Autor/es: Ángel Furlan
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DOMINGO 33 DEL TIEMPO ORDINARIO
VIGÉSIMO SEXTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS (PROPIO 24)
13 DE NOVIEMBRE DE 2016
San Lucas 21:5-19
Hay grupos religiosos que, partiendo de textos como este, anuncian el fin del mundo e invitan a la gente a ser parte del selecto grupo de los que disfrutarán de un milenio teocrático. Muchos anuncian, con un lenguaje sumamente vívido la llegada del juicio final y las calamidades que caerán sobre los seres humanos a causa de sus pecados[1]. Hay predicadores de algunos grupos evangélicos que anuncian en templos, calles y plazas que está muy cerca el tiempo de la tribulación final que ellos creen que está predicha en el Apocalipsis y a la que describen casi como si la hubieran visto, e invitan a la gente a convertirse y seguir las enseñanzas de la Biblia a fin de poder salvarse.
Es seguro que un literalismo que intente leer e interpretar estos textos sin tener en cuenta el momento histórico y la cultura en la cual fueron escritos no solamente no nos permitirá entenderlos sino que nos apartará de su verdadero sentido y de su riqueza. Cuando leemos la Biblia necesitamos aceptar que la Palabra de Dios nos llega en el ropaje de muchos géneros literarios, algunos de los cuales no se utilizan en el día de hoy y que por lo tanto no nos son familiares, este es el caso del género apocalíptico.
Los “apocalipsis”[2] son textos propios de los tiempos de persecución, cuando el pueblo de Dios se esfuerza por mantener la esperanza a pesar de dificultades, catástrofes y sufrimiento. Por eso es característica de los “apocalipsis” la insistencia en que, por encima de todo, Dios finalmente triunfará y el pueblo de Dios participará de ese triunfo. En los mensajes apocalípticos se dice mucho acerca de la situación angustiante en la que los y las que son fieles son obligados a vivir en ese momento histórico y también acerca de la necesidad de resistir y oponerse a la tiranía y la opresión, pero esto no podía ser expresado de una forma abierta y explícita a causa del peligro que entrañaba hacerlo. Es por esto que los escritores recurren a un lenguaje “cifrado” que es “descubierto”, “revelado”[3] a los que tienen la capacidad de entenderlo por ser parte del grupo que sufre la opresión.
Al igual que el pueblo de Dios de épocas pasadas, los cristianos primitivos durante sus breves años de historia llegaron a estar familiarizados con todo tipo de situaciones graves y amenazantes, entre las que se contaron guerras, hambres, epidemias, persecuciones, marginación, exclusión, incluyendo la conmoción causada por la destrucción de Jerusalén... Así surgen los distintos apocalipsis del Nuevo Testamento de los cuales el más extenso y conocido es el libro que lleva este nombre y que es atribuido a San Juan.
En el texto apocalíptico del capítulo 21 de San Lucas, que leemos hoy, Jesús nos exhorta a tener cuidado de no ser engañados: “porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y engañarán a mucha gente”. Nos habla también acerca de la inutilidad de hacer cálculos o pronósticos acerca de tiempo del fin, ya que “el día y la hora nadie lo sabe” y, sobre todo, nos exhorta a ser valientes y seguir resistiendo frente al mal instalado en este mundo afirmando que “ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza”, para decir finalmente que “gracias a la constancia salvarán sus vidas”.
Merece que dediquemos un breve párrafo a la palabra “constancia”. El griego υπομονή (upomone) que se traduce también paciencia, perseverancia o firmeza en otras versiones de la Biblia, se refiere primordialmente a una virtud activa. La constancia es continuar adelante con la seguridad que todo está en manos de Dios quien finalmente cumplirá su buena voluntad. La constancia se apoya en ese inconformismo radical de la esperanza que nos impulsa a mantenernos firmes y continuar avanzando para que todo pueda ser distinto. Para ponerlo en términos criollos podríamos citar al “Martín Fierro” de José Hernández[4] que en el lenguaje de los “gauchos” argentinos dice: “No me hago al lao de la güeya, aunque vengan degollando” (no me aparto del camino aunque el enemigo avance para degollarnos).
Hay una gran riqueza en estos pasajes si los miramos en forma sencilla: fueron escritos para alentar la esperanza de aquellos que pasan dificultades y sufren o ven a otros sufrir la injusticia. Nos dicen que todo está en las manos de Dios tanto aquí y ahora como en el futuro del más allá. Jesús no da una respuesta en cuanto al día ni la hora del tiempo de la liberación final, pero hay un mensaje que queda muy claro: no tengan miedo, Dios está. Frente a tanta injusticia y dolor en el mundo somos animados a confiar en la justicia divina. Es posible que todo parezca oscuro y que la maldad triunfa, pero eso no es lo definitivo. Dios aún está presente y la historia está en sus manos. Él es el Señor de toda la tierra y el Señor de la historia.
El diálogo de Jesús con los discípulos nos muestra que la justicia de Dios llega con una escala de valores distinta. La escala de valores de este mundo y aún la de los mismos discípulos (y tantas veces de la iglesia), son los edificios magníficos del templo. La escala de valores de Dios no se detiene en las hermosas piedras y los adornos de los grandes edificios, sino que presta atención y se preocupa por el sufrimiento de una viuda que, en ese mismo templo, fue obligada a entregar su propio sustento para satisfacer la codicia de los que dominaban[5]. De la misma manera que, ayer y hoy, a Dios no lo glorifican los edificios eclesiásticos, lo que glorifica a Dios, por estar en sintonía con sus propios sentimientos, es prestar atención y oír el clamor de los más empobrecidos y vulnerables, aquellos que como la viuda no sólo no tienen lo necesario para sus necesidades básicas sino que llevan la carga más pesada del sistema impositivo mientras que los que más tienen son maestros en el arte de evadir lo que por equidad y justicia deberían pagar[6].
Por otro lado, el templo era un lugar de exclusión. La gran mayoría quedaba fuera, mujeres, empobrecidos, extranjeros… De la misma manera también hoy contemplamos las brillantes piedras de nuevos templos de injusticia y opresión. Los“templos” de los nuevos imperios que constantemente anuncian nuevas invasiones y guerras[7] también serán destruidos. No quedará piedra sobre piedra porque no hay compatibilidad con la nueva realidad que el Evangelio anuncia. No hay componendas ni compromiso posible. Quedarán en ruinas los modernos templos de las grandes empresas multinacionales, entre ellas las grandes industrias farmacéuticas que privilegian las patentes y los derechos de producción sobre la vida de muchas personas. Los acuerdos de comercio internacional en todas sus gamas y formas de fraudes y endeudamientos también caerán y no quedará ni su recuerdo. Dios vendrá y habitará junto a todos aquellos que han sido excluidos de esos templos de los privilegios y de los templos no quedará piedra sobre piedra.
Ya no podrán impedir que los bienes de la creación, fruto del amor divino, fluyan en abundancia para felicidad de todos los seres humanos. Dios está por encima y por fuera de los límites en los que muchos líderes, políticos y religiosos, lo han querido encerrar y poseer. Dios no puede ser encerrado en templos hechos por manos humanos de la misma manera que tampoco pertenece ni a una nación, ni al mundo que pretende llamarse a sí mismo “occidental y cristiano”, ni la globalización capitalista, ni al grupo de los que se consideran “puros” moralmente, ni a religión alguna. La religión que separa, que divide, y que sacraliza costumbres, debe acabarse. Los religiosos que pretenden imponer temor y que condenan a los sencillos también terminarán y ocuparán su lugar a aquellos y aquellas que anuncien el Evangelio, la Buena Noticia de Dios, que nos enseña un camino de alegría en la verdad, la justicia, la igualdad y la integralidad.
No sabemos cómo actuará la justicia de Dios y más aún, debemos ser muy cuidadosos de no pretender entenderlo todo ni de asumir que debemos responder a todo[8]. Antes que a esto, la Palabra llega a nosotros para alentarnos a mirar la realidad desde la fe y la esperanza. La fe como la certeza de lo que todavía no vemos y la esperanza como la resistencia que, por esa misma fe, somos capaces de oponer al mal que nos rodea en una actitud de inconformismo y enfrentamiento radical ante todo proyecto que deshumanice a las personas, sea este político, económico financiero o religioso. El sistema quiere hacernos sucumbir a la tentación de mirar la vida como si no hubiera futuro. El mundo está lleno de falsos profetas de desaliento y desesperación que tratan de convencernos que el presente no tiene otro futuro que el que nos presentan los que se han erigido como dueños del mundo, que no hay alternativa. Pero, desde la fe y la obstinada esperanza, el pueblo de Dios es capaz de proclamar que Dios es quien da futuro al presente.
Debemos permitir a estos textos iluminarnos para aprender a descubrir también en nuestro tiempo y en nuestro mundo los signos de Dios, manifestados en aquellos hechos y a través del ejemplo de quienes alientan a la fe y la esperanza continuando en la lucha por un “otro mundo posible”[9].
Creer en la vida eterna es, con seguridad, nuestra esperanza bienaventurada, pero sólo creer en la vida del más allá conlleva el peligro de lo alienante. Debemos abrir nuestros ojos y nuestros corazones y dejar que la vida presente sea iluminada por Dios, porque la eternidad se vislumbrada en el hoy de la misma manera que el hoy es iluminado y sostenido por la eternidad.
En ese sentido este texto del Evangelio nos impulsa a la acción sostenida por la esperanza. Mientras esperamos ver el rostro del Hijo de Dios en su gloria debemos aprender a verlo en el rostro de nuestros hermanos y hermanas, hombres y mujeres que son imagen suya. En el rostro de aquellos y aquellas que sufren la pobreza, del enfermo, del anciano, del migrante, del desempleado. En el rostro de todo aquél y aquella que necesita la ayuda de Dios y, viendo su rostro llevarle en nuestra acción, sin profusión de palabras, la presencia del Cristo que sana, que sostiene, que libera, que devuelve la paz y la esperanza.
P. Ángel F. Furlan – Iglesia Evangélica Luterana Unida
Buenos Aires, Argentina
[1]Generalmente los pecados que más destacan esta clase de religiosos son aquellos que, desde su punto de vista, tienen que ver con cierto tipo de “moral sexual” y algunos modos de vida que ellos consideran reprobables pero, en general, dejan convenientemente de lado la conducta anti ética y criminal de aquellos que son responsables del sistema de explotación y opresión que produce miseria, sufrimiento y muerte en nuestro mundo.
[2]Hay muchos textos bíblicos que son “apocalipsis”: Daniel capítulos 1-12; Isaías capítulos 24-27, 33, 34-35; Ezequiel 2:8-3, 3:38-39; Zacarías capítulos 12-14; Joel capítulo 2; San Marcos 13; San Mateo 24; San Lucas 21; 1ª Tesalonicenses 4:13 - 5:11; 2ª Tesalonicenses 2; Apocalipsis de San Juan.
[3]El significado de la palabra apocalipsis está relacionado con nuestras palabras “revelación”, “descubrimiento”, “quitar el velo que oculta algo”.
[4]José Rafael Hernández y Pueyrredón (1834 - 1886). Militar, periodista, poeta y político argentino, especialmente conocido como el autor del libro “Martín Fierro”, obra máxima de la literatura gauchesca.
[5] Cf. San Lucas 21:1-4. El templo judío actuaba también como agencia recaudadora de impuestos. Es muy posible que la “ofrenda” de la viuda haya sido en realidad el pago de un impuesto.
[6]Baste mencionar que el impuesto al valor agregado sobre los alimentos no puede ser eludido por ninguna persona en situación de pobreza ya que se paga aún sobre los alimentos que se consumen y que consiste en el principal sino el único gasto de los pobres. El impuesto los despoja de lo poco que tienen para vivir.
[7]Hasta el absurdo de justificar sus “guerras preventivas”.
[8]Quizás el mayor error de los maestros religiosos entre los que me tengo forzosamente que incluir.
[9]Muchos de ellos no están en la iglesia institucional, pero eso no significa que no estén en el camino.