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DOMINGO 19 DEL TIEMPO ORDINARIO
DÉCIMO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS (PROPIO 14)
7 DE AGOSTO DE 2016
S. Lucas 12:32-40
Unos versículos más arriba Jesús había contado la historia del hombre rico que sedecía a sí mismo que con el producto de la especulación en el mercado de alimentos tendría bienes suficientes para vivir en la abundancia sin saber que esa misma noche moriría.La moraleja explícita de la historia es que esa es la situación de aquél que acumula riquezas para sí pero no es rico a los ojos de Dios, o no es rico según Dios.
¿Quién es verdaderamente rico según los criterios de Dios? Lo es quien ha optado por el seguimiento de Cristo y este seguimiento de Cristo implica el reconocimiento del Reino y su Justicia como único valor absoluto en este mundo y en el venidero. Si perdemos esto de vista nuestro cristianismo pierde su misma esencia. Es como la sal que deja de estar salada o la lámpara que ha dejado de alumbrar[1].
Quizás ya hemos oído alguna vez esta historia pero con todo vale la pena recordarla. Esta especie de parábola contemporánea nos habla de aquello que realmente es esencial y que muchas veces, como iglesia y como cristianos, hemos perdido de vista. Algunos la han titulado “El Club del Refugio”:
“En una costa marítima muy peligrosa frente a la cual había frecuentes naufragios, los lugareños habían montado una muy pequeña y simple estación de salvavidas. El lugar era muy sencillo y tenían solamente un viejo bote, pero lo importante era el grupo de comprometidos voluntarios que se turnaban para vigilar constantemente el mar y cuando un barco naufragaba, sin pensar en sí mismos, salían en ayuda de la gente.
Algunas de las personas rescatadas, y varios vecinos ricos que conocían de la abnegación y coraje de los voluntarios, quisieron asociarse de alguna manera con la estación de salvavidas y ofrecieron dinero para ayudar al desarrollo de su trabajo. Se compraron botes nuevos y se entrenó personal profesionalizado. La pequeña estación de salvavidas creció y se fue transformando en una institución bien organizada.
Algunas de las personas nuevas que se habían involucrado pensaron que la construcción era demasiado simple y que estaba muy pobremente equipada. Era necesario transformarla en un lugar más confortable que pudiera servir tanto como un primer refugio para aquellos que fueran salvados del mar como para algunas otras actividades entre un naufragio y otro. Mejoraron mucho el precario edificio, construyeron un comedor y algunos dormitorios, reemplazaron los catres por camas nuevas, agregaron una cantina para los visitantes, etc.
Lentamente la estación de salvavidas se fue transformando en un lugar popular y muchos la eligieron como lugar de reunión.Finalmente fue necesario hacer un edificio nuevo. Este fuedecorado y amoblado exquisitamente, y lo que había sido una humilde estación de salvavidas se fue transformando en un exclusivo club. Los que se hicieron miembros ya no tenían interés en ir al mar para hacer misiones salvavidas, así que ese trabajo quedó totalmente en manos de un grupo de profesionales contratados. Con todo, el ‘ambiente de salvataje’ siguió prevaleciendo en la decoración, había salvavidas y remos en las paredes y hasta la exquisita réplica en bronce de un bote salvavidas sobre la mesa ante la cual se hacía la ceremonia de ingreso de los nuevos miembros.
Ocurrió en medio de toda esta magnífica prosperidad, justo durante una fiesta de gala, que un barco repleto demigrantes encalló cerca de la costa. Los empleados salieron al rescate y volvieron con los botes llenos de personas mojadas, casi ahogadas y ateridas de frío. Estaban sucios y enfermos y la mayoría de ellos eran de piel negra. El hermoso club entró en una situación caótica. Se reunió inmediatamente el consejo asesor y acordaron por vía de excepción usar uno de los vestuarios de la playa para que las víctimas pudieran ser aseadas antes de acceder a una parte de las instalaciones principales.
Luego se llamó a una asamblea extraordinaria en la que hubo una división muy marcada entre los miembros del club. La mayoría estaba de acuerdo en que se suspendieran las actividades de salvataje porque los rescatados podían llegar a ser gente peligrosa y ademásestas actividades eran una verdadera molestia ya que obstruían el normal desenvolvimiento de la vida del club. Algunos miembros, en minoría, insistieron en que su propósito principal era salvar vidas e insistieron en que debían continuar siendo una estación de salvavidas. La mayoría votó en contra y les dijeron que si lo que ellos querían era ayudar a cualquier tipo de personas que hubieran sufrido un naufragio en esas aguas, sin ni siquiera importar si eran inmigrantes ilegales, podrían comenzar su propia estación de salvavidas en otra zona de la misma costa. Finalmente,un pequeño grupo así lo hizo.
Pasaron los años y lamentablemente la nueva estación de salvavidasfue experimentando los mismos cambios de la vieja estación, lentamente perdió de vista la esencia de su ser y terminó convirtiéndose en un nuevo club y nuevamente un pequeño grupo de disconformes fundó otra estación de salvavidas. Si hoy se visita el lugar se pueden encontrar, a lo largo de la costa, una serie de clubes exclusivos y algún que otro precario y destartalado puesto de rescate. Los naufragios continúan siendo frecuentes y la mayoría de la gente se ahoga.”
Perder de vista el propósito de la existencia, abandonar lo esencial, es algo trágico.
El texto de hoy nos dice de manera elocuente que seguimiento de Cristo se refleja en una vida de fe, esperanza, espera y vigilancia constantes que busca mantener siempre claro el propósito de la vida y la provisionalidad de lo material frente a los verdaderos valores del Reino de Dios, cuya esencia está en el ser y no en el tener.
El eje del capítulo 12 del Evangelio del Lucas está en los versos que comienzan con ese maravilloso “No teman ustedes pequeño rebaño porque mi Padre ha querido darles el Reino”. Darles, no en el sentido de que el Reino sea ahora nuestra propiedad, sino que Dios ha decidido reinar entre nosotros y hacernos parte de esto nuevo que él está haciendo. Y entendiendo también que el Reino de Dios no es ni el cielo ni la tierra, sino las personas sobre las que Dios reina.Pensar que el Reino se encuentra solamente en el cielo, como muchos pretenden, lleva a la espiritualización de estas parábolas y por ende, desde el otro lado,a una teología legitimadora de la injusticia y el mal en este mundo.
Vendan sus bienes y denlos como limosna son palabras que nos suenan muy fuertes especialmente a aquellos que tenemos algo para vender (quizás haya gran mayoría en este mundo que no se vean tan amenazados porque no tienen nada). Pero esto es absoluta y literalmente posible y se encuentra en el significado de las palabras: compartir, ser solidario, justo, igualitario en la distribución de los bienes...- Acumulen así lo que es un tesoro inagotable en el cielo ya que el cielo comienza en el lugar donde está la gente. Pongan el corazón en el verdadero tesoro, que son los pobres, oprimidos, marginalizados y desplazados, y así el tesoro estará en su corazón[2]-.
El espíritu del mandato evangélico es claro: ser solidarios, compartir, hacer partícipes a los demás de los bienes que llamamos 'propios[3]'; ser misericordiosos, compasivos y justos. Luchar por la justicia y el bien para todos y todas en el mundo.No apegarnos a nada, mirar más allá, asumir una actitud de salida, la actitud del desapego que significa un viaje. Tener la misma vigilancia de aquellos que esperan preparados a su Señor que viene, y a recibirlo en aquellos y aquellas que sus hermanos más pequeños y vulnerables.
El llamado del Evangelio no es un llamado a vivir en la miseria.La pobreza y la humillación, la marginación y la exclusión, no son un bien ni es una virtud someternos a ellas, ya que no son la voluntad de Dios sino que son impuestas por la opresión delos poderosos que pretenden acumular toda la riqueza y si fuera posible aún más. La voluntad de Dios es que vivamos con toda plenitud y felicidad, pero entendiendo qué es lo que nos hace ser humanos, y el “ser” humanos no tiene que ver con la acumulación de bienes como propiedad privada, no tiene que ver con el tener sino con el ser.
El llamado del Evangelio es a una actitud de esperanza y fe. Una fe y una esperanza entendidas como caminar y no como refugio. No como actitud estática de haberlo alcanzado o saberlo todo. No como puerto sino como mar abierto. Con enormes posibilidades y seguramente también con incontables peligros. Pero frente a ello el Señor anima a los que lo siguen diciéndoles: No teman, aunque son un pequeño y en apariencia débil rebaño, mi Padre ha decidido comenzar a reinar sobre ustedes. Hay una tremenda carga positiva en estas palabras:¡No teman Dios es el que reina sobre ustedes!Es el Reino que, aunque todavía no manifestado en su plenitud, ya está aquí y ahora entre ustedes y cuya venida nada ni nadie podrá detener.
Es a partir de esta tremenda carga positiva que Jesús nos llama al compromiso desde los nuevos valores de su reino donde la palabra importante es nuestro. Nuestro es la palabra con la que aprendemos a orar por el pan de cada día. Nuestro fue la palabra que aprendieron los primitivos cristianos en su vida comunitaria. Nuestro es el verdadero vocabulario del Reino que ha llegado a nosotros y cuyo significado nos toca poner por obra para que así Dios sea glorificado en nuestro mundo.
En el seguimiento cristiano es fundamental no perder, como en la historia del “Club del Refugio”, lo que es esencial al reino y junto con ello el sentido del compromiso y de la responsabilidad. Esto es esencial para cada cristiano/a individual y para la institución que llamamos iglesia. Es necesario mantenernos vigilantes en una actitud de evaluación y autocrítica continuas, tanto como iglesia, como iglesias confesionales, congregaciones y como cristianos individuales.
P. Ángel F. Furlan - Iglesia Evangélica Luterana Unida (Argentina).
Agosto de 2016
[1]Cf. Evangelio según San Mateo 5:13-15, Evangelio según San Lucas 14:33-35
[2] Como lo expresa la acción de San Lorenzo (+ martirizado en 258 AD), cuando el prefecto de Roma le ordenó que entregara las riquezas de la Iglesia, pidió tres días para poder recolectarlas y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba. Al tercer día, compareció ante el prefecto, y le presentó a éste los pobres y enfermos que él mismo había congregado y le dijo que ésos eran los únicos y verdaderos tesoros de la Iglesia.
[3]Uno de los fundamentos del sistema que gobierna el mundo de la riqueza sin Dios es lo inalienable de la “propiedad privada”. La propiedad privada no es otra cosa que aquello de lo que hemos privado a otros al conservarlo como propio y no como bien a ser compartido.