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17 de noviembre de 2016

Compartiendo la Palabra (Lucas 23:33-43)

Autor/es: Ángel Furlan

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FIESTA DE CRISTO REY

ÚLTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

20 DE NOVIEMBREDE 2016

San Lucas 23:33-43

 

El año litúrgico[1], es decir el modo en que la iglesia celebra la historia de la salvación, comienza con el Adviento y culmina con la festividad de Cristo Rey. El inicio lo marca el anhelo vehemente por la venida del redentor por el cual Dios hará todas cosas nuevas y su culminación es la celebración del triunfo del bien y la justicia sobre todos los poderes de la obscuridad. La fiesta de Cristo Reynos lleva al final de la historia y la consumación plena del misterio de la salvación humana en Jesús el Cristo[2].

San Pablo, en su carta a los cristianos de Colosas, les dice que Dios los ha librado del poder de las tinieblas y los ha hecho entrar en el Reino de su Hijo muy querido[3].La obscuridad, el poder de las tinieblas, es un hecho objetivo, visible en el mundo. El poder de las tinieblas se manifiesta en toda forma de injusticia, opresión, marginación, exclusión, violencia y falta de respeto hacia la persona humana. Se manifiesta no solo en la destrucción y muerte de seres humanos sino también, constantemente, en la negación misma de lo humano a través de la imposición de un sistema que priva de derechos y dignidad a miles de millones de hijos e hijas de Dios.

El poder de las tinieblas se manifiesta en gobernantes injustos y corruptos, como dice el profeta Jeremías: ¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal!  Por eso, así habla el Señor, Dios de Israel, contra los pastores que apacientan a mi pueblo: ustedes han dispersado mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas.[4] Y como también dice el profeta Ezequiel con palabras semejantes: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño? Pero ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las bestias salvajes. ¡…y nadie se ocupa de ellas ni trata de buscarlas![5]

Frente al hecho de las tinieblas y de lo que ellas significan San Pablo opone la irrupción del Reino de Dios: Ustedes han sido librados del poder de las tinieblas y han entrado en el Reino del Hijo de Dios. Esto es lo que celebramos en la Fiesta de Cristo Rey, el Reino del Hijo de Dios en el que ya estamos y cuya manifestación final llegará al final de los tiempos.

Sin embargo no siempre hemos entendido, o querido entender, lo que esto significa. Muchas veces, alejándose del Evangelio, la iglesia ha puesto la vista en los signos del poder de los reyes mundanos, tronos majestuosos, coronas de oro, mantos de púrpura, cen­tros de plata y piedras preciosas; y también leyes y mandatos, muchas leyes con sus correspondientes castigos. Todo ello, se supone, en nombre y para la gloria de Cristo Rey. Con el soberbio pretexto de actuar en nombre de Jesús, el rey del universo, se ha intentado someter a los seres humanos a los caprichos, intereses y ambición de los que detentan el poder religioso aliados, las más de las veces, en un extraño maridaje con el poder político y económico. Se han impuesto dogmas, leyes y reglamentos que nada tienen que ver con el Evangelio y para ello se ha llegado a usar la violencia, la tortura e incluso la muerte. Todo esto no tiene absolutamente nada que ver con el reinado de Cristo, antes bien es exactamente lo contrario.

El texto del Evangelio de San Lucas, que leemos hoy, nos presenta el modo en que“reina” Jesús, el Cristo. No desde un trono imperial sino desde la cruz de los desheredados y marginados muchos de los cuales han sido acusados de peligrosos, rebeldes o sediciosos. El signo del reinado de Cristo no es un trono sino una cruz y no una cruz en medio de los candelabros de un altar, como le he oído repetir muchas veces a mi querido amigo y maestro, el pastor Lisandro Orlov, el signo del reinado de Cristo es una cruz que lo ubica en la compañía de los marginados y excluidos.

Alguien, en un artículo para una publicación latinoamericana, llamó a Jesús “el cordero rebelde”[6]. Hay una lógica en esta expresión paradójica (semejante a un oxímoron) ya que la transformación que viene a traer el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo[7] es la más radical de todas las transformaciones. Jesús no viene a enfrentar un tipo de poder, sea el romano o el sacerdotal judío, para que finalmente ese poder sea substituido por otro basado en la misma lógica de dominación y violencia, sino para poner fin a toda clase de dominación. Ese es el sentido de la rebeldía de Jesús, él no se calla, anuncia el cambio que viene con el Reino de Dios, la transformación de todas las cosas, y no se somete, no negocia, no está dispuesto a rebajar el anuncio del Reino a ningún acuerdo político que comprometa la verdad y que terminaría, inexorablemente, en la continuidad del sistema imperante.

Pensando según los modelos de los sistemas opresores podríamos decir que Jesús es el anti-rey o quizás mejor, el rey gobernante del anti-reino[8]. El reino proclamado por Jesús no viene para dominar a la gente, sino por el contrario, a promover, convocar y suscitar el poder de cada ser humano, de modo que cada una y cada uno de nosotros podamos asumir responsablemente el peso y el gozo de nuestra libertad, esa libertad plena de los hijos e hijas de Dios[9]. Esa libertad que nos hace libres de todas las cosas que nos oprimen y deshumanizan y que al mismo tiempo nos hace siervos por amor los unos/as de los otros/as[10].

Cuando en Getsemaní Pedro corta la oreja del criado del sumo sacerdote, Jesús lo reprende y le dice: Guarda tu espada ¿Piensas que no puedo yo rogar a mi Padre que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?[11] Jesús no recurre a la violencia de ningún tipo, menos aún a la violencia divina, pues eso sería seguir y perpetuar las reglas de juego del "príncipe de este mundo", el dueño de "todos los reinos de este mundo y su gloria" que los ofrece a quien quiere, como le dijo a Jesús en la tentación. Jesús rechaza de plano tal propuesta[12]. Luego de la alimentación de los cinco mil Jesús se niega a que una multitud entusiasmada lo transforme en su líder con la idea de coronarlo rey al estilo de los reinos de este mundo[13]. La tentación del poder entendido al estilo de los sistemas opresores persigue a Jesús desde el desierto hasta la cruz; y desde el desierto hasta la cruz Jesús rechaza este modelo, denuncia con toda claridad que procede del diablo, del "príncipe de este mundo". Desde el desierto hasta la cruz Jesús se resiste obstinadamente a aceptar las mentiras y caer en la trampa del demonio que le ofrece un camino fácil y sin riesgos pero que terminaría, finalmente, en que nada cambie.

El costo de esta resistencia no sólo valiente sino absolutamente lúcida de Jesús es la muerte. Y desde allí, desde la cruz, Cristo dice nuevamente no al poder de la violencia. Rechaza la tentación de usar los mismos métodos del mundo de las tinieblas que lo rodeaban, representado por los que lo desafían a manifestar su poder y bajar de la cruz diciéndole “Si eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo”[14].

En la cruz Jesús derrota en forma radical y absoluta al demonio del poder concebido como violencia y opresión por una parte y como dependencia, sumisión y alienación por la otra. Inaugura así un nuevo tipo de relaciones entre las personas y de armonía con el universo entero, basadas no en la dominación y la dependencia, sino en el respeto mutuo, la armonía y la valentía para asumir el peso de la propia libertad responsable. Al decirnos que Dios nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha hecho entrar en el Reino de su Hijo muy querido, San Pablo también nos está diciendo que hemos sido llamados a vivir un nuevo modelo de vida y de relaciones; como cristianos se nos ha dado la capacidad de interpretar la vida desde una nueva visión, desde una nueva perspectiva, la perspectiva que nos da el haber sido trasladados de las tinieblas a ese mundo nuevo inaugurado por Jesucristo, Rey de la Creación.

Jesús el Rey, dice no a la espiral del odio y la venganza instaurada en y por los reinos de este mundo y nos trae la palabra de la reconciliación: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”[15]. Jesús el Rey termina con todos los miedos y nos enseña una nueva imagen de Dios, el Dios crucificado. Un Dios que llama y seduce por medio de su amor y jamás por medio de las amenazas y el temor. ¿Qué miedo puede infundir un Dios que nos ama de tal manera que acepta ser clavado en una cruz para reconciliarnos con él?[16] Aunque, si lo pensamos detenidamente, es posible que tal clase de Dios llegue a infundir asombro, desconcierto y hasta terror en los déspotas y opresores, no por voluntad de Dios sino por el lugar desde el cuál ellos se sitúan para contemplarlo.

Finalmente, el texto del Evangelio de San Lucas nos muestra que la cruz como el triunfo de Dios, el triunfo del servicio, del amor y el sacrificio por los demás no podía ser entendida por los soldados, ni el pueblo, ni los religiosos, ni aún los mismos discípulos. El que pareció comprenderlo fue uno de los condenados, un marginado y excluido, uno de los desheredados sin lugar en el mundo, uno que era considerado como un desecho del mundo por los sostenedores del sistema. Él pudo decir: “Acuérdate de mí, cuando vengas en tu Reino”. De alguna manera, quizás mucho mejor que nosotros con toda nuestra teología, él pudo comprender lo que estaba pasando, pudo entender que las tinieblas no estaban venciendo sino que el victorioso era Jesús el Rey: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

 

Ángel F. Furlan

Noviembre de 2016



[1]El año litúrgico es celebrado por la mayoría de las iglesias cristianas históricas. Es el nombre que generalmente se da a la organización de los diversos tiempos y festividades con las que se celebra la historia de la salvación en el período comprendido entre el Adviento y la última semana del tiempo después de Pentecostés que concluye con el domingo de Cristo Rey. El año litúrgico, que tiene como eje central la Pascua, es un camino que recorremos y a través del cual hacemos memoria (se podría decir que de alguna maneradramatizamos) y re-vivimos el misterio de Cristo.

[2]Debido a que la festividad de Cristo Rey fue instituida en el año 1925 por la Iglesia Católica de Roma (pontificado de Pio XI) y que recién a partir de 1970 se trasladó su celebración al último domingo del año litúrgico, hay iglesias protestantes, incluyendo luteranos en algunas regiones del mundo, que la llaman Domingo de la Eternidad o sencillamente último domingo después de Trinidad (o de Pentecostés según la costumbre). 

[3]Cf. Carta a los Colosenses 1:13

[4]Cf. Jeremías 23:1-2

[5]Cf. Ezequiel 34:2-6

[6]Roberto Pineda, “Jesús de Nazaret: el Cordero rebelde” en “América Latina en Movimiento”, 8 de junio de 2004.

[7]Cf. San Juan 1:29. No dice “los pecados” sino “el pecado”, el poder que controla y domina en oposición abierta a la voluntad de Dios de vida plena para todos los seres humanos.

[8] Es lo que significan sus palabras frente a Pilato: “Mi realeza no es de este mundo”, San Juan18:36

[9]Cf. Carta a los Romanos 8:21

[10]“El cristiano es libre y señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. - El cristiano es servidor de todas las cosas y está sujeto a todos.” (Martín Lutero, en “La libertad cristiana”, 1520); “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos” (San Pablo en la 1ª Carta a los Corintios 9:19); “No debáis a nadie nada, sino el amarse unos a otros” (San Pablo en la Carta a los Romanos 13:8).

[11] Cf. San Mateo 26:53

[12] Cf. San Lucas 4:6-8

[13]Cf. San Juan 6:15

[14]Cf. San Mateo 27:40

[15] Cf. San Lucas 23:34

[16]Cf. 2ª Carta a los Corintios 5:19 

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