Dios (Rm 12, 1ss), nuestro sacerdocio universal (1 Pe 2,
4-10).
La espiritualidad de la liberación, por querer vivir como distintivo suyo la opción evangélica por los pobres, no sólo se
regocija en Dios «que ha mirado la pequeñez» de la niña María (Lc 1, 48) y que ha
revelado los secretos del Reino a los pequeños e iletrados de este mundo (Lc 10, 21), sino que procura hacerse «pequeña» en la
constante fidelidad a lo pequeño de cada día. En la convivencia compartida,
quizás dolorosa pero también luchadora y esperanzada de las mayorías pobres que forman nuestro Pueblo. Las grandes Causas de la Liberación se van realizando en los pequeños gestos de la vida diaria.
También eso nos enseñó Jesús: hay que atender a las grandes Causas, pero sin
desatender lo pequeño (cfr Mt 23, 23).
La utopía es lo nuestro, porque somos esperanza y liberación pero la utopía sólo se hace creíble cuando se forja en el día a
día, así como el día a día sólo se hace soportable por la fuerza de la utopía.
En el apartado «día-a-día» del capítulo segundo hemos bajado a muchos detalles prácticos de la vida personal, familiar y social que deben concretizar esa fidelidad para que la espiritualidad de la liberación
sea eficazmente liberadora de las personas y de la sociedad. Aquí, explicitando esa espiritualidad como cristiana, debemos recordar, por un lado, las mismas exigencias y potencialidades de una auténtica espiritualidad humana en América Latina, y por otro lado, las específicas responsabilidades y posibilidades de la espiritualidad vivida en la fe, en la esperanza y en el amor.
El hoy de Dios en nuestro hoy humano nos exige orar cada día, sin interrupción (1 Tes 5, 16). Es incomprensible, y acabaría siendo
fatal, que un cristiano, y más significativamente un agente de pastoral consagrado a la Liberación, por las urgencias de la acción y por los múltiples compromisos de la entrega, dejara un día y
otro día su oración. O se ora diariamente, para acoger diariamente el hoy de Dios -su Palabra, su perdón, su Espíritu-, o se
acaba perdiendo el propio hoy -la realización personal y la misión apostólica-.
El hoy de Dios en nuestro hoy humano nos reclama abrirnos cada día, con entrañas de misericordia y de justicia a toda necesidad, a cualquier clamor, a toda reivindicación y lucha, en casa y en la calle y en el trabajo, en la esquina del barrio o en la vereda o en el ancho mundo. No podemos ser misericordiosos solamente para las
horas previamente establecidas o dentro de los servicios programados en la pastoral o en el movimiento popular. Con frecuencia, el
programa y la prisa, la acción y la revolución, nos hacen pasar de largo ante el caído a la orilla del caminito (Lc 9, 29-37).
El hoy de Dios se va haciendo nuestro hoy humano a medida que nos formamos integralmente, como personas en sí, como personas en relación interpersonal y comopersonas en sociedad. La fidelidad
cristiana, en la espiritualidad de la liberación, y sin imaginar nunca que eso es tarea de monjes o lujo de primer mundo, debe
obligarnos fecundamente al estudio. Lectura y estudio personal, participación en los cursos y encuentros: sin llegar tarde, sin
estar distraído, asimilando para la vida y para la práctica, con uso evangélicamente crítico de los medios de comunicación y de
los programas políticos sociales y culturales.
El hoy de Dios, como Iglesia de Jesús que somos, nos pide, porque es voluntad del Padre (Ef 1, 9-10) y testamento pascual de su Hijo (Jn 17, 11), que vayamos realizando el ecumenismo diario en la convivencia con otros hermanos y hermanas cristianos, en las obras conjuntas de unas y otras Iglesias, en el forcejeo liberador por acelerar el Ecumenismo, que ha de saltar del papel de los grandes principios o de los congresos interconfesionales a la práctica diaria. Sin desanimarse por las contradicciones y hasta decepciones que la vivencia del ecumenismo comporta. También, sabiendo discernir "en nosotros y en los demás" entre la evangelización y el sectarismo, el fervor de los testigos y la alucinación de los fanáticos.
El hoy de Dios, en cuanto sociedad humana que somos, postula de nuestro compromiso político el empeño por realizar la
alternativa social, el posible socialismo utópico, el nuevo orden mundial que soñamos, en las concreciones del barrio o de la categoría laboral o de la cooperativa. Solamente hace revolución el que la va
haciendo.
En este particular los cristianos, que a lo largo de los siglos hemos sido criticados, con demasiada razón, por trasponerlo todo a la eternidad, debemos dar testimonio de un esfuerzo diario aferrado a la progresiva realización del Reino. Y aquí, como en ningún
otro lugar, solamente la inclaudicable fidelidad diaria dará razón de nuestra
esperanza. La eternidad va siendo el día de hoy (4). El pasado ya se acabó, el futuro no ha llegado: el presente es nuestra mejor
oportunidad, nuestro kairós. Sólo podemos ser eternos a partir de lo cotidiano.
Por la palabra y por la vivencia histórica de Jesús de Nazaret sabemos muy bien que nos llamamos y somos hijos e hijas de Dios (1 Jn
3, 1). Esta conciencia de fe nos posibilita vivir el cargante día a día con aquella actitud de infancia espiritual tan esencialmente evangélica. «Si no os hacéis como niños no entráis en el Reino» (Mt
18, 1-4) con aquella despreocupada ocupación (5) de los pájaros y lirios del campo que Jesús pide a sus discípulos: «no os
preocupéis por lo que comeréis o beberéis» (Mt 6, 31-33), pues «cada día tiene su propio afán» (Mt 6, 34). El clásico abandono en las manos del Padre tiene plena vigencia en nuestro entorno de desesperaciones y
violencias. Y el consejo de los viejos maestros espirituales, en la boca de Ignacio de Loyola, nos puede ayudar a conjugar
dialécticamente la confianza del niño con la apasionada dedicación del militante: «como si todo dependiera de nosotros, pero sabiendo que todo depende de Dios».
Dicho en verso:
«Consejo que doy me doy:
lo que has de pasar mañana,
no quieras sufrirlo hoy.
Lo que hoy no puedas hacer
déjalo para mañana
o hasta, quizá, para ayer.» (6)
REFERENCIAS
(1) «Tota simul et perfecta possessio», al decir de Boecio.
(2) P. CASALDALIGA, Todavía estas palabras, Verbo Divino, Estella (España) 1989
(3) Según el adagio clásico, «in ordinariis non ordinarius».
(4) GRUEN, Wolfgang, Un tempo chamado hoje, Paulinas, São Paulo, 1965.
(5) En expresión de Mons. Sergio Méndez Arceo, inolvidable profeta de la liberación y siempre presente patriarca de la solidaridad.
(6) P. CASALDALIGA, De una tierra que mana leche y sangre, en preparación.
Del libro Espiritualidad para la Liberación, de Pedro Casaldáliga
Palabras relacionadas
hoy, día, dios, mt, nuestro