Autor/es: Alvaro Michelín Salomó
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CREO EN DIOS, PADRE NUESTRO Y MADRE NUESTRA, gobernante supremo del mundo y de la historia, por quien existimos nosotros, todos los seres y las cosas. Es el Principio de la Vida, estaba antes que todo y estará al final de los tiempos como Señor de la Creación.
Dios había escogido a un pequeño pueblo para darse a conocer en la historia humana. Ahora, cada uno de nosotros y nosotras puede ser elegido/a para dar a conocer a otras personas el sentido de la vida, es decir, la experiencia de Dios en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestras fuerzas y en nuestra sociedad. Puesto que Dios nos creó, y no nosotros a nosotros mismos, reconocemos que nuestra vida le pertenece e inclusive la naturaleza entera. En nuestras manos y bajo nuestra responsabilidad está el buen uso y cuidado de su Creación, para la felicidad nuestra y de las generaciones venideras.
CREO EN JESUCRISTO, DIOS Y SER HUMANO, Señor junto con Dios Padre-madre y humano a la par del humano. Vino de Dios naciendo en este mundo como hijo de una joven y humilde creyente. El Espíritu de Dios le acompañó desde su nacimiento también actuó con gran poder en Jesús durante su crecimiento y su misión adulta. Fue bautizado y recibió la inspiración de Dios Padre-madre para hablar con autoridad y fidelidad.
Fue trabajador y se acercó a los trabajadores. Fue laico y comunicó los mensajes de Dios mejor que cualquier religioso. Como adulto, durante su ministerio, no tuvo un paradero estable, y sin embargo residía en Jesús la presencia especial de Dios. Su compasión por los enfermos, las viudas, los niños, los desheredados y los marginados no tuvo límites. El poder de su amor solidario fue resistido por el poder de la envidia, la soberbia y la bajeza. Predicó el Reino de Dios, es decir, anunció y se comprometió por la puesta en práctica de la soberanía de Dios en la sociedad, trabajando por una nueva humanidad. El mundo nuevo que soñó Jesús irrumpió desde su propio ejemplo y compromiso. Palabra y vida, testimonio y acción, esperanza y tarea presente se unieron en su misión de justicia, sanidad, compasión, solidaridad y restitución de la dignidad humana para todos.
Debió soportar la pena capital, la burla y el desprecio de muchos. No se opuso a tal destino, lo sobrellevó con extremo dolor porque sufría por la injusticia de sus semejantes. Pero perseveró en su camino pues le dedicó todas sus energías a la causa del Reino de Dios: esa causa es también la nuestra, hacerle lugar al amor de Dios en nuestras vidas y en el mundo.
Su cruz es la señal que apunta a las muchas cruces de injusticia, desamparo, enfermedad, tristeza e incomprensión que podemos experimentar nosotros mismos o nuestros hermanos y hermanas. Mas su cruz es también la muestra de su victoria, pues la cruz vacía llena nuestra existencia con el Espíritu de resurrección y vida nueva. Allí muere la muerte y el amor de Jesucristo se hace eterno. Él orienta nuestros pasos por el camino que debemos recorrer entre nuestro Viernes Santo y el Domingo de Pascua, hasta que su victoria sobre el pecado, la injusticia y la muerte sea también la nuestra. Toda la humanidad está sujeta a su veredicto final.
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO, PODER INVISIBLE DE DIOS, que se percibe como propio por medio de la fe. Por el don del Espíritu oramos, nos comunicamos, formamos una comunidad de fe y aprendemos los unos de los otros en el compartir y la alabanza. Por ese mismo don podemos arrepentirnos sinceramente de nuestros pecados entonces recibimos las fuerzas para perdonar a otros y así podemos restituir las relaciones deterioradas.
Por el Espíritu, la Iglesia puede dar testimonio de fe, esperanza y amor, y el mundo llegará a vivir experiencias de justicia y solidaridad, poniendo en práctica la soberanía de Dios manifiesta en la sociedad. La vida de muchas personas podrá ser liberada de las sombras del abandono, la soledad, la angustia o de la indiferencia por los demás, e inclusive de la mala conciencia personal.
CREO EN EL DIOS TRINO, CREADOR, LIBERADOR Y CONSOLADOR, que está al comienzo, en el medio y al final del Camino, dispuesto siempre a perdonarnos, renovarnos y proyectarnos hacia el horizonte de su amor eterno, en esta vida y en la venidera.