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24 de abril de 2009

El Espacio de la Liturgia – Capítulo 4

Autor/es: Jaci Maraschin

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Espacio

“El cuerpo es el modelo del espacio de la iglesia” (Maraschin, p. 73), en la simbología que trae el apóstol Pablo en 1 Co. 12.12, donde la iglesia es el cuerpo de Cristo y mantiene su unidad en la diversidad de sus miembros.
“El espacio de la liturgia es, pues, la condición física para los encuentros y las celebraciones, en cuanto ‘cosa extensa’, en el sentido cartesiano del término, y en cuanto a la cualidad no solamente estética sino también social y política” (Maraschin, p. 73).
La delimitación espacial se ha expresado en formas matemáticas y lógicas, que Cassirer llama la atención con la palabra contemplari, que es la observación teórica y la intuición pura. Pero contemplación ha sido usado en la iglesia como oposición a la acción, donde el vocablo templo da esta idea, de cortar, separar. “El templo es el lugar de la liturgia, separado para ese fin, donde los límites entre el interior y el exterior se establecen de manera dramática” (Maraschin, p. 74).
El espacio litúrgico determina límites, que definen la acción práctico-simbólica del hombre, como también la acción práctico-simbólica define los espacios, estableciéndose una interrelación entre ambos.
“El espacio de la liturgia representa cierta organización del espacio que la simbología nos ayuda a entender. Se trata de un espacio de habitación comunitaria, de participación de sueños y de deseos, de seguridad en medio de espacios inseguros” (Maraschin, p. 74). El espacio de la liturgia, en contraposición al mundo, es caracterizado como espacio de belleza, de paz, de colores y de música. “Ahora el espacio de la liturgia no puede ser definido como espacio ‘fuera del mundo’, simboliza, no obstante, esa anticipación de la victoria de Dios sobre los límites espaciales, separadores no solo de las comunidades, sino de todos los seres humanos” (Maraschin, p. 73).
“La liturgia de la iglesia cristiana acontece en un espacio determinado, mas no depende de ese espacio. En cuanto espacio o lugar es también espacio y lugar de la realización de aquello a que aspira. Se puede decir, pues, que la liturgia ‘tiene’ un espacio propio y que, por otro lado, ‘es’ un espacio específico” (Maraschin, p. 75).
La función litúrgica del espacio es función humana, por lo tanto ese espacio es físico y humano. “Espiritualidad, pues, no es ausencia del cuerpo o de materia, sino la cualidad que el cuerpo tiene y es capaz de expresar en cuanto fundamento de la existencia. La espiritualidad de la liturgia depende de la espiritualidad del cuerpo” (Maraschin, p. 75). No existe una comunidad sin cuerpo.

Puertas y Pies

El hombre entra a este espacio mencionado, travesando las puertas, por lo tanto los espacios, a través de los pies que hacen de puente. Esta puerta es una ‘puerta de esperanza’ “por donde se efectúa la transición de lo imposible para lo posible” (Maraschin, p. 76). Este espacio es de pies, de cuerpo y calles.
“Las puertas de ese espacio están abiertas por la acción de Dios en Jesús, el Cristo, en señal y garantía de la liberación que ya fue iniciada y que ahí continúa siendo experimentada” (Maraschin, p. 77). “Él es mayor que el espacio y no cabe en las puertas” (Maraschin, p. 77). El Señor entra antes que nosotros al espacio, como entró en el mundo, murió y resucitó antes que nosotros.
“Su pasaje por la puerta es la señal que tenemos que pasar por la puerta por donde él pasa nos hace bien” (Maraschin, p. 77), este lugar vale más que otros lugares (Sl. 84.11).
El pasar por la puerta no termina en una introspección, sino que es un acto comunitario. El espacio de la liturgia no es un escondite, sino que “simboliza el espacio del mundo” (Maraschin, p. 77).
“Se trata pues, no sólo de abrir las puertas, de levantar sus frontones, sino de acabar con ellas, de alagar el espacio litúrgico hasta donde fuera posible…” (Maraschin, p. 77). Sin embargo los templos tienen sus puertas que se abren y cierran. “Puerta cerrada es señal de tristeza” (Maraschin, p. 78). Las puertas “…anuncian que el mundo en que vivimos es el mundo del pecado y, por lo tanto, del límite” (Maraschin, p. 78).
Jesús se denominó como ‘puerta’ (Juan 10.9). El entrar por las puertas no significa tener la salvación, sino que estas puertas indican a la otra puerta, que por su gracia, se hace de pasaje, por donde se entra y se sale, pasaje de liberación y de vida, la puerta del amor, que jamás aprisiona o retiene.

Casa

Fue llamada en la tradición latina de domus Dei. ¿Dios habita en una Casa? ¿Es necesario que Dios se limite a un espacio físico cuando él trasciende el cielo y la tierra?
Génesis 28:17: Entonces tuvo miedo y exclamó: "¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo"
Isaías 56:7 yo los llevaré a mi santo monte y los recrearé en mi casa de oración sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos".
Salmo 65:4 Bienaventurado el que tú escojas y atraigas a ti para que habite en tus atrios. Seremos saciados del bien de tu Casa, de tu santo Templo.
Salmo 42:4 Me acuerdo de estas cosas y derramo mi alma dentro de mí, de cómo yo iba con la multitud y la conducía hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.
Salmo 55:14,15 que juntos comunicábamos dulcemente los secretos y andábamos en amistad en la casa de Dios. Que la muerte los sorprenda desciendan vivos al seol, porque hay maldades en sus casas, en medio de ellos.
La casa es el lugar de abrigo, de fantasías, de sueños.
“La Domus Dei es, por excelencia, la domus nostrae, donde, más de lo que las memorias de la familia y de los primeros sueños, se concentran los sueños de la raza humana, de la comunidad jamás experimentada y de la felicidad siempre procurada” (Maraschin, p. 79). La casa familiar es el primer lugar de deseo y sueño.
Jesús no tuvo una casa al nacer, como tampoco cuando desarrolló su ministerio, él llamaba como su casa la casa del Padre. También llamaba al templo de su casa (Mt. 21.13). Esta casa del Padre, preanunciaba otra morada, más amplia y acogedora, como lo dice en Juan 14.1-4.
“La casa de devaneo es la casa que todavía no tenemos. Es la casa prefigurada en las iglesias donde se realiza la liturgia: representación de nuestros mejores deseos, de nuestras voluntades, de los más alocados sueños. Es en la liturgia, celebrada en ese lugar privilegiado, que recordamos los actos de Dios en el pasado y nos juntamos a todo el pueblo en la esperanza de que, al final, en un bello día, tendremos la reunión del pueblo en la casa del pueblo que será, finalmente, la casa de Dios ” (Maraschin, p. 81).

Agua

El agua es el primer elemento constitutivo del mundo. El Espíritu de Dios volaba sobre esta agua en el inicio. “…ahí están las aguas y están ahí para ser juzgadas por Dios, una vez que son amenazadoras y temibles. Terribles, como en el diluvio. Amenazadoras, como en el lago de Genazaret. Mas de suavidad, como en el Salmo 23. Salvadoras, como en la historia del Éxodo. Imprescindibles como las fuentes que brotan en los desiertos. Vivificadoras como las del Apocalipsis” (Maraschin, p. 82).
Es el agua, por medio del bautismo, el elemento iniciador, como proyectándose a la nueva creación, en Cristo.
“La puerta litúrgica es el bautismo” (Maraschin, p. 82), donde se lavan los pecados. Las construcciones actuales muestran la escasez de agua en los bautismos, como también las pilas bautismales al entrar a un templo.
El espacio litúrgico comienza con las aguas, como espacio de vida. “Las iglesias deberían tener en sus pórticos lagos, tanques, fuentes, lluvias o duchas, fuentes públicas, como en las antiguas villas romanas, recordando a todos nosotros que somos agua y que es de las aguas que viene la salvación” (Maraschin, p. 83). No deberíamos dejar secas las pilas bautismales. “La presencia de ese elemento fundamental de la creación habría de servir para delimitar el espacio, señalado como el espacio brotado de la creación como el Génesis” (Maraschin, p. 83).
“La liturgia celebra no solo lo psicológico, o intelectual, sino también lo cosmológico” (Maraschin, p. 83).
“Uno de los actos más dramáticos de la liturgia es la ceremonia del lavamiento de pies, realizada en el ofertorio de la Eucaristía del viernes santo. Aquí el lugar de la liturgia una vez más se mezcla con el agua y hace de los pies el símbolo más importante de la caminada de la vida cristiana” (Maraschin, p. 84). “Jesús sabía muy bien que la caminada es larga y que produciría cansancio. Que los pies son los primeros miembros del cuerpo humano a cansarse en el proceso de la vida” (Maraschin, p. 84). Esto es una prefiguración del reino de Dios.
“Con el lavamiento de los pies, el espacio de la liturgia se hace espacio de descanso. Espacio de anticipación del nuevo mundo…” (Maraschin, p. 85).
“El espacio litúrgico es, así, espacio de muchas aguas. El propio Dios es ‘fuente de agua viva’ (Jr. 2.13)… …el cordero que entra en medio del trono guiará a los salvos ‘para las fuentes de agua de la vida’ (Ap. 7.17). El justo, pues, es comparado en los salmos al ‘árbol plantado junto a corrientes de aguas’ (Sl. 1.3)” (Maraschin, p. 85).

Manos
Entran primero los pies, luego las manos al espacio litúrgico. “La señal de la cruz es trazada sobre el cuerpo, por la mano derecha, para indicar la disposición del cuerpo de cargar la cruz sobre sí” (Maraschin, p. 86). Las manos lavan los pies de los otros, se saludan en gesto de la paz, se abren y cierra como puertas, se juntan a otras manos para la oración. También acarician, por el amor, se rozan, se sienten y se dan. El cuerpo y sangre de Cristo pasan por las manos al compartirse. “Ellas vienen de las manos de Jesús y hacen de nuestras manos el prolongamiento de la fraternidad” (Maraschin, p. 86). La imposición de manos, el ungir a los enfermos.
Es lenguaje del amor. “…la Eucaristía es un festival de manos. Es un llamamiento a la salutación de la paz” (Maraschin, p. 87). Las manos de Cristo, traspasadas por la cruz, simbolizan el dolor y el sufrimiento.

Lo Esférico

El espacio de la liturgia es redondo, gira en torno a un centro del cual todo converge. “La idea de la circularidad siempre estuvo ligada a la de perfección” (Maraschin, p. 87), un lugar sin comienzo, ni fin. Esta idea de la centralidad viene de Mt. 18.20, donde Cristo es el centro.
“Para Paul Tillich, el mejor plano para la iglesia sería ‘central, en el cual todos los miembros de la congregación se pudiesen ver, y en el cual el ministro estuviese en medio de la congregación para predicar y para dirigir la liturgia’” (Maraschin, p. 88).
El centro del culto es el altar de comunión. El espacio de la liturgia puede ser un lugar de jerarquía o centros del pueblo para adorar a Dios y proclamar el evangelio al mundo.

Espacio de Sueño
“El fuego y la luz ocupan igualmente el espacio de la liturgia” (Maraschin, p. 90).
“El espacio de la liturgia pasa a ser el espacio del sueño” (Maraschin, p. 90). Luz y sombras, fuego y agua, alturas y profundidades, tinieblas y abismos en despeñaderos de deseos. Es espacio de la utopía, de la esperanza. Ese espacio es provisorio porque indica otro espacio, definitivo. Espacio futuro. “En el espacio de la liturgia celebramos la llegada de ese espacio futuro” (Maraschin, p. 91), lugar de novedad, lugar para todos. No es posible celebrar la liturgia de la esperanza sin denunciar los poderes demoníacos de nuestro mundo…
“Y así llegamos al altar de la Eucaristía, en esperanza y expectativa. Sabemos que Dios va a aparecer. Extendemos las manos y él nos extiende las manos con sus brazos amplios. En la esfera del mundo. Caminando. Caminando para ese futuro. Creciendo a partir del interior. En esa casa de sueños. Para ese nuevo mundo de paz. Lentamente. Repitiendo, en cuanto trabajamos, ‘Amén, Ven, Señor Jesús” (Maraschin, p. 92).

Libro: La Belleza de la Santidad - Jaci Maraschin

Síntesis elaborada por Sergio Adrián Fritzler
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