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ESTUDIO EXEGÉTICO-HOMILÉTICO 19 – Octubre 2001
Es un servicio elaborado y distribuido por el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, Argentina
28.10.2001 – 21º domingo después de Pentecostés – Severino Croatto
Jeremías 14:7-10, 19-22 o Eclesiástico 35:12-17; Salmo 84:1-6; 2 Timoteo 4:6-8, 16-18; Lucas 18:9-14
Una vez más, el texto lucano nos propone reflexionar sobre la oración. Ahora de otra manera. En 11:1-4 Lucas nos señala qué hay que orar, y además nos pone a Jesús como modelo de oración (“estando él orando en cierto lugar”, v. 1). Se le pide que enseñe a sus discípulos a orar, como Juan el Bautista lo había hecho con los suyos. Dado que la oración expresa el credo o la cosmovisión, es natural pensar que cada grupo o religión tenga su propio modo de orar (gestos y sobre todo contenido).
Ahora bien, el relato de este domingo es la contraparte estructural de 11:1-4. Si en este pasaje Jesús nos enseñaba qué debemos pedir en la oración, en 18:9-14 nos advierte sobre lo que no hemos de expresar al orar. El ejemplo es el del fariseo. Que su oración esté ante todo en la mira de Jesús, lo anuncia el v. 9 introductorio y el hecho de poner su oración en primer lugar.
El fariseo ora de pie. El contenido de su plegaria tiene tres partes, una central:
1. Agradece porque no es como “los demás”; hace una comparación que lo pone en ventaja delante de Dios. Él es justo, “los demás” son transgresores (se dan tres calificativos):
2. Él mismo se encarga de enumerar ante Dios sus buenas acciones (ayuda dos veces por semana; da el diezmo de todas sus ganancias).
3. Esta proclamación personal (los dos extremos de la oración) cobija en el centro un gesto de desprecio hacia “ese publicano” en especial. Él es diferente y mejor, y se lo recuerda a Dios.
Podemos constatar un detalle notable: el fariseo no pide nada a Dios. Tampoco le agradece por dones recibidos. Sólo habla de su propia excelencia. Sólo se alaba a sí mismo como justo, como “diferente” del publicano, como sujeto de buenas acciones. Parece tratarse de una notificación a Dios. Ni siquiera plantea la posibilidad de que, si es justo y “diferente”, lo sea por una protección o gracia divinas. Da gracias no porque Dios lo haya hecho lo que es sino porque él es lo que proclama ser. En el fondo, se agradece a sí mismo...
La actitud del publicano, por el contrario, se caracteriza por la humildad y por el sentimiento de indignidad: se mantiene a distancia (ambos habían subido hacia el templo, v. 10), no se atreve a levantar los ojos al cielo, se golpea el pecho en señal de arrepentimiento (v. 13). ¿Qué ora? Se reconoce pecador y solicita el perdón divino.
La lección: “éste bajó a su casa justificado”. El fariseo, que se creía justo y mejor que todos, volvió vacío. Y sobre todo, subió al templo con la plena conciencia de ser uno de los mejores justos, pero volvió como “no justificado” a los ojos de Dios.
La segunda lección, permanente, es que “el que se ensalza, será humillado, pero el que se humilla será ensalzado” (v. 14b).
En ambos casos hay una inversión de situaciones.
La relación con Dios debe partir del reconocimiento de la distancia. A él le corresponde acercarse. Cuando el ser humano proclama la cercanía con Dios como logro personal, se distancia objetivamente de él.
Hay mucho para pensar.
El pasaje del libro de Jeremías atestigua también dos clases de relaciones con Dios. El profeta se dirige a Yavé como pecador o como miembro de una comunidad pecadora, y un oráculo (v. 10) señala que Yavé “no se complace” en los pecadores reales, aunque ayunen o levanten holocausto y ofrenda (v. 11).
Si se elige el texto de Eclesiástico 35:12-17 (que vale la pena) se observarán las coincidencias con el evangelio de hoy y con el tema de la oración persistente del evangelio del domingo anterior. Esa oración del humilde, en efecto, “atraviesa las nubes” (v. 17).
El Salmo 84 es un ejemplo de oración que habla a Dios y de Dios. Las referencias al templo nos remiten al escenario del texto evangélico de este domingo.
Por último, las reflexiones del autor de 2 Timoteo 4:6-8 nos recuerdan un poco la actitud del fariseo (autoproclamación), pero en realidad son un testimonio de la perseverancia en la fe y de la esperanza en la manifestación del Señor. El orante es inclusivo, habla de una comunidad que espera con amor esa manifestación (v. 8 final).