Aquí estoy, Señor,
como el ciego al borde del camino
–cansado, sudoroso, polvoriento–;
mendigo por necesidad y oficio.
Pasas a mi lado y no te veo.
Tengo los ojos cerrados a la luz.
Costumbre, dolor, desaliento...
Sobre ellos han crecido duras escamas
que me impiden verte.
Pero al sentir tus pasos,
al oír tu voz inconfundible,
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