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25 de agosto de 2016

Compartiendo la Palabra (Lucas 14:1, 7-14)

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Compartiendo la Palabra

DÉCIMO QUINTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS (PROPIO 17)

28 DE AGOSTO DE 2016

 

San Lucas 14:1, 7-14      

 

Nuestra sociedad se organiza y vive en una lucha constante por la ganancia, la ostentación y los primeros puestos. En casi toda área de la vida la competencia es considera el eje para el logro y felicidad personal. Si miramos el mundo de los juegos y los deportes vemos, por ejemplo, que hay muy pocos no competitivos. Parecería que es muy difícil divertirse y sentirse bien sin ser ganadores en una competencia y que consecuentemente, otros/as sean perdedores. En muchas actividades de la vida lo que importa y se está buscando no es la propia superación sino el superar a los demás. Los niños y jóvenes van creciendo en este sistema y son muy pocos los lugares donde se los prepara para construir juntos, poniendo cada uno y cada una lo mejor de sí mismo y sin que queden algunos excluidos en el camino. Por el contrario, tanto en la educación, la economía y los deportes, como en casi cualquier actividad de la vida, existe una regulación social darwiniana según la cual queda naturalizado que haya quienes pierdan y mueran a fin de que algunos logren una ganancia económica sin límites y satisfagan su ambición por el poder y los primeros lugares en el mundo.

Para ver y entender qué significa el Reino de Dios debemos comenzar por aceptar que puede existir una escala de valores distinta a aquella que el sistema y nuestra sociedad han naturalizado. Debemos aceptar también que el Evangelio predicado por Jesús abarca la vida toda[1] y no es tan solo religión para el domingo salpicada por un poco de sentimentalismo y con algo de conocimiento doctrinal.

Esta perícopa del Evangelio según San Lucas puede inscribirse dentro del género literario de los discursos de sobremesa. La inclusión de esta historia en la tradición lucana tuvo muy posiblemente el objetivo de enseñar a la comunidad cristiana de fines del primer siglo acerca de la ambición por los primeros lugares y el verdadero significado de la humildad. Toda la enseñanza gira alrededor del significado de la frase proverbial de los primeros últimos y los últimos primeros.

El contexto es la observación de un hecho: la búsqueda de los primeros asientos. Seguramente que esto no se dé hoy así pero es indudable que la pelea por los primeros lugares se da de otra manera y es mucho más cruel y mortífera que solamente buscar asientos más destacados en una comida en particular. De esto hay innumerables ejemplos, aun algunos dentro de la misma iglesia.

Frente al hecho surgen dos propuestas de Jesús que son indudablemente contraculturales y revolucionarias tanto para la sociedad de su tiempo como para nosotros hoy. La primera es que el humilde será ensalzado y el que se enaltece será humillado y la segunda es que toda invitación debería ser extendida a aquellos y aquellas que no tienen cómo retribuirla pues es a ellos a quien se debe primero tener en cuenta.

La primera propuesta tiene que ver con la humildad. Pero entendiendo que ser humilde no es sentirse inútil ni despreciarse a sí mismo. Que no significa tampoco aceptar la imposición a renunciar a una aspiración legítima o bajar, por esa misma imposición, lo que debe ser una legítima y razonable autoestima exclamando “Yo la peor de todas”[2] (o Yo el peor de todos) como en la película sobre la vida de sor Juana Inés de la Cruz. No debemos confundir humildad con humillación. En nuestra sociedad se humilla y somete a determinadas clases de personas ya sea por su falta de poder monetario, por su color, por su género, por su orientación sexual, por sus capacidades físicas, por su educación, etc. Se las llega a privar de su dignidad de seres humanos, de hijos e hijas de Dios. Se les enseña que no son, que no valen, que no pueden levantar la cabeza, que deben agacharla frente a los que se apoderaron del poder, la riqueza, los medios y la influencia. Como la mujer encorvada del capítulo trece. A todos ellos y ellas hay que devolverles su dignidad y ayudarlos a recuperar su autoestima. La condición a la que se los ha sometido no es humildad sino humillación y es una teología equivocada enseñar que la bendición de Dios sobre los humildes tiene que ver con aceptar ser humillados y humilladas.

Humilde, hombre (en el sentido de ser humano) y tierra – humus – provienen de una misma raíz indoeuropea. Ser humilde es reconocerse ser humano, en un pie de igualdad, desde un mismo origen – la tierra – con todo otro ser humano[3]. La humildad tiene que ver con el estar dispuesto a dejar al otro adelante, a servirlo, sin miedo a perder o a ser considerados menos por esto. Es utilizar nuestros dones no para enaltecernos sobre el que tiene menos posibilidades que nosotros, sino para servirlo en el espíritu de Jesucristo, que no vaciló en lavar los pies de los discípulos[4].

La verdadera humildad no consiste en “conceder” al otro/otra el derecho de ser igual a mi sino en partir del presupuesto que somos iguales por naturaleza. Humildad implica la recepción mutua[5] de individualidades diferentes en un total reconocimiento de igualdad de origen y derechos y en una absoluta e irrenunciable responsabilidad mutua.

La segunda propuesta está íntimamente relacionada con la primera y tiene que ver con los que deben ser los invitados privilegiados a la fiesta. El sistema ilegítimo (anti cristiano - del Anticristo) que gobierna el mundo ha reservado la fiesta de la vida para unos pocos privilegiados, condenando a las grandes mayorías a ser como el mendigo Lázaro que desde el suelo mira con ansias las migajas que caen de la mesa del rico[6]. Pero no basta con la correcta y necesaria condena al sistema que oprime y deshumaniza, es necesario también hacer nuestro propio examen de conciencia. Deberíamos preguntarnos, por ejemplo, a quienes somos más propensos a hacer favores, y por qué; y como comunidad cristiana deberíamos preguntarnos a quiénes invita la iglesia, o puesto en términos negativos, a quiénes excluye la iglesia[7].

Jesús propone un nuevo orden social a través de la predicación del Reino de Dios. Los primeros en ser llamados son los pobres, el pueblo, la gente común, los marginados, los pecadores, los últimos en la escala económica, social y religiosa. Lo novedoso del Reino es que nadie es superior a otro. Tomos somos iguales ante un Dios que no hace acepción de personas. Ante él todos somos iguales no importa cuál sea nuestra raza, clase social, educación, rango o sexo.

La iglesia debe comprender de una vez por todas que no es la dueña sino la servidora de una Buena Noticia[8] (el Evangelio) que tiene por destinatarios[9] y legítimos depositarios[10] a los pobres. La iglesia debe convertirse y dejar para siempre la idea que tiene derecho, desde una jerarquía a dictar cátedra sobre todo, observando al pueblo desde arriba, sin arriesgarse a embarrarse los pies o ensuciarse las manos. Desde el más instruido al más humilde, sin distinciones de género, de nacionalidad o raza, de clase de trabajo que hagamos,  todos y todas somos llamados a participar, a pensar, a crecer como personas, a anunciar el evangelio, a construir juntos el mundo nuevo de Dios.

 

P. Ángel F. Furlan – Iglesia Evangélica Luterana Unida – Buenos Aires, Argentina.



[1] Cf. Evangelio según San Juan 3:1-21

[2]Yo la peor de todas” (1990) es una película argentino-francesa, dirigida por María Luisa Bemberg (1922-1995), que narra la vida de Juana Inés de la Cruz (México, siglo XVII), considerada hoy la primera mujer intelectual de América Latina. Se destacan las vicisitudes que vivió a raíz de la misoginia de la iglesia católica romana, encarnada en el arzobispo Aguiar y Seijas, quien logrófinalmente vencer a Sor Juana y la hizo renunciar a sus libros, lo que significó, de muchas maneras, su muerteespiritual.

[3] Cf. Génesis 2:7

[4] Cf. Evangelio según San Juan 13:1-15

[5] Cf. Epístola a los Romanos 15:7  Creo que es preferible la concepción que encontramos en la expresión paulina de “recepción mutua” antes que en la expresión, muy usada de la actualidad, “una iglesia inclusiva” como el ideal a alcanzar. En mi opinión la idea de ser inclusivo/a implica que uno incluye y que el otro es incluido y podría hacernos pensar en que la iglesia, o nosotros, somos los que “generosamente” estamos incluyendo.Lo opuesto a la desigualdad que excluye es la recepción mutua entre quienes son, por origen natural, definitivamente iguales.

[6] Cf. Evangelio según San Lucas 16:19-31

[7] Cf. Epístola de Santiago 2:2

[8]El significado de la palabra Evangelio es Buena Noticia.

[9] Cf. Evangelio según San Lucas 4:18; 7:22

[10]Cf. Epístola de Santiago 2:5

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