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24 de abril de 2009

Enfoque psicológico de la santidad

Autor/es: Elsa Beatriz Agüero

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Como en toda experiencia humana, entran en juego vivencias variadas que se manifiestan en diferentes niveles como: la razón, la sensibilidad, lo emocional, la voluntad y la fantasía, por nombrar algunos se entretejen permanentemente , dando una forma característica, particular y personal a cada cristiano de transitar el camino de la santidad.

Por otro lado practicar lo religioso no es solo contemplación, conocimiento, sentimiento, dogma o moral, sino que compromete al hombre en toda su realidad individual, relacional, social incluyendo su entorno histórico y cósmico. Es también una experiencia paradojal en varios sentidos. Dado que se plantea una situación en la que entrar en dependencia (de Dios) nos lleva a la libertad, no solo aquí y en el presente, sino en un tiempo futuro y en el más allá, en lo trascendente. Es decir, para ser libre hay que ser dependiente, para llegar a morar en un lugar que no conocemos y en un tiempo sin tiempo, tenemos que tomar una decisión desde una situación concreta de este lugar que hoy piso y en este momento que vivo.

Siguiendo en este razonamiento caemos en otro concepto contradictorio que es la fe, que es la experiencia de creer y confiar, tener la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. Para el ser humano es difícil representarse o tener una idea de algo que jamás ha visto. Por supuesto que la fe cuando es vivida con convencimiento y seguridad, es una experiencia que se escapa de la mera comprensión psicológica, pero para los que aun no han creído es una experiencia difícil o una locura.

Qué es la santidad

Santo: en un sentido religioso, significa lo que está separado para, o dedicado a Dios. Santificación: es el proceso o resultado del hecho de ser santo. Cuando la santidad se aplica a cosas, lugares y a personas, significa que ellos son consagrados y apartados para el uso de Dios.

Entre las contradicciones y dificultades que se presentan en el vivir lo religioso, y entrando más específicamente en tema, podríamos preguntarnos: si todos los cristianos son por definición gente santa, ¿por qué frecuentemente no viven de una manera santa?. ¿Qué falta en las vidas de esta gente santa si ya ha recibido la bendición de Cristo Jesús?

Si la santidad es la liberación completa del pecado, es el “amor perfecto” de un corazón sin ira, malicia, hipocresía, envidia, aflicción, egoísmo, engaño, enojo, etc. , ¿por qué en mayor o menor intensidad estos sentimientos y emociones siguen formando parte de nuestra vida? Si la santidad es una bendición, una renovación completa del hombre hecho a la imagen de Jesús, en la que debería volverse manso, humilde de corazón, misericordioso, lleno de fe y benévolo ¿por qué con tantos cristianos santos tenemos un mundo tan lleno de injusticia , superficialidad y dolor?.

Hay personas que creen que son santas porque no fuman, no toman alcohol, no viven en medio del lujo, ni son consumistas, pero son impacientes, orgullosos (en el sentido de la soberbia) , vanidosos, envidiosos, chismosos, y poseen una falsa humildad han hecho un cambio por fuera, pero no en lo profundo de su ser.

Hay otras personas que esperan que la santidad sea una experiencia mágica, extraordinaria como tener visiones, recibir un ángel o adquirir una experiencia especial que los mantenga libres de las pruebas que los demás pasan, que los libere de las tentaciones de por vida y también de toda suerte de errores y debilidades. En ningún lugar de la Biblia dice que el cristiano deja de ser frágil e incapaz de pecar. No hay forma de escaparnos de nuestra responsabilidad. Si bien el Espíritu que habita en cada cristiano es el motor y el poder para vivir el proceso de la santidad, es imposible decir o precisar donde termina la parte de Dios y comienza la nuestra, ambas partes están mutuamente unidas e interdependientes.

Cuando el Espíritu mora en nosotros no se apaga nuestra personalidad, todo lo contrario, más bien la lleva a una vida más plena, llena de Cristo en la que se desarrollan cualidades semejantes a ÉL y ayuda al creyente a progresar en el camino hacia la madurez espiritual.

Si bien el crecimiento es un misterio del poder de Dios, nosotros debemos proveer las condiciones adecuadas. Y entender que este camino es un crecimiento continuo, algunas veces lento, otras más rápido, pero que nos lleva toda nuestra existencia. La vida de santidad es personal, pero no individualista. Tener comunión con el Espíritu se expresa en amar al prójimo tanto como podamos y el estar en comunión porque nadie puede hacer un camino de santidad si no es intercambiando apoyo, aprendizaje, fuerzas, ayuda desde y hacia nuestro hermano. Cuando Pablo dice “somos el cuerpo de Cristo” se está refiriendo a la cooperación indispensable de hacer cada uno desde los dones recibidos, para que se geste un buen funcionamiento de ese cuerpo. Necesitamos los unos de los otros porque nadie es tan grande, ni importante para alcanzar por sí solo la majestad de Cristo, solo en la comunidad el cristiano puede alcanzar su completa estatura espiritual.

La santidad es el amor obtenido por la fe. Dios es aceptado por fe. La salvación es un don de Dios que debe ser aceptado por fe. Los Reformadores dijeron que la clave de la vida cristiana era la fe, otros grandes hombres de Dios coincidieron con esto . La perfección cristiana es el amor a Dios y a nuestro prójimo, que implica estar libre de todo pecado y a esto se llega mediante la fe que nos es otorgada en un determinado momento y que nos acompaña el resto de nuestra vida. Es decir que el proceso de santificación es un camino evolutivo, para el que es indispensable el crecimiento personal, pero también relacional, por lo tanto vamos a tratar de ver que sucede en este sentido.

Proceso Evolutivo y la Santidad

Uno de los errores que a menudo se comete es desvincular o sectorizar la experiencia religiosa de crecimiento en la santidad,del resto de las vivencias humanas. Se olvida que todo cristiano vive en un entorno familiar, cultural, histórico, económico, etc. en el que está o y muchas veces hay serias dificultades para transitar el camino del crecimiento espiritual. También cuesta pensar que un ser humano posee una estructura psíquica configurada por sus vivencias, recuerdos, deseos, fantasías, miedos, expectativas que hacen que se viva y se comporte en este proceso de una manera particular, única y diferenciada según sean los factores que intervengan en la conformación de su personalidad. Al observar el desarrollo psicológico del ser humano, se ha podido comprender de qué forma vive lo religioso. Se ha visto que hay un importante paralelo entre el amor a los padres y el amor a Dios.

Las vivencias religiosas de un niño están en íntima conexión con la relación que este tiene con sus padres. El niño solo puede pensar lo concreto y en sus primeras experiencias, Dios es como papá. Frecuentemente cuando se le pregunta a un niño sobre cómo es Dios, la descripción que hace es, la de la figura de un hombre adulto que tiene las características de su papá. Esto es porque el sentimiento dominante del niño respecto de sus padres es la seguridad, ya que su fragilidad no le permite apoyarse en sí mismo. El niño se siente seguro en la estabilidad del hogar que le brindan sus padres, sin la cual se siente desprotegido y amenazado. Siente con toda naturalidad esta misma seguridad en Dios, que puede confiar en Él, que lo cuida bondadosamente.

A medida que se desarrollan su inteligencia y curiosidad comienzan a formular preguntas a sus padres, porque suponen que ellos lo saben todo. Que no sepan, les parece inconcebible porque Dios lo sabe todo, lo conoce, ve todo en la oscuridad y se da cuenta de sus pensamientos, igual que supone de sus padres. De la misma manera vive un paralelo muy estrecho entre el poder del padre y el de Dios. Papá lo puede todo y Dios es todo poderoso.

Esta misma analogía se repite con la autoridad. Él reconoce la autoridad por una necesidad de apoyarse en la seguridad de sus padres. Esto no significa que siempre obedezca, pero si no obedece se siente culpable y teme al castigo. Si los padres saben dar importancia a la reconciliación después del castigo, el niño irá entendiendo algo del perdón y la misericordia de Dios. Cuando el hogar es cálido y el niño experimenta el verdadero amor cariñoso de sus padres, el sentimiento base será sentirse querido , aceptado y reconocido, entonces vivirá la existencia como fundamentalmente buena y Dios para él será bueno, tierno y amoroso. Pero si la autoridad se ejerce con exigencias excesivas, con impaciencia o egoísmo hará crecer en su conciencia una superestructura de obligaciones, inculcada en un sistema de deberes, de culpabilidad y miedo que dejará profundas huellas en la relación con Dios.

La mirada protectora y tierna de Dios se transformará en una mirada de severo control y reproche, sintiendo la exigencia aplastante de ser buenos, perfectos porque nunca se puede satisfacer a ese padre.

Resumiendo se puede decir que la fe de un niño es verdadera pero dependiente, porque sus relaciones personales también lo son. Por eso su relación con Dios es dependiente, en El se siente seguro, le tiene confianza y vive a Dios como una fuente de autoridad que le dice lo que tiene que hacer. Se siente querido, protegido y dirigido.

En lo que se refiere a las etapas por las que se puede pasar en el desarrollo de la fe, seguiré lo planteado por el Rvdo. Francisco Jalics en su libro “Cambios en la fe” que es el fruto de una larga observación de la fe del hombre de hoy, que tiene una forma de creer, que crece, que pasa por transformaciones profundas y muchas veces no llega a darse cuenta de los cambios, que se han obrado en su fe y en su vida. Este autor postula diferentes tipos de fe cristiana, diferentes mentalidades y diversas actitudes frente a la vida. Se trata de diferentes tipos fundamentales de fe, que implican otros tantos grados de evolución personal y actitudes ante la vida. Y esto no es para ser aplicado mecánicamente, ni dogmáticamente, sino en un sentido práctico, pedagógico u orientativo.

Cómo es la fe infantil

La fe de un niño es un fenómeno natural porque su realidad, no le permite ni la seguridad ni la afirmación en sí mismo, tampoco una independencia afectiva. Pero si al pasar de los años, el niño llega a la adultez y sigue conservando la misma estructura de fe con arraigo en el exterior y con una falta de autonomía propia, entonces la fe se transforma en un conflicto. A esta fe la llamaremos infantil, porque seguirá relacionándose con Dios desde la inseguridad. Por su dificultad de relacionarse con las personas, sin darse cuenta le será difícil confiar en Dios.

Será una fe dominada por preceptos y por lo tanto engendrará rigidez en su comportamiento, sintiendo culpa por no responder a todas las exigencias vividas, como si estas fueran impuestas por Dios.

Por falta de madurez, puede ser que de mas importancia a la fe y se refugie en ella, despreciando la vida de este mundo. En este caso creará un mundo maravilloso, de milagros, sin sufrimiento y sin responsabilidad, que servirá para evadirse de la realidad, pero en algún momento esta realidad lo golpeará, lo decepcionará y no contará con recursos para hacerle frente. También puede suceder lo opuesto, no dar importancia a la fe y cumplir con prácticas convencionales y su vida correr independientemente de la fe, en este caso se siente una especie de vacío. Es muy difícil que no se transfieran los problemas humanos, al terreno de la fe.



El adolescente vive una crisis de independización de los padres. Quiere liberarse de la autoridad paterna, pero aún no se siente suficientemente seguro en sí mismo para renunciar a la protección del hogar. Así empieza un tire y afloje entre rebelarse contra la autoridad para sentirse autónomo por un lado y tolerar por otro para no sentir la angustia de la inseguridad que le da la autonomía.

Pero a veces la adolescencia de la fe no coincide con la época de la adolescencia. Uno puede tener independencia de los padres sin tenerla de la fe. La adolescencia de la fe puede realizarse suavemente, pasando de una actitud a otra mas independiente sin una crisis aparente o puede provocar grandes crisis de rebeldía y de angustia. Si el cambio en la fe de una etapa a otra es de lucha con Dios, a esta le llamaremos fe adolescente.

Primero aparece un alejamiento de Dios. Pero el cristiano siente que Dios se aleja de él y cada vez es más difícil comunicarse. Siente como si Dios lo dejara sin respuesta Empieza a vivir a Dios como algo extraño a él, que no comprende su vida y lo gobierna desde un lugar distante , lejano. Esto lo vive con angustia y soledad, como cuando el adolescente se siente abandonado, no comprendido y desprotegido por sus padres. A veces aparece cierta nostalgia y añoranza preguntándose por qué Dios no acude, por qué Dios no lo ayuda.

El paso mas radicalizado de la fe adolescente, puede ser la independencia total de negar la existencia de Dios.

Cómo es la fe adulta

No todos recorren el mismo proceso de crecimiento en la fe, este puede ser parejo y sin pasar por crisis profundas, pero de seguir la evolución esperada, puede suceder que en algún momento se entre en otra etapa que es la de la fe adulta.

Muchas veces esta tiene relación con la fe adolescente, porque hay personas que después de haber sentido un alejamiento de Dios y habiéndose dejado de apoyar emocionalmente en El, se dan cuenta que quedan solas en este mundo, que su humanidad se halla librada a su propia responsabilidad y no tiene un papá que supla cuando deja de prever sus propias necesidades. A medida que van aceptando esta soledad , advierten que se encuentran con Dios de una manera completamente nueva. Encuentran a un Dios real a quien no es necesario probar porque su presencia es tan evidente como la realidad misma. Se dan cuenta que la aceptación de sí mismos, los pone en comunicación con la realidad y por medio de ella se unen a Dios. Este Dios de la fe adulta no es opresor, ni rival, pero tampoco le quita la responsabilidad al hombre, por el contrario, cuanto mas cargo se hace de su vida humana, tanto mas vida tiene y está más en comunión con Dios.

Esta emancipación le permite crear sus propios criterios, moral, y sentir que todo lo que aumenta la vida es el bien y todo la que conduce a la muerte es el mal. Se da cuenta que la vida es más grande que él y es Dios quien la da. Resumidamente podríamos decir que en esta etapa no se obra por lo que está mandado o prohibido desde afuera, sino por lo que se estima más conveniente acorde a la palabra de Dios ya internalizada, pues esta es la meta a alcanzar. Esta actitud crea en el hombre un sentimiento de libertad y al mismo tiempo, realismo y responsabilidad. Cuanto más libre se siente, más arraigado a Dios está y tanto más goza la vida. No cree en Dios porque necesite sentirse seguro. La confianza en la vida le inspira confianza en Dios. La esperanza de ser felices en la vida crea esperanza en Dios. Pero su modo de relacionarse con Dios es a través de la realidad.

Cómo es la fe madura

Si el proceso evolutivo continúa, la fe adulta con el correr de los años y las experiencias en nuestra propia vida y la que vamos incorporando de los demás, pasa por una transformación profunda, hay un nuevo modo de creer, vivir y esta fe será madura. Generalmente, pero no necesariamente, aparece con la madurez de la vida e indica un mayor compromiso con Dios. Pero la fe madura generalmente se logra de a poco, porque se trata de un mundo en formación y necesita su tiempo. Cuando el creyente llega a una mayor comprensión de la vida, el mundo del más allá empieza a incorporarse a su mundo cotidiano y el centro de gravitación se traslada a Dios. Al vivir mas intensamente su interioridad, descubre más y más en si mismo el trabajo del Espíritu. Por eso empieza a comprender más a los otros y a sentir a Dios mas presente cada día.

Si observamos a una persona de fe madura, se la ve en una actitud muy realista, ubicada y con gran aplomo interior. Tiene cierta tolerancia ante lo ineludiblemente recibido y paciencia con las limitaciones propias y ajenas. Aunque tenga contratiempos, ellos no lo sacan fácilmente de quicio ni los hacen que pierda su serenidad. Sus reacciones son proporcionadas a la situación y sus juicios objetivos. Escucha, comprende y se expresa con sinceridad. A pesar de su firmeza interior no tiene rigidez, ni moral religiosa enjuiciadora. Dispone de tiempo y espacio interior. Su presencia crea atmósfera de paz en torno suyo. No pone la fe en la vidriera. La fe madura es un estado en el cual la vida emocional se estabiliza como desde dentro, desde el fondo del alma, donde hay paz. La fe en este sentido no es puro equilibrio emocional, sino es una fuerza del espíritu que se encarna en la vida emocional, se trasluce en ella y a su vez se expresa en el cuerpo entero del hombre.

Podríamos hablar de muchas características más, pero solo diré que en la fe madura se empieza a percibir el valor de la renuncia, sin que eso se transforme en masoquismo. En ella se comienza a entender el misterio de la cruz y la invitación a renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo. Es indudable que alcanzar una fe madura, tener salud o poseer los dones del Espíritu, tienen una raíz en común y podríamos decir que en su esencia no difieren, sino más bien se complementan y enriquecen mutuamente.

Si el camino evolutivo con respecto a la fe transita dentro de lo esperable, no se suscitarían mayores contratiempos, pero volviendo a las preguntas anteriormente formuladas, ¿qué pasa cuando el creyente no puede alcanzar una fe madura, que le proporcione la seguridad para actuar y relacionarse con al prójimo según el evangelio nos indica?. ¿Qué pasa cuando el creyente no es lo suficientemente saludable psíquica, ética y espiritualmente, de tal manera que su accionar muchas veces se basa en la hipocresía, la mentira, los celos, la envidia, en juicios despiadados hacia el prójimo, en la mala crítica o en la soberbia?. Voy a tomar de entre tantas, dos variables que se evidencian frecuentemente en la vida de los creyentes, que son fuentes de equivocación y que muchas veces lleva a la frustración y amargura. Una es la de no enfrentar las situaciones conflictivas, basada en la creencia de que algo mágico nos va a llevar a la solución, la otra es una forma de servir que lejos de ser solidaria es enferma y egoísta, porque el fin último es buscar la aprobación y la admiración del otro, no de cumplir con un mandato de Dios. Con frecuencia para poder sostener una postura, respecto de lo que se cree que es vivir en santidad, las personas tienden a evitar los sentimientos negativos, hacen todo lo posible para alejarlos de la conciencia, los esconden o los ignoran sin intentar mirar y trabajar para ver por qué están.

La idea de que los conflictos desaparecen cuando se los niega, son resabios infantiles del pensamiento mágico, cuando el niño cree que al esconderse o taparse con algo, desaparece. Esta modalidad tapadora o negadora lleva a que la persona caiga en una sobreadaptación, realizando una serie de malabarismos que la terminan empobreciendo.

Vivir en un “como sí”instala a la persona en una situación de total vulnerabilidad y abre la puerta para que crezcan fantasmas, miedos y creencias que lo debilitan y que hacen que se sienta exiliada de sí misma, sometida, mientras alimenta en silencio el rencor y la fantasía de una vida que no es la que realmente quiere vivir. El segundo tema que postulo es una postura bastante común, la de que creyendo ser santos, confunden el amor con el “servilismo” o con la auto postergación. El que no tiene en cuenta sus propias necesidades, su desarrollo personal y afectivo, termina reclamando un resarcimiento imposible de satisfacer. Olvida el mandamiento: “ Ama a tu prójimo, como a ti mismo”. Las concesiones indignas, son aquellas situaciones en las que de tanto conceder y acomodarse al otro, la persona se va desdibujando y se vuelve extranjera a sus propias formas, desintegrando su identidad, pudiendo en el tiempo llegar a ser un personaje que no deseó o eligió. Entonces suele aparecer otro mecanismo muy propio del ser humano y que es el culpabilizar al otro, sea el prójimo, una situación social o a Satanás mismo de lo que a él o ella le sucede, como así también de las propias insatisfacciones o errores. Esta postura, también tiene que ver con el remontarse a etapas muy primarias, en las que aún no se ha consolidado la suficiente discriminación para asumir la auto- responsabilidad, no pudiendo hacerse cargo de la propia vida. Casi siempre, detrás de estas actitudes se esconden falsas creencias, fantasmas, miedos que no se van hasta que uno se anima a enfrentarlos. Estos temores tienen que ver con el miedo al desamor y al abandono, no solo de los que nos rodean sino de Dios mismo. Se teme que al abandonar viejos esquemas, se quede sin nada y sin nadie. El tránsito por la vida, el camino de la santidad es un aprendizaje en el que de la mano de Dios vamos buscando estrategias para vencer las innumerables dificultades, peligros y temores, que van desapareciendo paulatinamente si los enfrentamos, así se logra la progresiva independencia que acompaña el crecimiento en el que las personas van adquiriendo sus propios recursos para sostenerse afectivamente a sí mismas. Estar dispuestos a instalarse como pilar de sí mismos, no significa dejar de recibir la compañía y la ayuda de Dios. Significa trabajar, concientizar aquellas cosas que nos alejan del prójimo y por lo tanto de Dios. Es aceptar nuestras imposibilidades y debilidades.

Los seres humanos cuentan con la capacidad de reflexionar y esto los pone en condiciones de poder ponerle nombre a las situaciones, a los sentimientos, a las equivocaciones, de esta manera adquieren existencia y pueden ser abordadas para que se produzca el cambio. Este es el momento donde tenemos que volver a mirar a Dios y pedirle herramientas para que nos ayude a superar todas estas trabas, debilidades, imperfecciones que nos alejan de Él. Si no se puede solo, hay que buscar otras ayudas. Dios ha permitido el desarrollo de la ciencia, ha guiado el entendimiento de personas estudiosas que han querido descubrir cual es la verdad que hay detrás de muchos de los sufrimientos físicos, psíquicos y espirituales.

Cada uno es responsable de utilizar o no estos recursos. No podemos seguir negando cuanto nos cuesta la superación de nuestros problemas, ni esperar que mágicamente –como esperan los niños- se resuelvan, tenemos que asumir nuestra parte. Dios va a honrar nuestro esfuerzo ayudándonos a hacer el camino de liberación de nuestras cargas humanas, para hacer en cada día un acercamiento mas, hacia su reino. El camino de la santidad lo construimos cada día, en cada instante, en cada gesto, en cada acto, con todo nuestro ser. Es un proceso que no acaba nunca, pero que sea mejor o más lento depende de nosotros, de nuestra responsabilidad. Wesley decía que la santidad es el amor obtenido por la fe. Y es este amor el que pone alas a la ilusión y el que genera un espacio donde cada uno se siente desplegado en sus potencialidades. Que promueve la vivencia de expansión, que es opuesto a la opresión. Este es el amor de Dios, que quiere una vida abundante para los que le sigan, una vida llena de amor para nosotros y para nuestro prójimo, pero en primer lugar el amor hacia Él, que es quien nos ha dado vida en Cristo Jesús nuestro salvador.



BIBLIOGRAFÍA

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