24 de abril de 2009
El culto refleja el compromiso comunitario de la iglesia
Autor/es: Tomás Gómez Bueno
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El culto es un punto de íntima comunión entre Dios y los seres humanos. La experiencia cristiana dice que la presencia de Dios se siente en las actividades donde se le invoca. De ahí la enorme importancia que tiene el culto como expresión de la fe, como medio de exteriorizar e interiorizar la realidad de lo que uno cree.
El culto no debe ser un masaje escapista, un subterfugio para evadir la realidad, debe ser un encuentro con Dios, una aproximación
a su carácter y a su justicia. El culto pone de manifiesto nuestra teología, nuestra forma de practicar la fe. Si somos exclusivistas, si solo celebramos una salvación personalista, individualizada y
excluyente, se notará en nuestros servicios de adoración.
Si nuestro sentido de misión no esta inspirado en la compasión y la acción solidaria, en nuestras oraciones solo reclamaremos bendiciones para nosotros y nuestro círculo. Asi daremos a entender
que el compromiso del Señor es solo con lo que hacen vida religiosa.
Los demás no cuentan.
El culto pone de manifiesto nuestra teología, nuestra praxis y nuestro compromiso con la comunidad. Así, cuando nuestra orientación teológica es bien llevada, el culto se redimensiona y expresa la responsabilidad auténtica de la misión de la iglesia.
Celebramos nuestra fe junto a logros comunitarios en lo que hemos intervenido
con nuestro esfuerzo solidario.
Debemos enterar a las personas no creyentes que Dios está interesado en ellos. Nuestros coros y nuestras oraciones deben reflejar un
determinado nivel de compromiso con la comunidad, con la vida, con su cotidianeidad.
Es importante saber que Dios no obra solamente en lo que nosotros entendemos como el plano de lo religioso. Este plano ha sido creado por nosotros como una forma de particularizar a Dios, de parcelarlo y
de darle carácter de exclusividad como si fuera un objeto nuestro.
La adoración a Dios siempre estará dirigida a celebrar su grandeza, pero sin olvidar que su grandeza incluye su amor y compromiso con la totalidad del ser humano, compromiso que toma su mayor sentido cuando es encarnado, por la comunidad de fe que dice conocerle.
Nuestra liturgia debe reflejar nuestro compromiso con la comunidad. La congregación se informa de lo que Dios ha hecho en el
entorno y celebra con júbilo y gratitud logros que se han traducido en bienestar y mejoría de todos.
El culto es la celebración de Dios, de su grandeza, de su intervención en la historia, de su salvación. Nosotros, que tenemos
el privilegio de celebrar esos misterios tan grandes, somos los llamados a manifestar que Dios está interesado en la totalidad del
ser humano.
Si nuestros cultos estuvieran más cerca de la gente, influyéramos más sobre la vida de la comunidad y sobre su cultura.
Si nuestro arte y liturgia tuviera más comunión con el hombre y la mujer de carne y hueso, con la gente de la calle, nuestras iglesias tuvieran cultos mas significativos e interesantes y estableciéramos a través de nuestros encuentros el verdadero nivel de relevancia que tiene la misión.
Nuestras oraciones, nuestra música y exclamaciones no deben estar solamente dirigidas a "gozarnos", puesto que el
Señor tiene un interés más amplio y su iglesia tiene que reflejarlo en todas sus
acciones. Claro, lo primero es modificar nuestro enfoque teológico y el contenido del culto será un indicador del cambio.
Tomado con permiso del autor de Punto de partida, reflexiones cristianas para el camino, nº 3, junio de 2003.
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