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01 de septiembre de 2016

Compartiendo la Palabra (Lc 14:25-33)

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Compartiendo la Palabra

 

DOMINGO 23 DEL TIEMPO ORDINARIO

DÉCIMO SEXTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS (PROPIO 18)

4 DE SEPTIEMBRE DE 2016

 

San Lucas 14:25-33

 

Es muy posible que los requisitos para ser hoy miembro de la iglesia difieran bastante de los que nos presenta este texto del Evangelio en cuanto al seguimiento de Cristo. En este sentido las palabras que leemos deberían ser como un sonido de trompeta que toca alerta, ocomo el grito en la noche que llama a las jóvenes que se durmieron haciéndolas saltar y correr hacia sus lámparas[1].

 

Si el texto que leemos no nos sacude y nos inquieta, si no nos alarma, puede que estemos en una situación peligrosa, esto es la de pensar que no corremos ningún peligro. Pensar que nuestro cristianismo actual no conoce el riesgo de la frialdad, del intento de servir a dos patrones, de la concesión, del relajamiento, del casamiento con los anti-valores del sistema. Un constante y  grave peligro para la iglesia es pensar que todo está bien, que siempre hemos estado y estamos en el camino correcto y que no hay nada de qué preocuparse.

 Si, por el contrario, este texto nos sacude, si nos deja intranquilos, perplejos, preocupados, es que nuestros oídos interiores todavía funcionan y que hay esperanza para nosotros y nosotras.

S miramos los versos finales de este capítulo, posiblemente podamos entender mejor lo que estamos leyendo.  En los versículos 34 y 35 dice “La sal es una cosa excelente, pero si pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve ni para la tierra ni para abono: hay que tirarla. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!”

Sal sin sabor. Una religión que no satisface, ni a nuestro prójimo, ni a nosotros mismos ni a Dios, que no es ni chicha ni limonada[2]. Como el reproche dirigido en el Apocalipsis a los cristianos de Laodicea: Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca... ¡Arrepiéntete y reanima tu fervor! Yo estoy a la puerta y llamo...[3]

Es necesario aceptar que todo está bajo la lupa y puede ser dialogado, discutido, cuestionado... El texto de hoy en su versión original es muy fuerte, dice “el que no aborrece...”Una forma hebrea de hablar, que nosotros a veces utilizamos aunque sin tanta fuerza, y que implica un grado de compromiso supremo. En realidad, si leemos detenidamente, veremos que se trata del aborrecimiento de todo un sistema tiránico e injusto que incluye también el modelo de la familia patriarcal.

Es importante también ver el contexto en que fueron dichas estas palabras. Jesús va camino a la cruz pero la multitud que lo sigue piensa que va camino al trono, aún sus propios discípulos. No comprenden de qué se trata. Todavía no entienden que ser un seguidor de Cristo implica un costo muy alto, el costo de la cruz.

Dicen que le preguntaron a un profesor “¿Es cierto que Javier es discípulo suyo?” y él contestó “Sí, es cierto que Javier asiste a mis clases, pero no es mi discípulo”. Ser discípulo es mucho más que adherir intelectualmente a una enseñanza o doctrina. Ser cristiano involucra la vida toda, no es un ornamento, tampoco alcanza con oír y aplaudir, ni basta con ser un admirador, un fan, un “hincha”[4]. Es necesario ser un seguidor, un discípulo.

Un discípulo es alguien que descubre el Reino, calcula el costo del seguimiento y se dispone a afrontarlo. Lo frustrante, lo vergonzoso es un cristianismo a medias. Las parábolas de la perla y del tesoro[5] muestran el Reino como el valor superlativo descubierto por alguien que es motivado por ese valor a despojarse de cualquier otra cosa, ya que no hay nada comparable a la riqueza que ha descubierto. Esta riqueza es la gracia maravillosa de Dios.

Aquí llegamos al punto nodal. Es importante entender que en toda esta ecuación la gracia es el factor único que la hace posible y por lo tanto la hace Evangelio, es decir Buena Noticia. Sólo quien recibió y entendió el tesoro de la gracia podrá llegar a ser un verdadero discípulo. Sin la gracia toda la enseñanza sobre el discipulado y el seguimiento se transformaría en legalismo puro.

Es desde allí, desde el tesoro de la gracia, que el Reino de Dios llega a transformarse en la opción fundamental que condiciona y determina todas las demás opciones. La opción por el Reino llegará a determinar que hay otras opciones que ahora, desde la vida por la gracia, son incompatibles y por lo tanto imposibles. Por ejemplo: No es posible servir a Dios y a las riquezas. Es incompatible amar a Dios y despreciar al pobre. Es totalmente impensable recibir el perdón de Dios y luego negarnos a perdonar. Es imposible jugar el juego del poder y de la dominación según los valores del sistema anti cristiano que gobierna el mundo, porque está claramente dicho que entre nosotros no será así.

La opción por los valores del Reino implica renuncias. Se nos llama a renunciar a todo lo que poseemos según el mundo, aún a la propia vida. Esto no se refiere solamente a la muerte física y tampoco significa sólo la renuncia al dinero o a los bienes materiales sino también a otras cosas que pueden llegar a pesar más que el dinero: El afán de poder y dominación de los demás, la defensa de los lugares que consideramos propios, la desmedida valoración de nuestro juicio y nuestro desprecio por las opiniones de quienes consideramos inferiores llegando a creer que somos los dueños y árbitros de la verdad. Todo lo que puede sintetizarse en las palabras soberbia y egoísmo.

Esto tiene que ver con cada uno de nosotros y nosotras como personas y también con el modo de ser iglesia. Como iglesia debemos renunciar a quedarnos en lo puramente humano: los medios, los reglamentos, los métodos y las instituciones y apegarnos firmemente a la Palabra y la presencia viva de Dios que todavía hoy quiere hablar en medio y por medio de su pueblo.

Pablo en su carta a Filemón, que en nuestro leccionario dominical va unida a este texto del Evangelio, nos presenta un cuadro vivo de alguien que asumió la cruz, que hizo bien el cálculo y estuvo dispuesto a renunciar a todo. Pablo siempre tuvo una posición privilegiada en el judaísmo, hebreo de hebreos, de la secta de los fariseos, irreprensible en cuanto a la ley. También llegó a tenerla en la Iglesia de Dios, un apóstol enviado por Jesucristo mismo, el predicador del Evangelio a las naciones. Sin embargo Pablo se presenta como prisionero por Cristo Jesús. No se presenta como un héroe de la misión sino como un hombre revestido de debilidad, que no duda en manifestar sus sentimientos, que no se avergüenza de tener un corazón, que no lo esconde bajo la armadura del rol eclesiástico que tiene que desempeñar.

La carta a Filemón es un compendio de los valores del Reino de Dios: ternura, simplicidad, humanidad, tacto, respeto, sinceridad, y sobre todo cordura. Él no presume tener la capacidad para resolver todo lo que significa la lacra de la esclavitud, no intenta un documento solemne en dónde afrontar todos los aspectos y los recovecos de la injusta, indigna y compleja cuestión. Sólo escribe una nota para arreglar, desde la novedad del Reino de Dios, la situación del esclavo Onésimo. La carta no es un mandato perentorio basado en la imposición de su autoridad apostólica. Es una súplica, un pedido humilde en el que se compromete sin reservas. Antes que apoyarse en el principio de la autoridad pone la garantía de su propia persona. Muestra como únicas razones decisivas las de un corazón que ha recibido la gracia de Dios.

El camino que nos señalan los textos de hoy es el de la conversión, el de la renovación de nuestro bautismo. Quiera Dios que nos lleven a una reflexión seria sobre el signo de la cruz con el que hemos sido marcados y hemos asumido como cristianos y como iglesia.

P. Ángel F. Furlan – Buenos Aires, Argentina.

Iglesia Evangélica Luterana Unida

  

 


[1]Cf. Evangelio según San Mateo 25:1-13. La parábola conocida como la de las diez jóvenes (que esperaban al esposo para formar parte del cortejo nupcial).

[2] Expresión usada en varios países de América Latina, refiere a no tener algo un valor específico, ser una media tinta, no ser ni una cosa ni la otra y hasta puede llegar a significar que algo no sirve en absoluto.

[3]Cf. Apocalipsis 3: 14-22.  “Escribe al Angel de la Iglesia de Laodicea: «El que es Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, afirma:«Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca.Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.Por eso, te aconsejo: cómprame oro purificado en el fuego para enriquecerte, vestidos blancos para revestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y un colirio para ungir tus ojos y recobrar la vista.Yo corrijo y comprendo a los que amo. ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete!Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos.Al vencedor lo haré sentar conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono»  El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias.”

[4] Una expresión originada en Uruguay que se extendió al Cono Sur y otros países de América Latina y El Caribe, se refiere a la persona que sigue con pasión y entusiasmo a un equipo o deportista favorito.

[5]Cf. Evangelio según San Mateo 13:44-46

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Lucas. Jesús, Discipulado, Seguimiento

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