Red de liturgia

Me dieron ganas de comer un yogurt de damasco el otro día, así que en el camino a casa me hice una escapadita al supermercado.

No sé si a Dios le gusta el yogurt de damasco, pero ahí estaba él parado al lado
del refrigerador.

- "¿Haciendo provisiones?", dije.

- "¿Yo? No" dijo. "Tengo todo lo que
necesito".

- "Entonces ¿qué estás haciendo en un
supermercado?", pregunté.

- "Me gusta mirar lo que hace la gente", dijo. Piensan que a mí no me
interesa, pero no es así".

- "Nunca lo puse en duda", dije, pero me dirigió una de sus miradas especiales. Me hizo pensar. ¿Lo mío era un elogio sincero o
simplemente adulación? Porque, es cierto, uno puede acostumbrarse a decir lo que corresponde pero sin sentirlo realmente.

- "Hay un montón de costumbres como esa", dijo Dios. Se pegan".

Otra vez leyendo mis pensamientos.

- "Como por ejemplo...", le pregunté.

- "¿Dónde está tu changuito?", dijo.

- "¿Changuito? No agarré ninguno ¿no?"

- "Eso demuestra quién hace las compras", dijo.

- "Si tu señora entrara aquí automáticamente agarraría uno, por costumbre."

- "Es que yo quería nada más que un yogurt", dije.

- "Se supone que deberías tener un changuito", dijo Dios. "En la puerta dice: 'Se solicita a los clientes usar un
changuito para efectuar sus compras'."

Por la forma en que lo dijo parecía el undécimo mandamiento.

- "Se solicita", dije, "solamente se solicita".

- "Vos sabés lo que eso significa en realidad, ¿no?", dijo.

- "Supongo", dije. "Se parece más al octavo
mandamiento. Si ando dando vueltas por ahí sin un changuito, van a pensar que me robé
algo. Nadie confía en nadie en estos tiempos."

- "De esa costumbre, justamente, estoy hablando", dijo Dios.

"Pero es que no se puede confiar en nadie, ¿no?", dije. "Vos contás con alguien: te falla. Le das confianza a alguien: se
aprovecha de vos. Hay una sola persona en la que se puede confiar: uno mismo."

Dios pareció ofenderse.

- "¿Ni siquiera en mí?", preguntó.

- "Ah, sí, ya sé", dije, "Confiad en el Señor y os lloverán monedas del cielo". "Todo eso lo veo un poco dudoso".

- "¿Pero vos creés de veras en mí?", dijo Dios.

- "Pero por supuesto", le dije. "Pero si esperara de vos todas las cosas de esta vida sería lo mismo que optar por borrarme. Si vos
te ocuparas de todo, ¿qué me quedaría para hacer a mí?"

- "No hables como si yo te estuviera proponiendo hacerme cargo de todo", dijo. "Esta es una cuestión compartida. ¿De
quién es el mundo, de todas maneras?"

Qué cómico que Dios hiciera esa pregunta.

-"Bueno", dije, "es tuyo, por supuesto."

- "Precisamente", dijo. "Les puedo confiar su
cuidado, pero finalmente la responsabilidad es mía."

- "Entonces estamos de vuelta donde empezamos", dije.

- "Tonterías", dijo Dios. "Confiar en ustedes no significa que me desligue de la responsabilidad. Confiar en la gente significa darles libertad para usar su propia iniciativa, pero estando preparados para poner el hombro si las cosas van mal."

- "Empiezo a ver la luz, me parece." "Una cosa es delegar y otra desligarse de la responsabilidad, ¿no es cierto?".

- "Vos ¿qué pensas?", dijo.

- Le dije: "Que estás loco si confiás en nosotros".

- "Bueno, no hay nadie más, ¿no?", dijo Dios.
"Además, no hay ningún mérito en confiar en la gente con la que se puede contar. Eso no es confianza, es seguridad."

- "Yo la llamaría confiabilidad", dije.

- "Llamala como quieras", dijo. "No vas a confiar totalmente en nadie hasta que estés dispuesto a que te fallen, a levantar a otros exponiéndote a tu propia caída."

- "Me imagino al gerente del supermercado manejándose con ese principio", dije.

- "Yo también", dijo Dios... ¡Pero lo decía en serio!


Título original: "So God said to me" (Capítulo 5, "Tried and Trusted")
© Richard Adams
Guiones para Anglia Television, Gran Bretaña, 1978, autorizados
exclusivamente para la Red de Liturgia y Educación Cristiana CLAI-
CELADEC por el autor, mayo 2002.
Traducción y adaptación: Pablo Sosa