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06 de octubre de 2016

Compartiendo la Palabra (Lucas 17:11-19)

Autor/es: Ángel Furlan

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DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO

VIGÉSIMO PRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS (PROPIO 23)

9 DE OCTUBRE DE 2016

San Lucas 17:11-19

La religiosidad farisea, tan combatida en los evangelios, basaba la relación del hombre con Dios en los pilares fundamentales de la obediencia ciega y el mérito. El ser humano debía someterse totalmente a los preceptos religiosos que se le imponían, en una verdadera situación de esclavitud frente a leyes humanas consideradas como venidas de Dios. La Ley de Moisés y el sentido liberador contenido en ella, había quedado cautiva de la interpretación de los maestros religiosos y del añadido de innumerables tradiciones y costumbres que debían ser cumplidas al pie de la letra. Para los fariseos, libertad, capacidad de pensar, iniciativa, creatividad, eran sencillamente malas palabras, aún más eran palabras peligrosas para la institución que debían defender.

Íntimamente ligada a la obediencia estaba la idea del mérito. Si uno cumplía con los preceptos religiosos Dios lo recompensaría, le daría el premio merecido. De alguna manera todo quedaba reducido a un intercambio de toma y daca, en el que la salvación, en el significado amplio de salud, prosperi­dad y vida eterna, se relacionaba indefectiblemente a mérito y recompensa o a crimen y castigo.

Las desgracias y enfermedades, especialmente las de apariencia más evidente y en algunos casos repugnante, como la le­pra se consideraban un castigo que Dios impuesto al individuo por sus pecados. En relación con los leprosos existía una legislación específica que les prohibía cualquier contacto con el resto de las personas, obligándolos a vivir fuera de pueblos y ciudades. Esto no tenía sólo el propósito de evitar el contagio de la enfermedad, sino que tenía que ver con el concepto de “pureza”, requisito necesario para poder presentarse a Dios y participar de los ritos sagrados. Los leprosos, como muchos otros enfermos, eran considerados “impuros” y su impureza era considerada contagiosa. Lógica­mente, no había lugar para la compasión ya que la enfermedad que sufrían era, según los maestros religiosos, el justo castigo de sus propios pecados.

Este sistema de pensamiento no es exclusivo de los fariseos, está enraizado en la sociedad y en la misma iglesia. Todavía hay quienes, en la iglesia, miran a las personas que viven con VIH como si fueran culpables de la enfermedad. Muchos son todavía los que insisten en hablar del “flagelo” del SIDA, una palabra que lleva la impronta de castigo[1] y por lo tanto de juicio y condena. Los que se han atrevido a enfrentar este tipo de pensamiento han sufrido ellos mismos críticas y escarnio por parte de muchos grupos religiosos[2].

Pero no se trata solamente de los enfermos, para el sistema son también “impuros” los que viven una situación de exclusión, pobreza, marginalización y vulnerabilidad social. Para los falsos profetas del sistema si están en esa condición es porque de alguna manera lo merecen.

Para el sistema ideológico/teológico de ese entonces y de ahora, el leproso, el excluido, debe comportarse de determinada manera, la que le es impuesta por la “sociedad sana”. El código sacerdotal establecía que “El que ha sido declarado enfermo de lepra andará hara­piento y despeinado, con la barba tapada y gritando: Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento”[3].El leproso[4] era prácticamente un muerto para la comunidad, alguien que no tenía derechos, que debía aceptar su condición y soportar la vida de exclusión y miseria que se le otorgaba en el instituido socio-económico-religioso. Hoy en día todavía hay lepra en el mundo, es una de las tantas enfermedades de la pobreza[5] que afecta a millones de personas en algunos lugares del mundo. Al mismo tiempo la lepra continúa siendo también un símbolo del lugar en el que han sido condenadas a vivir todas las víctimas de un sistema que ha reducido a multitudes a la situación leprosos sociales.

La doctrina del mérito, del premio o castigo, es una doctrina de muerte que da sustento teológico a un sistema social en el que algunos están sanos, trabajan, comercian y prosperan y esta prosperidad es interpretada como la bendición de Dios, y otros sufren la pobreza y la marginalización y esto es interpretado como la consecuencia de su falta de mérito. La pobreza es interpretada como un destino, como voluntad de Dios y justificada teológicamente de la misma manera que en el tiempo antiguo la lepra y otras enfermedades junto a la nacionalidad, el hacer determinados trabajos, etc. Todo esto relacionado con la idea de pureza o impureza, eran factores de exclusión social religiosamente sustentados.

Uno de los diez que gritaban pidiendo compasión además de ser leproso era samaritano. Llevaba sobre sí no sólo el estigma de la lepra sino también el de pertenecer a una raza despreciada además de ser, desde el punto de vista religioso, un hereje y renegado apartado de la “recta ortodoxia”. Hasta qué punto era despreciado un samaritano queda demostrado por el hecho que entre los peores insultos con los que los maestros religiosos quisieron ofender a Jesús estaban los de “endemoniado” y “sama­ritano”[6].

Deberíamos preguntarnos seriamente como miembros de la iglesia y de la sociedad cuáles son hoy los factores de exclusión y discriminación que hieren la dignidad de las personas a nuestro alrededor, especialmente a nuestros hermanos y hermanas más débiles y vulnerables. Como Jesús deberíamos abrir nuestros oídos al clamor por compasión de los actuales “leprosos”, entre los que se encuentran los más empobrecidos y marginalizados, declarados descartables, “impuros” e “inmundos” por un sistema que mata y destruye lo humano en nuestro mundo.

 

Frente a esta doctrina y sistema de  muerte Jesús nos anuncia la vida, la vida plena y abundante del Reino de Dios, la Buena Noticia (que es esto y no otra cosa lo que significa la palabra Evangelio). La voluntad de Dios es un mundo en el que se acaben la discriminación, la marginación y la exclusión. La voluntad de Dios es una iglesia que enfrente decididamente al criterio demoníaco de lo puro e impuro y luche valiente y denodadamente por la dignidad de todas las personas, para que acabe de una vez para siempre la justificación de desigualdades por causa de raza, nacionalidad, religión, género, orientación sexual, extracción social, capacidad cognitiva, y cualquier otro tipo de motivo por el que se pretenda sostener que unos seres humanos son inferiores a otros. 

El texto del Evangelio nos dice que los diez leprosos se acercaron a Jesús pidiendo compasión. Jesús los mandó a los sacerdotes para que obtuvieran un docu­mento que certificara que estaban sanos y que les permitiera reintegrarse a la vida social. Ellos emprendieron la marcha y en el camino quedaron purificados[7].

La mayoría, nueve, parece que siguieron hacia Jerusalén a presentarse a los sacerdotes obedeciendo a los preceptos de la ley, convencidos posiblemente de que su obediencia era lo que les había devuelto la salud. Uno solo recapacitó ydio la vuelta. Comprendió que la salud no estaba en Jerusalén, en el centro del poder religioso judío, ni en ningún otro centro de poder religioso. La salud y la plenitud de vida en libertad estaban en Jesús. Él se dio cuenta de que Jesús era el único que además de curarlo de su enfermedad podía también liberarlo definitivamente de cualquier idea de “mancha” o “impureza”, porque Jesús, simplemente, no creía en nada de todo eso.

El samaritano experimenta la salud recién recobrada y la posibilidad de volver a relacionarse con normalidad con sus semejantes como un don de amor gratuito. Y la alegría de saberse objeto del amor de Dios se transforma en alabanza y gratitud. Viendo que se había curado volvió alabando a Dios con voz potente y se echó a los pies de Jesús dándole las gracias. Jesús no le pidió cuentas por la desobediencia de no ir a Jerusalén, al contrario, lo puso como ejemplo. ¡Y la persona a la que Jesús puso como ejemplo es un samaritano! Es el que como todo ser humano no tenía ningún “mérito” pero descubrió en el Hombre Jesús la presencia de Dios, y abrió su corazón a una nueva realidad de Dios adoptando ante El una actitud de agradecida libertad. Y ésta, dice Jesús, es la única postura acertada: “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.  Volviendo unos versículos atrás en este mismo capítulo del Evangelio de Lucas podríamos decir que aquí se completa la respuesta a la petición que le habían hecho sus discípulos “auméntanos la fe[8].

Ante Dios no valen ni el servilismo ni el concurso de méritos sino la experiencia de la gracia como amor gratuito recibido solo por la fe. Esta experiencia nos inspira una doble con­fianza. La confianza como seguridad en el poder salvador de ese amor gratuito de Dios que se expresa en el agrade­cimiento y nos lleva al compromiso con el proyecto de Jesús, y también la confianza como sentimiento de familia, de pertenencia, que se manifiesta en la libertad  de atrevernos a vivir como hijos, y en el también gratuito amor fraterno, es decir en atrevernos y comprometernos a vivir como hermanos y hermanas. El sistema del anti-Cristo y su falso profeta nos podrán decir que “no pertenecemos”, pero la Palabra de Dios afirma que Él nos hace comunidad, que nos incluye en su propia familia.

Para finalizar, que nos quede claro que es el samaritano, el extraño, el hereje, el sospechoso de malas costumbres, a quien Jesús nos pone como ejemplo de fe. Tal vez, los cristianos, estemos pertenecemos a la iglesia somos los que entendemos mejor las cosas y adoptamos los mejores comportamientos. Pero, con mucha frecuencia, hay mucha gente que nosotros consideramos “de afuera” que tiene mucho para enseñarnos. En este texto es precisamente uno venido de fuera, despreciado por los de dentro, el único que sabe reconocer el don recibido de Dios, dándonos una lección magistral a quienes muchas veces olvidamos lo que es esencial a nuestro cristianismo.

P. Ángel F. Furlan – Iglesia Evangélica Luterana Unida

Buenos Aires, Argentina.

 ______________________

[1]Flagelo. El primer significado de palabra es el referido al instrumento usado para el castigo corporal tal como el azote, el látigo, la vara, la correa o la tralla. Proviene del latín flagellum, de flagrum que significa látigo. La flagelación era una forma de corrección disciplinaria impuesta a un convicto por sus crímenes.

[2]Como en otras oportunidades no puedo menos que mencionar en este sentido el valiente ministerio del Pastor Lisandro Orlov quien durante años enfrentó aún la oposición de su propia iglesia.

[3] Cf. Levítico 13:45-46

[4]Eran consideradastzara’at (lepra)numerosas patologías de la piel, entre ellas algunas enfermedades leves y curables, y las formas de diagnóstico médico/religioso por parte de los sacerdotes distaban mucho de los criterios de la medicina moderna.

[5] Las llamadas “enfermedades de la pobreza” – entre ellas la malaria, la tuberculosis, el vih-sida, la lepra – podrían ser disminuidas radicalmente con adecuada alimentación, servicios de agua potable, educación adecuada y acceso a atención médica.

[6]Cf. San Juan 8:48

[7] Personalmente me disgusta que la palabra utilizada esté relacionada con la “pureza”, pero es claro que el evangelista utiliza el término técnico religioso para su sanidad.

[8] Cf. San Lucas 17:5.

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Leprosos, Lucas, Sistema, Inclusión, Pureza

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