Autor/es: Alma Malan
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Apagar la luz (encender una vela).
Leer un breve cuento
...En un pueblo, a un elefante apenas llegado desde la India
lo habían ubicado en un establo a oscuras. La gente del
lugar curiosa por conocer semejante animal, se precipitó en
el establo.
Como no se veía nada por la falta de luz, la gente se puso a
tocar el animal.
Uno de ellos de repente dijo tocando la trompa: "¡este
animal parece un enorme tubo!". Otro tocando las orejas
dijo: "¡yo diría más bien que se parece a un gran abanico¡".
Otro tocando las patas, dijo: "¡no, sin lugar a dudas esto
que llaman elefante, es una especie de columna!"
...Y así cada uno se puso a describir el animal a su
manera...
Es una lástima que no hubieran tenido a mano aunque sea una
vela para ponerse de acuerdo.
Muchos son los textos de los evangelios que hacen mención a
la luz,
Los invito a leer estos textos, Juan 8:12, Marcos 4:21-23,
Lucas 8:16-17
Son muchas las reflexiones que podemos realizar acerca de la
luz, o sobre la lámpara que la brinda. Una pregunta clara
que surge es como mantenemos en nuestras vidas continuamente
esta lámpara encendida, para que emita luz.
Necesitamos combustible.
Si llevamos esta parábola a nuestras vidas, vemos como
alguna vez hemos estado con el riesgo de encontrarnos a
oscuras. Y la oscuridad que trae consigo miedos y dudas. Y
la oscuridad total nos hace perder el sentido de todo lo que
nos rodea. Nos ha faltado alimentar esa lámpara. Pero
también es
verdad y cuan reconfortante es encontrar quienes han sabido
alimentar esa lámpara y la han mantenido encendida
Y cuán reconfortante es la sensación de volver a encontrar
esa luz. Son muchas las lucecitas que encontramos en el
camino que nos dan la sensación de que no estamos solos.
Pero algo importante es que la lámpara tiene necesidad de
alimentarse muy seguido, y el alimento de mi lámpara y de
nuestras
lámparas es la palabra de Dios y el amor de Dios
experimentado en Jesucristo. Y de nuestros hermanos y
hermanas en el camino; en la alegría de ver como ellos son
la luz que aclara partes oscuras en nuestro caminar como
cristianos.
Una cosa es clara, no somos autosuficientes; necesitamos del
otro y de la palabra que reaviva permanentemente la llama de
la lámpara que somos, para ser así luces en el camino. Para
que no nos
suceda como en el cuento del elefante...
La luz está a nuestro alcance, somos nosotros quienes
debemos mantener siempre encendida la lámpara.