Una mañana de 1878, un joven llamado Harley decidió que la compañía de jabones y velas que había fundado su padre debía producir
un jabón nuevo, blanco y cremoso, delicadamente perfumado.
Quería que fuera el mejor en el mercado, capaz de competir con los mejores
jabones de la época importados de Castilla.
Harley invitó a su primo, James, a que le ayudara con el proyecto.
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