Había una señora que todos los días se dirigía a la Capilla del pueblo para rezar el
Rosario de las siete de la tarde. Era muy puntual y nunca faltaba.
Cuando se atrasaba porque las cosas de la casa o la cena le ocupaban más de lo
acostumbrado, iba corriendo por la calle para llegar a tiempo.
Tan rápido hacía las cosas para cumplir con el horario de su oración que, muchas veces,
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